II Domingo Ordinario. B. 24
Comenzamos otro ciclo litúrgico para un tiempo que llamamos ordinario. Atrás han quedado los bellos días de la Navidad, los de la Epifanía del Señor y el Bautismo de Jesús. Pero no permitáis que se quede en el olvido lo que se nos ha regalado en estos días, eso sería una tentación grave. Las lecturas de este domingo nos preparan para prestar una especial atención a la voz de Dios que sale a nuestro encuentro de nuevo. Lo que nos pedirá el Señor es que seamos valientes para responder a la llamada que nos hace, nos invita a una toma de postura. Prestad atención a la primera lectura, donde veremos cómo Dios llama al joven Samuel. Este muchacho aún no conocía la Palabra y se desconcertaba ante las repetidas llamadas, menos mal que tenía a su lado al sacerdote Elí, que le explicó cómo se ha de responder, le ayudó a entender la situación. No creáis que fue una aventura ciega, en absoluto, el chico sabía dónde estaba. Aunque fuera muy joven, sus respuestas fueron determinantes: «Aquí estoy, vengo porque me has llamado». No cabe duda de su decisión de servir. Elí le ayudó a descubrir la importancia de lo que estaba sucediendo, le ayudó a saber situarse ante la voluntad de Dios: «Habla, Señor, que tu siervo escucha». Y el resultado no puede ser más bello. Quizás sería bueno que revisáramos nuestra capacidad de escuchar a Dios.
La Palabra de Dios nos dice claramente que veamos que los invitados ahora somos nosotros. ¿Aún no hemos entendido la llamada de la Iglesia en este tiempo? El Papa Francisco lo está recordando cuando nos ha invitado a la comunión, a la participación y a la misión. Lo que se nos pide es que tomemos conciencia de lo urgente: anunciar el reino de Dios, como Jesús. Las lecturas insisten en los ejemplos de llamada y las generosas respuestas. El Señor nos está presentando el horizonte de la humanidad y nos está diciendo que la mies es abundante y que los obreros somos pocos. No hace falta mucha aclaración a sus palabras, porque pronto comprenderemos que sigue necesitando de cada uno para este viejo oficio de profeta. ¡Abre los oídos y presta atención, que Jesús está a tu puerta en estas noches de invierno oscuras, llamándote para este ministerio! Si oyes su voz, no endurezcas el corazón, ¡dale gracias, bendícele y no temas, que nunca estarás solo! Ser profeta hoy es un regalo del cielo para todos y una tarea importante y necesaria. Aunque me pregunto si lo valoras, si sabes la importancia de la misión que se te pide.
Con sencillez de corazón, con humildad, presta atención al mensaje que has escuchado en el Evangelio: ¡Ven y lo verás! Acércate a la experiencia de la fe, acércate a Dios y podrás comprobar que saldrás ganando en todos los niveles. Sí, piensa que aquellos discípulos se quedaron con él toda la tarde y salieron diciendo: «¡Hemos encontrado al Mesías!». E inmediatamente se convirtieron en testigos. ¿Ves la importancia de saber escuchar y permanecer? Tú también eres una persona llamada por Dios, un mensajero, un intérprete de la Palabra divina. No te puedo asegurar que no vas a sufrir en la misión, pero puedes tener la certeza de que te sabrás sostenido por el mismo Dios y nunca perderás la esperanza, porque sabrás que eres del Señor antes que de nadie y por eso te sentirás libre para recordar a los hombres sus exigencias y llevarlos por la senda de la obediencia y de su amor.