Revisión del texto, notas y comentario: Tomás Álvarez, O.C.D.
MORADAS QUINTAS
Capítulo 2
Prosigue en lo mismo. Declara la oración de unión por una comparación delicada. Dice los efectos con que queda el alma. Es muy de notar.
1. Pareceros ha que ya está todo dicho lo que hay que ver en esta morada, y falta mucho, porque –como dije– hay más y menos (1)[1]. Cuanto a lo que es unión, no creo sabré decir más; mas cuando el alma a quien Dios hace estas mercedes se dispone, hay muchas cosas que decir de lo que el Señor obra en ella. Algunas diré y de la manera que queda. Para darlo mejor a entender, me quiero aprovechar de una comparación que es buena para este fin, y también para que veamos cómo, aunque en esta obra que hace el Señor no podemos hacer nada, mas para que Su Majestad nos haga esta merced, podemos hacer mucho disponiéndonos (2)[2].
2. Ya habréis oído sus maravillas en cómo se cría la seda, que solo él pudo hacer semejante invención, y cómo de una simiente, que dicen que es a manera de granos de pimienta pequeños (que yo nunca la he visto, sino oído, y así si algo fuere torcido no es mía la culpa) (3)[3], con el calor, en comenzando a haber hoja en los morales, comienza esta simiente a vivir; que hasta que hay este mantenimiento de que se sustentan, se está muerta; y con hojas de moral se crían, hasta que después, de grandes, les ponen unas ramillas y allí con las boquillas van de sí mismos hilando la seda y hacen unos capuchillos muy apretados adonde se encierran; y acaba este gusano que es grande y feo, y sale del mismo capucho una mariposica blanca, muy graciosa.
Mas si esto no se viese, sino que nos lo contaran de otros tiempos, ¿quién lo pudiera creer? ¿Ni con qué razones pudiéramos sacar que una cosa tan sin razón como es un gusano y una abeja, sean tan diligentes en trabajar para nuestro provecho y con tanta industria, y el pobre gusanillo pierda la vida en la demanda? Para un rato de meditación basta esto, hermanas, aunque no os diga más, que en ello podéis considerar las maravillas y sabiduría de nuestro Dios. Pues ¿qué será si supiésemos la propiedad de todas las cosas? De gran provecho es ocuparnos en pensar estas grandezas y regalarnos en ser esposas de Rey tan sabio y poderoso.
3. Tornemos a lo que decía. Entonces comienza a tener vida este gusano, cuando con el calor del Espíritu Santo se comienza a aprovechar del auxilio general (4)[4] que a todos nos da Dios y cuando comienza a aprovecharse de los remedios que dejó en su Iglesia, así de continuar las confesiones, como con buenas lecciones y sermones, que es el remedio que un alma que está muerta en su descuido y pecados y metida en ocasiones puede tener. Entonces comienza a vivir y vase sustentando en esto y en buenas meditaciones, hasta que está crecida, que es lo que a mí me hace al caso, que estotro poco importa.
4. Pues crecido este gusano –que es lo que en los principios queda dicho de esto que he escrito– (5)[5], comienza a labrar la seda y edificar la casa adonde ha de morir. Esta casa querría dar a entender aquí que es Cristo. En una parte me parece he leído u oído que nuestra vida está escondida en Cristo, o en Dios, que todo es uno, o que nuestra vida es Cristo. En que esto sea o no, poco va para mi propósito (6)[6].
5. Pues veis aquí, hijas, lo que podemos con el favor de Dios hacer: que Su Majestad mismo sea nuestra morada, como lo es en esta oración de unión, labrándola nosotras. Parece que quiero decir que podemos quitar y poner en Dios, pues digo que él es la morada y la podemos nosotras fabricar para meternos en ella. Y ¡cómo si podemos!, no quitar de Dios ni poner, sino quitar de nosotros y poner, como hacen estos gusanitos; que no habremos acabado de hacer en esto todo lo que podemos, cuando este trabajillo, que no es nada, junte Dios con su grandeza y le dé tan gran valor que el mismo Señor sea el premio de esta obra. Y así como ha sido el que ha puesto la mayor costa, así quiere juntar nuestros trabajillos con los grandes que padeció Su Majestad y que todo sea una cosa.
