“Os voy a hacer despreciables y viles para todo el pueblo, ya que vuestra boca no ha guardado el camino recto y habéis sido parciales en la aplicación de la ley” (Mal 2,9). Los sacerdotes de Israel se han mostrado infieles a la ley del Señor. El profeta Malaquías se hace eco de la voz de Dios que los acusa.
Los sacerdotes habían interpretado con parcialidad las normas de la ley. El profeta se hace unas preguntas que son aplicables también a nuestro tiempo: “¿No tenemos todos un mismo padre? ¿No nos creó el mismo Dios? ¿Por qué entonces nos traicionamos unos a otros, profanando la alianza de nuestros padres?” (Mal 2,10).
A esa lamentación respondemos con la confesión que contiene el salmo responsorial: “Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros” (Sal 130,1).
El trato de san Pablo a los fieles de Tesalónica marca el ideal a los evangelizadores: “Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos” (1Tes 2,7).
Tres faltas graves
En el evangelio que hoy se proclama, Jesús advierte a la gente de las graves faltas que han cometido los letrados y los fariseos (Mt 23,1-7).
- La primera falta es la incoherencia. “No hacen lo que dicen”. Es verdad que repiten una y otra vez las enseñanzas de la Ley de Moisés pero ellos no viven de acuerdo con lo que enseñan. Conocen bien la letra de la Ley pero no han descubierto su espíritu.
- La segunda falta es la indiferencia. Ignoran los fardos pesados que tienen que soportar las gentes de su pueblo, y no se molestan en prestarles su ayuda. No han aprendido el valor de la compasión y no se deciden a imitar la misericordia de Dios.
- La tercera falta es la vanidad. “Todo lo que hacen es para que los vea la gente”. Han llegado a convertir su oración en un espectáculo para atraer la atención de las gentes. El único motivo que los mueve son los honores que anhelan recibir de su pueblo.
Tres advertencias
En la segunda parte de este texto evangélico, Jesús se dirige a sus propios discípulos con tres advertencias importantes (Mt 23,8-12).
- Por dos veces les dice que ninguno de ellos procure que le califiquen como Rabbí, es decir maestro. Su maestro es uno solo. Además todos sus discípulos han de reconocerse como hermanos y discípulos del Señor (Mt 23,8.10).
- Además, les pide que a nadie de la tierra llamen Abbá, es decir “padre”, porque uno solo es su Padre, el del cielo (Mt 23,9). Una vez más, Jesús quiere subrayar la fraternidad que une y ha de unir siempre a sus seguidores.
- Finalmente les advierte: “El primero entre vosotros será vuestro servidor” (Mt 23,11; 20,26). Es fácil recordar que eso mismo les había enseñado, cuando Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, le pedían que les concediera los puestos más importantes en su Reino.
– Señor Jesús, es preciso que reconozcamos con humildad que nuestra altanería y nuestra indiferencia escandalizan a los demás. Que tu Espíritu nos ayude a servir con humildad y diligencia a nuestros hermanos, puesto que todos nosotros somos hijos del mismo Padre celestial. Amén.