El pasado 24 de febrero se cumplieron dos años del comienzo de la invasión de Ucrania por Rusia. Una injusticia procedente de un abuso de posición dominante -el que tiene más fuerza avasalla al débil- sin ningún motivo, tan solo su propio capricho y por razones que no existen en la realidad, excusas para autojustificarse y tapar sus verdaderos intereses. Las cifras demuestran ser escalofriantes, se habla de 500.000 soldados muertos de ambos ejércitos; 10.000 civiles muertos, 18.500 heridos y más de 6,4 millones de personas han abandonado Ucrania.
Nuestra diócesis de Tarazona se implicó plenamente en su ayuda gracias a la iniciativa particular, en especial de dos voluntarios, Miguel y José Ignacio, poniendo a su servicio su mejor y más grande instalación, el seminario, para que sirviera de hogar a estas familias. Estuvieron con nosotros de marzo a diciembre de 2022. Durante este periodo, según iban encontrando trabajo, dejaban el seminario y se trasladaban a pisos de alquiler; las habitaciones que dejaban libres eran ocupadas por otros. Toda la sociedad se volcó en su ayuda desde políticos, empresarios, familias, Accem y muchas personas anónimas, pero llenas de caridad y solidaridad. Desde entonces nuestro seminario ha ido acogiendo a otro tipo de refugiados. Esta ha sido la cara amable que ha permitido a unas cuantas familias soñar con un futuro en paz.
En palabras del Papa Francisco “la guerra es siempre una derrota, sólo la paz merece la pena”. La pregunta es obligada: ¿es posible la reconciliación entre pueblos que se han enfrentado de forma tan cruenta? Sin duda es posible. Es cierto que los poderosos, los que mandan, a veces tienen la mente y el corazón tan llenos de sí mismos que es muy difícil que ellos tengan la humildad suficiente para iniciar el camino de la reconciliación. Necesitamos la paz que debe arrancar de la bondad del corazón y de la capacidad para buscar caminos de reconciliación. Hay que cambiar la percepción del otro como enemigo de guerra a la de hermano, un ser humano como nosotros, con la misma dignidad que nosotros.
Hay que sanar las heridas que deja toda guerra, la humanidad tiene que regenerarse a sí misma y esto sólo es posible si cada uno de nuestros corazones es capaz de perdonar y ver al otro como un hermano. Como dijo el Papa Benedicto XVI, “El hombre está hecho para la paz, que es un don de Dios”. Por esto los creyentes tenemos un papel más responsable a la hora de desear el fin de las guerras y es, pedir a nuestro Padre que nos conceda el don de la paz. Que nos concedan unos corazones nuevos para que las semillas del perdón y la paz puedan florecer.
Estamos en Cuaresma, tiempo para sanar nuestras vidas a través del arrepentimiento y la conversión. Recemos con fuerza por la paz, abrámonos a la misericordia divina y a la fraternidad, pidamos para que el Señor ablande los corazones de piedra de los poderosos, de los amigos de la guerra y los cambie por corazones de carne.
Que el mensaje de perdón que Jesús nos deja desde la Cruz pueble toda la humanidad.