6. Pues ¡ea, hijas mías!, prisa a hacer esta labor y tejer este capuchillo, quitando nuestro amor propio y nuestra voluntad, el estar asidas a ninguna cosa de la tierra, poniendo obras de penitencia, oración, mortificación, obediencia, todo lo demás que sabéis; que ¡así obrásemos como sabemos y somos enseñadas de lo que hemos de hacer! ¡Muera, muera este gusano, como lo hace en acabando de hacer para lo que fue criado!, y veréis cómo vemos a Dios (7)[7] y nos vemos tan metidas en su grandeza como lo está este gusanillo en este capucho. Mirad que digo ver a Dios, como dejo dicho que se da a sentir en esta manera de unión.
7. Pues veamos qué se hace este gusano, que es para lo que he dicho todo lo demás, que cuando está en esta oración, bien muerto está al mundo, sale una mariposita blanca (8)[8]. ¡Oh grandeza de Dios, y cuál sale una alma de aquí, de haber estado un poquito metida en la grandeza de Dios y tan junta con él, que a mi parecer nunca llega a media hora! Yo os digo de verdad que la misma alma no se conoce a sí; porque, mirad la diferencia que hay de un gusano feo a una mariposica blanca, que la misma hay acá. No sabe de dónde pudo merecer tanto bien –de dónde le pudo venir, quise decir, que bien sabe que no le merece–; vese con un deseo de alabar al Señor, que se querría deshacer, y de morir por él mil muertes. Luego le comienza a tener de padecer grandes trabajos, sin poder hacer otra cosa. Los deseos de penitencia grandísimos, el de soledad, el de que todos conociesen a Dios; y de aquí le viene una pena grande de ver que es ofendido. Y aunque en la morada que viene se tratará más de estas cosas en particular (9)[9], porque aunque casi lo que hay en esta morada y en la que viene después es todo uno, es muy diferente la fuerza de los efectos; porque –como he dicho– (10)[10] si después que Dios llega a un alma aquí se esfuerza a ir adelante, verá grandes cosas.
8. ¡Oh, pues ver el desasosiego de esta mariposita, con no haber estado más quieta y sosegada en su vida, es cosa para alabar a Dios! Y es que no sabe adónde posar y hacer su asiento, que como le ha tenido tal, todo lo que ve en la tierra le descontenta, en especial cuando son muchas las veces que le da Dios de este vino (11)[11]; casi de cada una queda con nuevas ganancias. Ya no tiene en nada las obras que hacía siendo gusano, que era poco a poco tejer el capucho; hanle nacido alas, ¿cómo se ha de contentar, pudiendo volar, de andar paso a paso? Todo se le hace poco cuanto puede hacer por Dios, según son sus deseos. No tiene en mucho lo que pasaron los santos, entendiendo ya por experiencia cómo ayuda el Señor y transforma un alma, que no parece ella ni su figura. Porque la flaqueza que antes le parecía tener para hacer penitencia, ya la halla fuerte; el atamiento con deudos o amigos o hacienda (que ni le bastaban actos, ni determinaciones, ni quererse apartar, que entonces le parecía se hallaba más junta), ya se ve de manera que le pesa estar obligada a lo que, para no ir contra Dios, es menester hacer. Todo le cansa, porque ha probado que el verdadero descanso no le pueden dar las criaturas.
9. Parece que me alargo, y mucho más podría decir, y a quien Dios hubiere hecho esta merced verá que quedo corta; y así no hay que espantar que esta mariposilla busque asiento de nuevo, así como se halla nueva de las cosas de la tierra. Pues ¿adónde irá la pobrecica? Que tornar adonde salió no puede, que –como está dicho– (12)[12] no es en nuestra mano, aunque más hagamos, hasta que es Dios servido de tornarnos a hacer esta merced. Oh Señor, y qué nuevos trabajos comienzan a esta alma. ¿Quién dijera tal después de merced tan subida? En fin, fin, de una manera o de otra ha de haber cruz mientras vivimos, y quien dijere que, después que llegó aquí, siempre está con descanso y regalo, diría yo que nunca llegó, sino que por ventura fue algún gusto, si entró en la morada pasada, y ayudado de flaqueza natural, y aun, por ventura, del demonio, que le da paz para hacerle después mucha mayor guerra.
