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Ser testimonio luminoso de fe

Queridos hermanos:

Quiero expresar mi sincero reconocimiento y agradecimiento a las cofradías penitenciales extendidas por toda nuestra geografía diocesana por el amplio despliegue que realizan estos días preparando celebraciones y procesiones con entusiasmo y con devoción. Su dedicación permite que vivamos los días santos de la Pasión y Resurrección del Señor con auténtico espíritu de fe, una fe encarnada no solo en el arte, la cultura y la tradición, sino también arraigada en el alma con vivo sentimiento.

En Semana Santa, los cristianos, venciendo nuestros reparos y respetos humanos, manifestamos nuestra fe abierta y públicamente ante los demás, llevando con orgullo por nuestras calles y plazas al Hijo del Hombre levantado en la cruz y a su amantísima Madre la Virgen María que no se aparta nunca de él.

Me gustaría que este año cuando participemos en las procesiones llevemos grabadas en el alma aquellas palabras de Jesús: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo” (Jn 3,16). En ellas se encierra el sentido profundo de la pasión del Señor y responden a una pregunta fundamental del cofrade: ¿Qué tenemos que ver en la cruz de Jesús? ¿Su sufrimiento atroz? Seguro. ¿La injusticia que cometieron con él? También. ¿La entereza con que afrontó la prueba? Por supuesto. Pero, sobre todo, en la cruz del Señor se manifiesta, como en ningún otro lugar, amor, el amor de Dios, que entregó a su Hijo por nosotros pecadores. Y si no logramos captar ese amor, el sufrimiento derivará –tarde o temprano– en venganza, la condena injusta pedirá desquite, la fortaleza se quedará solo en resistencia y obstinación. Pero si logramos ver en la cruz del Señor el amor de Dios, el dolor humano nos moverá a compasión con Jesús y con todos los que sufren en su cuerpo o en su espíritu, la sangre injustamente derramada clamará perdón y compresión con los que se equivocan y fallan en la vida, y el aguante se convertirá en confianza en Dios en todos los momentos y circunstancias de la vida. Y eso nos sanará, nos hará mejores personas, nos curará de nuestros egoísmos, violencias, decepciones…

“Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que crea, tenga en él vida eterna” (Jn 3,14). Dirigiendo la mirada al Crucificado, comenzaremos una nueva vida que salta para la eternidad. Ver a Jesús en la cruz entregando su vida antes de que se la quiten, sin abrir la boca, abandonándose en las manos del Padre, perdonando a sus enemigos, nos da fuerza para vivir, como él, el amor al prójimo y la obediencia al Padre, y nos transmite la serena certeza de que no puede acabar todo con la muerte, tiene que haber algo más.

Queridos hermanos, siempre, pero especialmente en nuestros días, la Iglesia valora la aportación de las cofradías y hermandades a la evangelización, para que la Buena Nueva de la salvación llegue a todos los rincones de nuestros pueblos y ciudades. Pido al Señor que, en Semana Santa, seamos un testimonio luminoso de fe para nuestros conciudadanos, para cuantos nos vean manifestar nuestra fe. Así caminaremos juntos hacia la meta de nuestra peregrinación terrena, hacia la Jerusalén del cielo. Allí ya no habrá imágenes, sino que veremos a Dios tal como es y seremos semejantes a él para siempre.

Con mi bendición,

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