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«¿Por qué sois tan miedosos? ¿Aún no tiene fe?» (Mc 4,40)

Cuando todo va bien, cuando tenemos el viento de la vida a favor, nada nos da miedo. Pero sabemos, por experiencia, que la vida está hecha de momentos diversos, y que a lo largo de nuestra vida personal, y como colectividad, hay buenos momentos y muchos otros no tan buenos.

La próxima semana, nuestra diócesis peregrinará a Lourdes. Desde que en 1858 la Virgen María se apareció a Bernardita Soubirous en aquella cueva de Massabielle, el santuario de Lourdes se ha convertido en punto de referencia hacia el que peregrinar y donde pedir a la Virgen María el don de la salud. Cuando la salud falta, y lo hace de forma que afecta a nuestro día a día, las seguridades humanas se tambalean, porque no entendemos el por qué de esta situación. La enfermedad la padece, en primer lugar, el enfermo, sin duda, pero con él la sufre también siempre una familia, un entorno que busca ayudar de la mejor manera posible a quien sufre ya veces no sabe muy bien cómo hacerlo .

Ante la enfermedad aparece a menudo el miedo, y en algunas ocasiones la fe se tambalea, es cuestionada. El libro de Job, uno de los textos más bellos de la Escritura, aborda de forma directa y desgarradora esta situación tan antigua en la historia de la humanidad y, a la vez, siempre tan presente. Su lectura puede ayudarnos a vivir esta situación, que en un momento u otro de nuestra vida nos saldrá al paso si es que no nos ha salido ya.

Escribía san Juan Pablo II que «el sufrimiento es algo aún más amplio que la enfermedad, más complejo y, al mismo tiempo, aún más profundamente arraigado en la propia humanidad» ( Salvifici Doloris , 4). Ante la enfermedad es necesario recurrir a la ciencia médica, respetando siempre la dignidad de la persona humana y su derecho inalienable a la vida, y este campo corresponde de forma esencial a los profesionales de la medicina. Pero hay, añadida a la enfermedad, una vertiente de dolor moral, y en este caso sí podemos aportar todos algo para, al menos, hacerlo más llevadero. «Estaba enfermo y me visitó» (Mt 25,36), nos dice Jesús. Estar junto a quien sufre, y que éste pueda recurrir a una mano amiga y escuchar una palabra de consuelo y de ánimo, es una de las principales obras de misericordia.

Estos días, mientras un buen grupo de enfermos de nuestra diócesis visiten a Lourdes -visiten a María-, propongámonos hacer sentir, de manera más directa, nuestra proximidad hacia los enfermos; en ellos está especialmente el rostro de Cristo.

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