Hoy celebramos la fiesta de san Juan María Vianney, también conocido como el cura de Ars, modelo para todos los sacerdotes católicos del mundo. San Juan María Vianney nació en una pequeña aldea de Francia a finales del siglo XVIII. Provenía de una familia campesina. Desde muy joven el Señor lo llamó a servirlo como sacerdote. Después de muchas dificultades, recibió la ordenación presbiteral a los veintinueve años.
Quisiera compartir con vosotros tres anécdotas de la vida del cura de Ars que nos pueden ayudar a convertirnos en mensajeros de la Buena Nueva, en apóstoles de la Eucaristía y en amigos de los pobres.
Cuentan que cuando san Juan María Vianney fue nombrado párroco de Ars fue a pie a su nuevo destino. Parece que, debido a la niebla, se desorientó hasta que encontró a un joven pastor que le indicó de nuevo el camino. Juan María Vianney, agradecido, le dijo al pastor: «tú me has mostrado el camino de Ars, yo te mostraré el camino del cielo». También nosotros estamos llamados a acompañar a nuestros hermanos y a acercarlos a Cristo. Él es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Él nos abre las puertas del cielo.
El cura de Ars era un enamorado de la Eucaristía. Cuando era niño, debido a la situación política de Francia, recorría largas distancias para asistir a misa de forma clandestina. Siendo ya sacerdote, celebraba la Eucaristía y los demás sacramentos con tanta devoción que atraía a numerosos fieles a su parroquia. Que su testimonio y su intercesión nos ayuden a que la Eucaristía sea el centro de nuestra vida, a decir como los primeros cristianos: «sin la Eucaristía no podemos vivir».
San Juan María Vianney amaba con ternura a los más vulnerables. Los pobres eran sus amigos. Fue capaz de vender todos sus bienes y repartir el dinero entre los necesitados. Explican sus biógrafos que tenía una predilección especial por una mujer ciega que vivía al lado de la iglesia. El cura de Ars se acercaba a menudo a ella sonriendo y le dejaba alimentos o unas monedas sin decirle nada. Ella jamás supo que era San Juan María Vianney quien la ayudaba. Este entrañable gesto muestra la inmensa generosidad de este hombre. Servir a nuestros hermanos sin querer ser protagonistas ni esperar nada a cambio nos enriquece y llena de paz.
Queridos hermanos y hermanas, pidamos a Dios que nos regale buenos sacerdotes como el cura de Ars, enamorados de Cristo y de la Eucaristía. Hombres que sepan acoger y cuidar a los más necesitados. Que el testimonio de san Juan María Vianney nos convierta en apóstoles generosos que se entreguen a los demás con amor, creatividad y alegría. Demos gracias a Dios por tantos sacerdotes ejemplares que nos han ayudado y nos ayudan a acercarnos a Dios y a los hermanos, como nos lo enseña Jesucristo, el Buen Pastor.