La Cuaresma es tiempo de gracia y salvación, tiempo de conversión de corazón a Dios y a los hermanos, y tiempo para dejarse reconciliar por Dios Por ello, es un tiempo propicio para experimentar la misericordia de Dios y vivirla con los hermanos.
La escucha atenta de la Palabra de Dios sobre la misericordia divina ilumina la oración, que lleva a contemplar el misterio de Dios, que es Amor. El nombre de Dios es misericordia. Misericordia significa el corazón que se abaja ante cualquier miseria humana. Es la palabra que mejor expresa el amor de Dios hacia la humanidad. Indica su disposición a aliviar cualquier necesidad humana y su infinita capacidad de perdonar. Es un amor eternamente fiel, que sigue amando a su criatura incluso cuando ésta se aleja de Él y la espera pacientemente. Es un amor compasivo ante cualquier sufrimiento humano; es un amor entrañable como el de una madre.
Jesús es la misericordia encarnada de Dios. Habla con palabras de misericordia, mira con ojos misericordiosos, actúa y cura movido por la compasión hacia los necesitados, desheredados y enfermos en el cuerpo y en el espíritu. La persona misma de Jesús es un amor compasivo que se entrega gratuitamente hasta muerte en Cruz por amor a toda la humanidad; sus signos, sobre todo, hacia los pecadores, los pobres, excluidos, enfermos y sufrientes son muestra de la misericordia de Dios.
Dios nos ha pensado a cada uno desde siempre y nos ha creado por amor y para el amor pleno, la felicidad y la salvación eterna. Con amor paciente y tierno nos indica como a sus hijos y amigos cuál es el camino. Si somos sinceros con nosotros mismos, reconoceremos que, por acción o por omisión, nos hemos alejado de Dios y del prójimo, de sus caminos hacia la Vida -sus Mandamientos-; si somos humildes reconoceremos que estamos necesitamos de perdón y reconciliación. Esto nos llevará al arrepentimiento de nuestros pecados y a la petición del perdón, para acoger, celebrar y experimentar personalmente la misericordia divina. Dios nos espera y nos acoge en la confesión, el sacramento de la misericordia, para darnos el abrazo del perdón que alegra su corazón.
La misericordia recibida de Dios transforma nuestros corazones; y nos capacita para obrar con caridad, para crecer en el amor, para poder ser misericordiosos como el Padre (cf. Lc 6, 36), ejercitando las obras de misericordia corporales y espirituales. Por la dureza de nuestro corazón puede que nos cerremos a Dios, a su voz y a su misericordia. Dejémonos evangelizar en esta Cuaresma escuchando, meditando, experimentando y viviendo el Evangelio de la misericordia.