10. No quiero decir que no tienen paz los que llegan aquí, que sí tienen y muy grande; porque los mismos trabajos son de tanto valor y de tan buena raíz que, con serlo muy grandes, de ellos mismos sale la paz y el contento. Del mismo descontento que dan las cosas del mundo nace un deseo de salir de él tan penoso, que si algún alivio tiene es pensar que quiere Dios viva en este destierro, y aun no basta, porque aun el alma con todas estas ganancias no está tan rendida en la voluntad de Dios, como se verá adelante (13)[13], aunque no deja de conformarse; mas es con un gran sentimiento, que no puede más, porque no le han dado más, y con muchas lágrimas. Cada vez que tiene oración es esta su pena. En alguna manera quizá procede de la muy grande que le da de ver que es ofendido Dios y poco estimado en este mundo y de las muchas almas que se pierden, así de herejes como de moros; aunque las que más la lastiman son las de los cristianos, que aunque ve es grande la misericordia de Dios, que por mal que vivan se pueden enmendar y salvarse, teme que se condenan muchos.
11. ¡Oh grandeza de Dios!, que pocos años antes estaba esta alma, y aun quizá días, que no se acordaba sino de sí, ¿quién la ha metido en tan penosos cuidados? Que aunque queramos tener muchos años de meditación, tan penosamente como ahora esta alma lo siente no lo podremos sentir. Pues ¡válgame Dios!, si muchos días y años yo me procuro ejercitar en el gran mal que es ser Dios ofendido y pensar que estos que se condenan son hijos suyos y hermanos míos, y los peligros en que vivimos, cuán bien nos está salir de esta miserable vida, ¿no bastará? Que no, hijas, no es la pena que se siente aquí como las de acá; que eso bien podríamos con el favor del Señor tenerla, pensando mucho esto; mas no llega a lo íntimo de las entrañas como aquí, que parece desmenuza un alma y la muele, sin procurarlo ella y aun a veces sin quererlo. Pues ¿qué es esto? ¿De dónde procede? Yo os lo diré.
12. ¿No habéis oído –que ya aquí lo he dicho (14)[14] otra vez, aunque no a este propósito– de la Esposa, que la metió Dios a la bodega del vino y ordenó en ella la caridad? Pues esto es; que como aquel alma ya se entrega en sus manos y el gran amor la tiene tan rendida que no sabe ni quiere más de que haga Dios lo que quisiere de ella (que jamás hará Dios, a lo que yo pienso, esta merced sino a alma que ya toma muy por suya), quiere que, sin que ella entienda cómo, salga de allí sellada con su sello. Porque verdaderamente el alma allí no hace más que la cera cuando imprime otro el sello, que la cera no se le imprime a sí, solo está dispuesta, digo blanda; y aun para esta disposición tampoco se ablanda ella, sino que se está queda y lo consiente. ¡Oh bondad de Dios, que todo ha de ser a vuestra costa! Solo queréis nuestra voluntad y que no haya impedimento en la cera.
13. Pues veis aquí, hermanas, lo que nuestro Dios hace aquí para que esta alma ya se conozca por suya; da de lo que tiene, que es lo que tuvo su Hijo en esta vida; no nos puede hacer mayor merced. ¿Quién más debía querer salir de esta vida? Y así lo dijo Su Majestad en la Cena: “Con deseo he deseado” (15)[15].
Pues ¿cómo, Señor, no se os puso delante la trabajosa muerte que habéis de morir tan penosa y espantosa? No; porque el grande amor que tengo y deseo de que se salven las almas sobrepuja sin comparación a esas penas; y las muy grandísimas que he padecido y padezco, después que estoy en el mundo, son bastantes para no tener esas en nada en su comparación.
14. Es así que muchas veces he considerado en esto, y sabiendo yo el tormento que pasa y ha pasado cierta alma que conozco (16)[16] de ver ofender a nuestro Señor, tan insufridero que se quisiera mucho más morir que sufrirla, y pensando si una alma con tan poquísima caridad, comparada a la de Cristo, que se puede decir casi ninguna en esta comparación, sentía este tormento tan insufridero, ¿qué sería el sentimiento de nuestro Señor Jesucristo, y qué vida debía pasar, pues todas las cosas le eran presentes y estaba siempre viendo las grandes ofensas que se hacían a su Padre?
