Cerca de Nazaret, había un pueblecito, donde vivían unos amigos de María y José, que les ofrecieron un borriquito que les llevara hasta Belén, para realizar el empadronamiento que obligaba el decreto del gobernador. Era un borriquito de pelo blanco, juguetón. Lo único que le faltaba era hablar. Era cariñoso, tierno. Haría buen servicio acompañando a José y a María, junto a la caravana, donde debían ir juntos, para defenderse de los que asaltaban los caminos de peregrinos, para robarles y quedarse con sus pertenencias.
Al borriquito se le veía feliz.
María, embarazada, de vez en cuando se subía al borriquito, que se sentía inmensamente feliz, por llevar la mayor riqueza de la humanidad, al Hijo de Dios en el seno de la Virgen María.
Se divisa Belén. Son cuatro casas y media. Caen los primeros copos de nieve. Belén es el pueblo de origen de José. Le conocen, espera encontrarse con sus parientes.
El borriquito de pelo blando y suave le acompaña en todo. Con sus ojos grandes ve que a la Virgen le llegan dolores de parto, porque el Niño no puede esperar más.
Le dan al pobre José con la puerta en las narices. No le dejan estar en ninguna posada. Espera fuera María, que se consuela con el borriquito blanco, nervioso y cansado.
–Allá lejos hay una cueva. Id allí los tres.
El Niño va a nacer. Maria no puede más. Se sienta en el suelo, en un rincón que José ha acomodado como ha podido.
Cae la noche.
Cae la nieve.
A media noche nace Jesús.
José le ha puesto en los brazos de María. El borriquito, que no quería perderse el acontecimiento por nada del mundo, no se lo cree: «¡Vaya bebé mas guapo… más hermoso, es tan pequeñín y tan necesitado!»
Todos los que estaban en la cueva, los animales, la mula y el buey se acercan ante el llanto del Niño.
El borriquito, sabio, feliz, rebuznaba dando saltos de alegría. De pronto, al amanecer, empezaron a llegar pastores y pastoras, con muchas preguntas:
–¿Hay aquí un niño recién nacido? Le estábamos esperando. ¿Dónde está? ¿Es rubio o moreno? ¿Ya ha abierto los ojos? ¿Dónde están sus padres?
El borriquito sigue saltando y con sus saltos y brincos les indica que pasen y vean. Es el asombro de los pobres, ante un Dios que ama tanto la pobreza.
Entran todos los pastores, llevando sus presentes, y el pesebre se llena de miel y requesón, leche, algún pollo, flores silvestres y naranjas.
Cuando todavía no ha amanecido se oyen en el cielo ángeles cantando: «Paz en la tierra a todos los hombres que el Señor ama».
El borriquito, peludo y tierno, se quedó con ellos hasta la vuelta. Viendo a los pobres felices, los ángeles en el cielo y en la tierra cantaban y bailaban de alegría, diciendo: «Hoy os ha nacido el Salvador».