El Papa Francisco ha convocado un Jubileo, un Año Santo que empezará el 24 de diciembre de este año y durará hasta finales de 2025. El Jubileo es un año de gracia, no es una fiesta más, un tema más para entretenernos. Es una gracia que Dios nos ofrece, una oportunidad que nos da, y debemos aprovecharla. Oportunidad de conversión personal y comunitaria, una indulgencia para empezar de nuevo, como hacia el pueblo de Israel.
En el Antiguo Testamento, el jubileo era un año sabático en el que se descansaba; se ponían los esclavos en libertad, se dejaba de trabajar las tierras y se restituían las posesiones que se habían comprado: «Declararéis santo el año que cumple cincuenta, y proclamaréis la libertad a todos los habitantes del país. Este año será el año del Jubileo… Proclamaréis en la tierra la liberación para todos sus habitantes… Este año del Jubileo cada uno recobrará el patrimonio que se había vendido… Ese año no se sembrará ni segará… porque es el año del Jubileo, un Año Santo» (Lv 25, 8-17).
Y Jesús se presenta en el Nuevo Testamento como el enviado de Dios que ofrece al mundo el auténtico Año Santo que nos libera y nos salva: «El sábado, como tenía por costumbre, entró en la sinagoga y se levantó a leer. Le dieron el volumen del profeta Isaías, lo desplegó y encontró el pasaje donde está escrito: El Espíritu del Señor reposa sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos el regreso a la luz, a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año de gracia del Señor… Hoy se cumple esta escritura que acabamos de escuchar» (Lc 44, 16-21).
Esto, traducido y aplicado a nosotros, significa que Dios nos ofrece una gracia especial para la conversión, conversión personal y comunitaria que debe pasar necesariamente por la conversión de nuestros corazones. Y también es una oportunidad nueva y excepcional para reavivar la nuestra esperanza. Al convocar este año, el Papa ha querido unir la gracia del Jubileo a la de la esperanza.
En la Bula de convocación del Jubileo nos dice el Papa: «Spes non confundit», «la esperanza no defrauda» (Rm 5,5). «Vivimos en un mundo carente de esperanza, aunque en el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, incluso ignorando lo que comportará el mañana. Sin embargo, la imprevisibilidad del futuro hace surgir sentimientos a menudo contrapuestos: de la confianza al temor, de la serenidad al desánimo, de la certeza a la duda».
A menudo encontramos personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad. Que el Jubileo sea para todos ocasión de reavivar la esperanza. La Palabra de Dios nos ayuda a encontrar las razones de nuestra esperanza. Porque la esperanza no se fundamenta en previsiones de futuro, en estadísticas o cálculos de probabilidad. Nuestra esperanza se basa en el amor que Dios nos tiene. Dejémonos conducir por lo que el apóstol San Pablo escribió precisamente a los cristianos de Roma: «Justificados, entonces, por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos conseguido, mediante la fe, la gracia en la que estamos consolidados, y por él nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios […]. Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rm 5,1-2.5).
Preparémonos, pues, para vivir esta gracia del Jubileo. Y examinemos nuestro corazón y nuestra esperanza. ¿Dónde tengo puesta yo mi esperanza? ¿Qué es lo que espero?, ¿Cuál es mi esperanza?