Sin duda creo yo que fueron muy mayores que las de su sacratísima Pasión; porque entonces ya veía el fin de estos trabajos, y con esto y con el contento de ver nuestro remedio con su muerte y de mostrar el amor que tenía a su Padre en padecer tanto por él, moderaría los dolores, como acaece acá a los que con fuerza de amor hacen grandes penitencias, que no las sienten casi, antes querrían hacer más y más, y todo se le hace poco. Pues ¿qué sería a Su Majestad, viéndose en tan gran ocasión para mostrar a su Padre cuán cumplidamente cumplía el obedecerle, y con el amor del prójimo? ¡Oh gran deleite, padecer en hacer la voluntad de Dios! Mas en ver tan continuo tantas ofensas a Su Majestad hechas, e ir tantas almas al infierno, téngolo por cosa tan recia, que creo, si no fuera más de hombre, un día de aquella pena bastaba para acabar muchas vidas, ¡cuánto más una!
COMENTARIO AL CAPÍTULO 2
El símbolo de la transformación mística
«Metamorfosis» es un vocablo con larga historia en la literatura profana y con versiones equivalentes en la ciencia y en la mística. En la ciencia, la doctrina de la evolución ascendente de la vida y de los vivientes. En la literatura, los mitos de la transformación de árboles en animales, y de hombres en dioses. En la mística (o en la religión), el anhelo profundo del hombre por entrar en la espiral de lo divino: «divinización» en los Padres de la Iglesia, o nirvana en las religiones orientales.
Un resorte secreto, clavado en la entraña del ser humano o de la vida misma, es el que dispara en todas las direcciones ese anhelo cósmico, biológico o religioso, en escalada hacia el cambio en más y mejor.
Teresa de Jesús es un testigo fuerte de ese anhelo. Testigo también de su realización en cristiano. Ella ha vivido, no sin cierto estupor, un proceso de cambio en su propia vida, remodelada por una fuerza superior, más allá del plano biológico, no sin que el paisaje del cosmos se transfigurase en su pupila, pero sobre todo operando una misteriosa reinserción de su persona entera –cuerpo y alma– en la esfera trascendente de la vida de Dios. Metamorfosis mística.
Es lo que ella va a exponer, emocionada, en este capítulo segundo de las moradas quintas, la gran encrucijada del castillo. Lo plantea así:
– En el proceso de crecimiento del cristiano y de su «vida en Cris%to», lo normal es que llegue un momento en que se logre la unión del hombre con Dios. «Unión» –ya lo hemos visto en el capítulo anterior– es un vocablo y una realidad de hondo calado en la experiencia del místico. Su expresión suprema es el caso de Jesús: unión de lo humano y lo divino en su persona. En el cristiano ordinario, esa unión modélica realizada en Jesús se va reiterando como una sombra que se esclarece día a día y que tiene su máximo de esplendor en el místico.
– Pero esa unión del hombre con Dios pasa a través de la muerte: una manera de muerte radical a la anterior forma de vida humana, tan arraigada en lo terrestre, tan limitada por el lastre del mal y del pecado. Ese paso por la muerte para llegar a la unión lo expresó fray Juan de la Cruz en una pincelada poética: «Matando, muerte en vida la has trocado».
– Porque ese paso por la muerte es para renacer a otra manera de vivir, con horizonte nuevo, con psicología nueva, con nueva apertura a los trascendente, con insaciable apetencia de más vida en un estadio superior, entrevisto y presagiado desde la unión.
Unión, muerte mística y vida nueva son los tres eslabones de esa cadena. De la unión a Dios, ya nos ha dicho la autora en el capítulo anterior. Ahora hablará de las otras dos.
El símbolo de la transformación: el gusano que renace mariposa
Teresa escribe estas páginas de su Castillo apenas ha regresado de Andalucía. En Andalucía ha conocido de cerca la maravilla del gusano de seda. En su huerto conventual no ha tenido moreras ni gusanos de seda. Pero probablemente le han traído a casa más de un cesto de capullos, ha participado en el hilado de la seda y, sobre todo, ha escuchado la historia del gusano.
