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Preparamos el Jubileo de 2025

El curso pastoral comprende el último trimestre de 2024 y todo el año 2025. Todo este tiempo, el Papa quiere que lo centremos en la celebración en el Jubileo del año 2025. En el corazón del Jubileo está y debe estar la esperanza, porque se nos pide que, en este tiempo, seamos todos «peregrinos de las esperanza».

El trimestre último del año 2024, como parte de este mismo año, el Papa habla de que sea en toda la Iglesia una verdadera «sinfonía de oración» para pedir la esperanza para todos cuantos la necesitan, especialmente en este momento, y por cuantos necesitan recuperar la esperanza en su vida.

El papa Francisco ha elegido para este Jubileo del año 2025 el título de Peregrinos de la esperanza, porque está convencido de que, el mundo en general, y los creyentes en particular, estamos necesitados de esperanza en muchos aspectos.

La celebración del Jubileo como peregrinos de la esperanza, indica que debe ser un jubileo en el que el centro de éste sea la realidad de la esperanza, porque el mundo y la Iglesia la necesitan.

Con el Papa, todos sentimos que el momento actual del mundo y de la Iglesia es un momento falto de esperanza y está necesitando de un acontecimiento, como debe ser el Jubileo del 2025, para tomar conciencia de que necesitamos reavivarla en nosotros. Sin la esperanza, la evangelización del mundo no es posible.

El momento actual del mundo y de la Iglesia es un momento lleno de dificultades para hacer realidad la evangelización que el mundo necesita y que la Iglesia tiene que hacer realidad, porque es la misión confiada y recibida del mismo Cristo.

Los últimos veinticinco años han significado, como ha subrayado repetidamente el papa Francisco, para la sociedad y para la Iglesia, un auténtico cambio de época.

En los últimos veinticinco años hemos vivido, y estamos viviendo, una verdadera y penosa pérdida de valores humanos y cristianos.

Los agentes de la evangelización tienen la sensación y el sentimiento general de no encontrarse a gusto en la tarea evangelizadora, en la que se ponen muchos esfuerzos y se obtienen muy pocos frutos.

La transmisión de la fe de unas generaciones a otras, que hace unos años la realizaba la familia y desde la familia como algo normal, hoy no la realiza, porque las familias se han descristianizado y no transmiten la fe a los hijos, porque los padres son increyentes y, por lo mismo, no les preocupa la fe, ni la suya ni la de sus hijos, porque ellos mismos están viviendo al margen de ella, incapacitándose para acompañar a los hijos en la vivencia y valoración de Dios y en la vivencia de la fe en Él, simplemente, porque nadie da lo que no tiene.

En nuestro contexto sociocultural actual, la pregunta sobre Dios y sobre la fe pasa desapercibida, porque no tiene relevancia social, actitud ésta que dificulta la apertura a la fe.

La religiosidad popular, que en otros momentos ha ayudado a muchas personas, y era algo que ayudaba a abrirse al encuentro con Dios, hoy se ha convertido en algo que la sociedad valora sólo en su dimensión cultural y de espectáculo, pero muy poco en su dimensión creyente.

Los sacerdotes y demás agentes de evangelización de nuestras parroquias experimentan una falta de entusiasmo, de ilusión en su tarea, al experimentar y comprobar que los frutos de sus trabajos y de sus esfuerzos, después de haber puesto mucho trabajo y esfuerzo, son muchos menos de los que ellos esperaban

Estas y otras muchas circunstancias y realidades producen disgusto, pesimismo y desánimo en los agentes de la evangelización y en los cristianos en general. Por eso, el Papa nos pide a todos que este año 2024 lo dediquemos a hacer una ferviente oración que haga nacer la esperanza en quienes carezcan de ella, y la hagan renacer en su vida, quienes la tenían y la han perdido o ha disminuido.

La esperanza es fruto de nuestra fe, de nuestro interés y de nuestro esfuerzo, pero sobre todo, es un don de Dios. Es Dios, por tanto, quien debe ayudarnos a conseguirla y a vivir nuestra vida esperanzados.

El año jubilar debe ser un año de cultivo especial de la esperanza en nuestra vida y en nuestra tarea evangelizadora y estamos seguros de que la conseguiremos si además de poner esfuerzo en conseguirla, le pedimos al Señor, que nos ayude a renovar nuestra esperanza, porque sin esperanza es imposible la evangelización.

Dios es, y sigue siendo siempre, nuestro compañero infatigable de camino, y es quien nos ayudará a renovar nuestra fe y nuestra esperanza para seguir el camino que Él pide.

Pidamos al Señor que seamos capaces de recobrar la esperanza si lo necesitamos y que seamos nosotros creadores, agentes y transmisores de esperanza para los demás, con nuestro testimonio.

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