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Sacerdotes para el Pueblo de Dios

Cuando Jesús eligió a los doce apóstoles, dio un paso decisivo en la constitución de su Iglesia. El número 12 evoca, sin duda, a los patriarcas (y tribus de Israel) que, en cierto sentido, constituyen el armazón del pueblo de la primera alianza.  Al escoger a los apóstoles, Jesús indica que su Iglesia se edificará sobre el fundamento de los Doce, que serán llamados columnas de la Iglesia. Este colegio apostólico, a cuya cabeza está Pedro, Vicario de Cristo, tiene su continuidad en el colegio episcopal que constituye la jerarquía de la Iglesia. A ella se unen también, desde el inicio de la Iglesia, los sacerdotes, colaboradores necesarios de los obispos, como fueron los presbíteros que trabajaban junto a los apóstoles.

Al celebrar el Día del Seminario, la Iglesia nos pide oraciones y ayuda económica por esa comunidad de la que saldrán los sacerdotes y obispos que serán consagrados como pastores del Pueblo de Dios. Es preciso orar para que el Señor envíe sacerdotes a su mies en tiempos difíciles como el nuestro. El Seminario es una comunidad en torno a Jesús donde se educan los que tienen que «conformarse» a él para ejercer su propio ministerio sacerdotal.

En muchas religiones hay personas que ejercen funciones sagradas. Se les da diversos nombres, entre ellos el de «sacerdote». Jesús, aunque no perteneció a la clase sacerdotal de la tribu de Leví, es designado «sacerdote» o «sumo sacerdote» en la Carta a los Hebreos. El sacerdocio de Cristo sólo se parece al judío en el nombre y en la función de ser mediador entre Dios y los hombre. Fuera de eso, es un sacerdocio radicalmente nuevo, porque la ofrenda que hace Jesús es la de su propia vida entregada por amor. Como dice un prefacio de la misa, en Jesús coinciden el altar, la víctima y el sacerdote. El sacerdocio que él instituye se prolonga en aquellos que, como sacerdotes u obispos, realizan su misma entrega al servicio de los hombres. De ahí que la tarea más importante que un sacerdote realiza en este mundo es la de conformarse a Cristo, en sus actitudes, afectos y conducta entre sus hermanos. Cuando celebra los sacramentos, enseña como maestro y guía a la comunidad que se le ha confiado, «representa» a Cristo. De ahí que una forma de designar al sacerdote en la tradición espiritual de la Iglesia es «otro Cristo». La expresión puede parecer exagerada, pero no lo es. El pueblo cristiano sabe muy bien que la distancia entre Cristo y el sacerdote es infinita. No obstante, también sabe que, al haber sido elegido y ungido por él, el sacerdote lo representa y tiene la gracia de dar la salvación que Cristo nos ha traído como enviado del Padre. Por eso, Jesús dice a los Doce que los envía al mundo como el Padre lo envió a él para dar la vida eterna.

Al escoger a los Doce, Jesús conocía muy bien sus flaquezas y debilidades. Sabía que no eran ángeles ni espíritus puros. Eran, sencillamente, hombres. A pesar de su pobreza, ignorancia y pequeñez, los «constituyó» apóstoles y puso en sus manos el pastoreo de la Iglesia. De ahí la importancia del sacerdote en la Iglesia. A través de ellos, por grande que sea su pobreza, nos llega la gracia de Cristo y la salvación.

El Día del Seminario es una ocasión propicia para pedir por ellos y acompañarlos en su difícil y duro trabajo que, en muchas ocasiones, refleja también la cruz de Cristo. Sin sacerdotes, la Iglesia no tiene la presencia visible de Cristo en la vasija de barro, según dice Pablo, de quienes lo representan. Debemos rogar para que nunca nos falten sacerdotes y ayudar al sostenimiento del Seminario, escuela del seguimiento de Cristo y hogar donde se aprende a sentir, pensar y vivir como Él.

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