Ahora, de pronto, esa historia se le convierte en un símbolo, que le brota y se le crece desde lo hondo de su admiración por el cosmos y por la vida, de su estupor ante «las maravillas y sabiduría de Dios» (n. 2). Así, en el símbolo de la metamorfosis del gusano se le van a unir los dos extremos: el de la transformación biológica y el de la transformación mística. Al elevar la pequeña historia del gusano a rango de símbolo, Teresa pone el acento en tres o cuatro momentos del proceso. Son estos:
Momento primero, cómo nace el gusano casi de la nada, «de una simiente que es a manera de granos de pimienta pequeños» (n. 2), bajo el influjo del calor del sol y ante el reclamo de la hoja de los morales recién brotados.
Momento segundo, cómo el gusano, ya crecido, «grande y feo», se desentraña para tejer su propio cobijo: «con las boquillas van de sí mismos hilando la seda, y hacen unos capuchillos muy apretados en que se encierran» (n. 2)
Momento tercero. Ahora Teresa introduce en el proceso un dato de propia cosecha, sin base real en la historia de la crisálida: la muerte. «Que el pobre gusanillo pierde la vida en la demanda» (n. 2), muriendo en lo oculto del misterioso capullo, para dar paso a la historia de una vida nueva. La muerte, sin embargo, hace de empalme entre las dos vidas del proceso. Más adelante, Teresa recurrirá al mito del ave fénix, que renace de sus propias cenizas. Jesús mismo, dando una versión anticipada de su paso de esta vida a la otra a través de la muerte, había utilizado la misma técnica parabólica: «Si el grano de trigo, enterrado bajo tierra, no muere, no da fruto, pero si muere, entonces sí da fruto copioso» (Jn 12, 24).
Por fin, el capullo se rompe, y de él sale una mariposa blanca, que ya no se arrastra por tierra, sino que vuela: «Hanle nacido alas», y va a ser invitada a beber el vino adobado en la interior bodega de los Cantares (n. 8).
Y la historia de la mariposa-símbolo queda abierta, hasta que reaparezca entrando en el foco ardiente del sol divino, en que se consuma para la última transformación.
La lección del símbolo
Al introducir en el castillo el nuevo símbolo del gusano-mariposa, Teresa lo ha motivado así: «Para que veáis, hermanas, qué es lo que en esta obra hace Dios, y qué es lo que podemos hacer nosotros…, me quiero aprovechar de una comparación, que es buena para este fin» (n. 1).
La comparación es el nuevo símbolo. «Esa obra», aludida por la Santa, es la misteriosa unión del hombre con Dios. Pues bien, para ella nosotros solo podemos hacer los preparativos («disponernos», dirá Teresa). Tejer el capullo como el gusano, «quitando y poniendo», es decir, despojándonos de la carga de egoísmo, soberbia, apego a lo desordenado; y «poniendo» nuestra voluntad a punto de caramelo en la mano de Dios. Porque quien ha de hacer «esa obra» decisiva en nosotros es él. Con actuación absolutamente gratuita. Por amor.
Una vez más Teresa insiste en rechazar todo atisbo de prometeísmo humano en la escalada de la experiencia de Dios. En pobres términos nuestros, no es el hombre quien por fin «se une a…», quien subyuga y vincula a sí la divinidad. Al hombre se le reserva él protagonismo de los preparativos. Es Dios quien protagoniza el don de sí mismo, por amor. Difícilmente se hubiera podido subrayar mejor esa negación del protagonismo humano, que con el símbolo elaborado por Teresa: solo cuando el gusano muere, se le concede el milagro de renacer mariposa.
Es ese el motivo por el cual se ha introducido en el símbolo el momento ideal de la muerte. Luego la ha celebrado con un pequeño canto triunfal, a modo de epinicio. «¡Muera, muera este gusano, como (de hecho) lo hace en acabando de hacer para lo que fue criado, y veréis cómo (entonces) veremos a Dios!» (n. 6).
