¡Cuidado!, no te he preguntado si haces milagros. Ni si tienes poderes especiales. Tampoco si te consideras el mejor. ¡No! Simplemente si te consideras santo o santa. El próximo día 1 de noviembre la Iglesia celebra la festividad de “Todos los Santos”, y es una oportunidad especial para revisar nuestra vida y ver si merece ser considerada santa. Una oportunidad para ver si mi vida merece la pena, es decir, si mi vida está al servicio de los demás. Por nuestro bautismo estamos llamados a la santidad, a una vida sustentada por el evangelio de Jesús. Pero, ¿cómo es tu vida?
En la actualidad rápidamente calificamos a una persona de santo, pero cuidado, también de diablo o mala persona, según nos parezca su actuación o comportamiento. Tenemos una vara de medir la santidad muy personal y exigente para los demás y una valoración relajada para nosotros. Por eso la Iglesia en este día nos presenta como programa o camino de santidad las Bienaventuranzas (cf. Mt. 5, 3-12). Este día es una invitación personal a revisar nuestra vida, a confrontarla con el evangelio y ver si merece el calificativo de santa.
Cuando hablamos de una vida santa, no hablamos de milagros, ni de un camino de comportamiento excepcional, sino de un comportamiento responsable con las necesidades que nos presenta la vida. Y las Bienaventuranzas nos empujan a dar un paso al frente, pero un paso en mi vida. A luchar por la paz, quizás no la paz mundial, pero sí la paz cercana, la de mi casa, la de mi familia y amigos. Trabajar por la justicia, comenzando primero por mi vida, siendo justo en mis decisiones, en mis responsabilidades, justo con la gente que tengo al lado. Cercano con los que son perseguidos por ser creyentes, por manifestar la fe públicamente, apoyándolos y acompañándolos en ese caminar de ser coherentes con su fe. Próximo con los pobres y necesitados, que no tienen ni lo básico para vivir, que en muchos casos son juzgados como malos y peligrosos, solo por su apariencia. Bienaventurados también con los inmigrantes, que tanto debate y desconfianza política están generando en nuestra sociedad, en muchos casos cerrándoles todas las puertas de una nueva oportunidad.
Aquí no hay milagros, no hay héroes. A través de las Bienaventuranzas Jesús nos dice que todos podemos ser santos, que estamos llamados a ser santos. El Papa Francisco nos dirá en su exhortación apostólica “Gaudete et Exsultate” que son los santos de la puerta de al lado, “Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad de la puerta de al lado, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, la clase media de la santidad” (nº 7). Con esta reflexión el Papa Francisco acerca la santidad a nuestra realidad, y esto nos ayuda a plantearnos la vida como un servicio, en el día a día, siendo responsables en aquello que la vida nos está pidiendo.
Siguiendo la reflexión del Papa Francisco, voy más allá, y en mi vida compartida con el mundo de los pobres, con la cárcel, me he encontrado santos que vienen de las periferias. Sí, las periferias no solo son personas a las que perseguir, ni personas a las que encerrar. En las periferias he visto entregar ropa unos a otros que no tenían. He sido testigo en la cárcel, de invitar a un café, de pagar una llamada de teléfono con la familia que hace tiempo no hablaba. De escribirle una carta (en la cárcel todavía se escriben cartas) a un familiar. He presenciado el consuelo de un preso a otro ante una mala noticia. Sí, la santidad también puede venir de las periferias, esas que nunca miramos.
La santidad no es exclusiva de nadie, ni de ninguna condición social. No hacen falta milagros, no hay que ser una estrella. El próximo día 1 de noviembre puede ser tu día, debiera ser un día especial para ti, porque tú, yo, todos estamos llamados a ser santos. Cada uno desde nuestra realidad, desde nuestra condición, y la santidad no viene solo desde lo excepcional, sino desde lo sencillo, desde de la puerta de al lado o desde las periferias, nadie tiene la exclusiva y todos estamos llamados a ser santos