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Poner tregua a las hostilidades

Mi buen amigo Agustín Domingo Moratalla, filósofo y profesor de Filosofía Moral y Política en la Universidad de Valencia, acaba de referirse en un artículo dominical publicado en el periódico Las Provincias a un concepto de mucho interés: la cultura de la tregua interpretada como un cese de hostilidades y como un cambio de paradigma vital esporádico y ocasional.

Desde este concepto, explica el autor el increíble número de cofrades y costaleros que estos días vuelven a pisar las iglesias y, sobre todo el novedoso impulso que están recibiendo los pregones de Semana Santa. Por una parte, la Iglesia destaca el factor religioso de estos días en los que se celebra solemnemente el misterio pascual de Jesucristo que, con su muerte y resurrección, nos ha redimido del pecado y nos ha rescatado de la muerte. Pero, la Semana Santa recibe también un impulso importante por parte del mundo de la cultura, de la economía y del turismo.

El momento anual en el que la cultura de la tregua se hace más patente es la Navidad, dando así a entender que el Nacimiento de Jesucristo constituye una apología de la paz y reclama un cese de hostilidades. Este mismo sentimiento se extiende al acontecimiento de la muerte y resurrección del Señor. San Pablo da cuenta de ello, al afirmar que Jesucristo “es nuestra paz; el que de los dos pueblos ha hecho uno, derribando en su cuerpo de carne el muro que los separaba: la enemistad” (Ef 2, 14).              

Cuando los pregoneros de la Semana Santa clamaban por el cese de hostilidades en todos los campos, estaban haciéndose eco del hambre de paz en el ámbito internacional, donde siguen ardiendo guerras como la de Ucrania y Gaza, en el ámbito nacional, donde la convivencia se está volviendo cada vez más difícil, e incluso en el ámbito personal, donde muchas vidas navegan a la deriva por falta de autocontrol y de un horizonte de esperanza.

Esta hambre de reconciliación y de paz, no nos confundamos, es anterior a cualquier interés económico o político, y define la identidad humana. Hemos sido creados a imagen y semejanza del Dios Trinidad, del Dios familia, y nuestra naturaleza aspira al amor, a la comunión. Esta aspiración natural del ser humano, sin embargo, se trunca con frecuencia por el pecado y por determinadas tendencias que lo encarnan. El profesor Moratalla habla en su artículo de ciertas dinámicas gregarias de victimización, ensañamiento y polarización.

Llamamos victimización a la condición de la salud mental de una persona por la que se considera constantemente víctima de los ataques de los demás. Esta victimización es muy frecuente en la vida ordinaria de mucha gente experta en vivir de lo ajeno y, sobre todo, en la vida política, siendo un arma especialmente querida por los nacionalismos excluyentes para reivindicar derechos frente a los demás. Especialmente cruel es el ensañamiento que aumenta innecesariamente el dolor de la víctima. Finalmente, se cita la polarización, un mal muy presente en nuestra política y que consiste en gastar las fuerzas, no tanto en hacer una gestión pública en busca del bien común, cuanto en levantar muros y desacreditar al contrario. Con su injusta y dolorosa muerte en cruz, Jesucristo frena todas estas dinámicas y promueve la reconciliación y la paz.

Su entrega generosa ha recibido el reconocimiento del Padre que le ha resucitado de entre los muertos. Nuestro Dios es amigo de la vida. De ella participamos por la fe y el bautismo, y gracias al Misterio pascual. Conservémosla y hagámosla crecer en nosotros y en nuestro mundo. Al mismo tiempo, invoquemos al Señor para que la cultura de la tregua nos permita avanzar hacia un nuevo mundo en el que no haya lugar para la victimización, el ensañamiento y la polarización.

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