Pese a lo sombrío de los vocablos –«muerte, muera, morir»– ni en el símbolo ni en su versión doctrinal se ha filtrado el más mínimo tufillo necrológico. Al contrario, la muerte mística del hombre es el mayor triunfo, incluso psicológico, sobre la muerte misma. En su historia personal, Teresa, mujer de salud quebradiza, marcada por grandes traumas, había vivido intensamente el miedo a la muerte. Largos años en que su «mal de corazón» le producía una angustia atenazante que no le permitía estar sola en su celda monástica. Su paso por la «unión» ha barrido como un vendaval ese tributo de miedos en el peaje del camino de la vida: «Quedome poco miedo a la muerte, a quien yo siempre temía mucho; ahora paréceme facilísima cosa para quien sirve a Dios, porque en un momento se ve el alma libre de esta cárcel y puesta en descanso» (Vida 38, 5). Lo ratificará es este mismo libro de las Moradas: «Temor ninguno tiene a la muerte más que tendría de un suave arrobamiento» (7M 3, 7).
¿Y después de la muerte del gusano? Después es cuando Teresa se para a pergeñar por primera vez en el Castillo la fisonomía espiritual del hombre renacido. Lo que suele definirse como la típica psicología del místico. Para diseñarla, Teresa repliega sobre una especie de retrato siluetado de sí misma: mujer de deseos, acosada por la necesidad de obrar y servir, con mirada abierta sobre el inmenso paisaje de la humanidad y del drama humano, capaz de gozar y penar a la vez, siempre en espera de más…
Desde ese autorretrato en que ella reúne los rasgos típicos de todo místico, rápidamente se eleva al gran paradigma de vida nueva, Cristo Jesús. Teresa recordará la polivalencia de sentimientos y fuerzas espirituales que se entrecruzan en el alma de Cristo, cuando en el cenáculo o en la cruz vive el anticipo de la muerte y de la nueva vida. Para asegurar, en conclusión, que por ese patrón está cortado el corazón del hombre que ha renacido a través de la unión y la muerte mística.
Otros símbolos complementarios
Como en varios capítulos cruciales del libro, también aquí la Santa entreteje el símbolo mayor con otros menores.
El gusano de seda la ha hecho evocar la imagen de la abeja y la miel, ya recordada en 1M 2, 8: en ambos pasajes, los dípticos «gusa%no-seda», «abeja-miel» le sirven para realzar la aportación del hombre a la tarea espiritual: la abeja es la humildad «que siempre labra, como la abeja en la colmena la miel». O como había escrito en otra ocasión: al contrario de la araña, que todo lo que come lo convierte en ponzoña, la abeja lo convierte en miel» (Fundaciones 8, 3).
Otra imagen, la del sello y la cera. El sello es garantía de pertenencia y posesión. Para marcar la cera, se une fuertemente a ella hasta hundirse en su interior: «Quiere (Dios) que, sin que ella (el alma) entienda cómo, salga de allí sellada con su sello. Porque verdaderamente el alma allí no hace más que la cera cuando imprime otro el sello, que la cera no se lo imprime a sí, solo está dispuesta, digo blanda, y aun para esta disposición tampoco se ablanda ella, sino que se está queda y lo consiente» (n. 12).
Tercera imagen: aparece por primera vez en el libro la evocación del Cantar de los Cantares. Y de él, la imagen de la interior bodega (n. 12). Le sirve para subrayar que aquí se entra en los dominios del amor. Imagen que recuperará y desarrollará en el capítulo siguiente. Y de nuevo en el simbolismo esponsal de las moradas finales.
Al lector de hoy ¿le dicen algo esos símbolos…?
Una pregunta más radical sería si al lector de hoy le dicen algo las categorías místicas de Teresa, con las imágenes y símbolos en que ella las vierte.
Pues bien, probablemente pocas cosas nos interesan tanto a nosotros, hombres de hoy, como los grandes fenómenos de cambio que marcan nuestra vida y el rumbo de la historia humana. Ese inabarcable cambio de nuestra humanidad, desde el hombre de las cavernas al hombre de los rascacielos. La curva de nuestra existencia personal, desde el niño al adulto, con el sello de la identidad sobre el cedazo de la transformación.
Quienes han vivido desde lo hondo esa experiencia de cambio –los convertidos, los poetas, los místicos– la han expresado en imágenes y símbolos que nos cuestionan mucho más que las palabras y las teorías.
«Metamorfosis» fue el título de uno de los grandes poemas clásicos del latino Ovidio (siglo 1º a.C.), en que el poeta cuenta un sinfín de episodios fabulosos de transformación del hombre, siempre en dirección regresiva, degradándolo en piedra o árbol o animal.
«Metamorfosis» es, igualmente, el título del relato breve de Franz Kafka que hemos recordado ya. También para él el simbólico proceso de transmutación humana va en dirección pesimista y negativa. Su «metamorfosis» se concentra en un símbolo similar al de Teresa. Quien se metamorfosea es Kafka mismo, y lo terrible en esa «metamorfosis» es su simbolismo autobiográfico y su mensaje subliminal: viviendo, el hombre se vuelve insecto de estercolero. ¿Entiende así Kafka el senti%do profundo de su existencia, o el torso de la existencia de los otros?
El símbolo elaborado por Teresa también tiene contenido autobiográfico y proyectivo. Pero de signo ascendente y optimista. No regresivo, como en las versiones de Ovidio o del novelista checo. Para ella, el pobre gusano, «grande y feo», nace para convertirse en mariposa blanca y maravillosa. Nacida para volar y ser libre. Así entiende ella el sentido profundo de su existencia. Y así diseña el perfil de la historia de todo hombre, inquilino del propio «castillo», como la crisálida lo es de su capullo.
El lector puede contrastar la fuerza de los dos símbolos: el optimismo y el pesimismo de los dos mensajes. Y desde ellos volver la mirada sobre el secreto de la propia existencia o sobre el misterioso destino de los otros.
[1] En 5M 1, 2 dijo ya que hay grados de «más y menos» dentro de una misma morada, o dentro del estado de unión.
[2] Diferencia entre recibir y disponerse. Las gracias místicas son «obra que hace el Señor» en nosotros. Disponernos es lo que nosotros sí «podemos hacer».
[3] Todo este paréntesis fue tachado en el autógrafo por Gracián, que además cambió «de pimienta pequeños» por «de mostaza», y añadió al margen: «Así es, que yo lo he visto». Ribera respetó la enmienda, y fray Luis omitió la frase en su edición (p. 98).
[4] Auxilio general, en contraste con el auxilio particular de que habló en 3M 1, 2: equivalen a la gracia que Dios otorga a toda persona; y a las gracias singularísimas que él dispensa a algunas o en algunas ocasiones (cf V 14, 6).
[5] Es decir, todo el proceso de moradas I-IV. Nótese la correspondencia del símbolo del castillo, con su símil del gusano de seda.
[6] Col 3, 3-4. – Gracián enmendó los titubeos de la Santa. Fray Luis, en su edición, omitió la frase «en que esto sea o no, poco va a mi propósito». Esa coletilla no se refería al contenido del texto paulino, sino al titubeo de la cita, entre Cristo y Dios.
[7] Gracián tacha vemos y escribe contemplamos, temeroso de que la Santa se comprometa con la afirmación de la «visión» de Dios en esta vida; bastaba y sobraba la aclaración que la Santa hace a renglón seguido. – Como dejo dicho: en el c. 1, nn. 10-11.
[8] Frase no muy clara. Fray Luis creyó que el segundo «está» era repetición maquinal (véase un ejemplo al principio del n. 13), y lo suprimió leyendo así: «Pues veamos lo que se hace de este gusano (que es para lo que he dicho todo lo demás): que cuando está en esta oración bien muerto al mundo, sale una mariposica blanca» (p. 101).
[9] 6M 6, 1; y c. 11.
[10] En el c. 1, nn. 2-3 y 13.
[11] Vino que Dios da a la mariposilla. Sorprendente asociación debida al cruce de las dos imágenes: la bodega de los Cantares y la mariposa liberada del capullo.
[12] Tornar adonde salió: elipsis, por «tornar al lugar de donde salió», es decir, a la oración de unión, o a la bodega de los Cantares, o al centro del alma… como «ha dicho» en el c. 1, n. 12; cf. los textos paulinos del n. 4; y 4M 2, 9.
[13] En 6M y 7M; cf. 6M 10, 8; y 7M 3, 4.
[14] En el c. 1, n. 12. – La cita es de Ct 2, 4.
[15] Lc 22, 15. – También este pasaje hubo de ser glosado por fray Luis con una nota apologética al hacer la 2ª edición del Libro (Salamanca 1589, pp. 77-78).
[16] Ella misma: cf. Vida c. 39, n. 9; y c. 38, n. 18: «Hace un espanto al alma grande de ver cómo osó ni puede nadie osar ofender una Majestad tan grandísima».