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Vía crucis 2024: junto a la cruz de Jesús

El autor
Córdoba, 1978. Fraile Dominico. Sacerdote. Licenciado en Derecho y en Teología Moral. Trabaja en el mundo de la educación y de los jóvenes. Escritor y columnista. Parroquia Santo Cristo del Olivar de Madrid. Predicador.

Introducción
Catorce meditaciones que son como parte de una conversación hoy día. Son de actualidad, con la convicción de que la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, lo que recorremos en el vía crucis, no son tan solo acontecimientos históricos sucedidos hace dos mil años, sino que siguen llegando hasta hoy. Iluminan el presente. Pero más aún. Lo traspasan, lo informan. Cada acontecimiento de hoy tiene los ecos y las huellas del acontecimiento central de la historia humana: la encarnación del Verbo. No son, pues, meditaciones estrictamente bíblicas, ni mera recreación espiritual de cada una de las estaciones. Intentan ser reflexión de cómo la experiencia de la pasión sigue hablando hoy en nuestro tiempo y nuestro mundo.

Modo de empleo
Al modo más clásico y común. Ponerse en presencia de Dios. Invocarlo. Leer la Palabra. Meditar. Dejar que el silencio resuene. Y orarle. Solo algo diferente, quizás, y no tanto: junto a cada meditación se ofrece una pieza musical de un autor contemporáneo de música sagrada, que pueda sonar como acompañamiento de cada estación. Buscar el rostro del Señor. 

Ilustraciones
Antonio Jesús Marcos


Primera estación

Jesús es condenado a muerte

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu santa cruz redimiste al mundo

Música: John Tavener. Funeral Ikos

Del Evangelio según san Mateo 
Y Pilato les preguntó: «¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?». Contestaron todos: «Sea crucificado». Pilato insistió: «Pues, ¿qué mal ha hecho?». Pero ellos gritaban más fuerte: «¡Sea crucificado!». […] Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.

En demasiadas ocasiones nos convertimos en jueces condenatorios de los demás. De quienes no piensan o ven el mundo como nosotros. Toda esta realidad social que vivimos de enfrentamiento y agresividad no es solo fruto de los otros. No podemos mirar lo que nos rodea desde el enfado, la beligerancia y la condena constante. Condenamos a muerte, a muchas muertes, a muchos tipos de muerte, pero todas muertes, cuando sumamos nuestra actitud a las de los demás en los destierros y alejamientos y cerrazones de las razones personales. Es legítimo y bueno tener convicciones, cuidar la identidad. Pero cada condena, de fondo, encierra una profunda injusticia: la de tener al otro por un todo, tomando solo la parte que lo separa de mí. La de no ver al otro más que en lo que tiene de distinto a mí. La condena de Jesús es la condena del inocente por razones propias y egoístas. El miedo en Pilato. En los sacerdotes de Jerusalén, mantener su posición y su dominio sobre Dios. Para ambos era legítimo condenar a Jesús, pues pensaban que con ello obtenían lo deseado. Condenar aquí, hoy, por parte de uno, a la completa distancia, al abismo, a la muerte para mí, al que no cree, no piensa, no vive como yo, no hace sino destruir los puentes posibles de la convivencia. Aunque en mis convicciones parezca legítimo. 

Pero lo cristiano, el testimonio de silencio de Jesús en su condena, nos dice que otra es la manera de estar desde el amor en el mundo. No hablo de un buenismo que todo transige y que baje las manos, impotente; hablo de que nuestra mirada y nuestro corazón crezcan, se ensanchen y se amplíen al latido de Jesucristo, para acoger a los otros. 

Padrenuestro, avemaría y gloria.


Segunda estación

Jesús carga con la cruz

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu santa cruz redimiste al mundo

Música: Ēriks Ešenvalds. The first Tears

Del Evangelio según san Mateo 
Entonces los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la cohorte: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y trenzando una corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo: «¡Salve, rey de los judíos!». Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.

Con cuantas cruces cargamos a los demás que podríamos evitarles. A veces tan simples como nuestras reacciones destempladas. Nuestro pagar la cotidianeidad que nos agobia con los que tenemos cerca. Nuestros miedos, nuestros enfados, nuestras preocupaciones. Cargar a otros con cruces es cargarles con nosotros mismos. No ponerles a ellos por delante de nosotros. Olvidarnos de los demás y de sus propias situaciones para dejar que solo el yo sea el centro de todo cuanto existe. Terrible eco aún de la caída del Paraíso: ser nosotros los dioses. Hacernos reyes poderosos a los que todos sirvan y rindan pleitesía. Solamente importar nosotros mismos. Eso en lo cerca, cotidiano. Pero hay un lejos, menos claro, menos consciente, menos expreso, pero del que también formamos parte: como con nuestras maneras de vivir, de consumir, de comprar, de gastar, de comer, de vestir, de viajar, cargamos con cruces terribles a tantos en tantos lugares. Jesús se identifica con todos los torturados, de tantas formas, no solo las físicas, que también, de todos los lugares del mundo, que sufren cruces crueles y terribles. Muchos hablan de que el mayor sufrimiento en la pasión de Jesús no fue el físico, aunque lo sufriera, sino el moral del abandono, el desprecio, la injusticia, y la burla. Cuántas cruces hacemos cargar a otros de modo tantas veces inconsciente y casi sin querer. Cuánto necesitamos la memoria, no olvidar, resituarnos siempre. Cuánto no dejar de mirar a Jesucristo, memoria y amor de otra manera de estar. 


Tercera estación

Jesús cae por primera vez

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu santa cruz redimiste al mundo

Música: John Tavener. Mother and child

Del libro del profeta Isaías
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron.

No hay vida ninguna que no tenga caídas en su historia. No hay vida ninguna sin errores, sin pecados, sin momentos de desacierto y daño cometido. Los seres humanos estamos hechos así. Fustes torcidos. Caídas acumuladas. Algo tan real, tan de toda biografía, que nos sitúa de frente a la necesidad del perdón. Necesitamos ser perdonados. Levantados cuando caemos estrepitosamente. Justo ahí, hundidos por el realismo de nuestro mal, con nuestra comprensión de nosotros mismos y nuestro rostro que tanto nos gusta, roto y deformado por nuestros propios actos, justo ahí, es cuando más necesitamos ser amados. Perdonados. Levantados. Sanados. Y esto que tan fácil resulta leer aquí, comprenderlo y compartirlo, esto que tan en la entraña del cristianismo está, esto que tan comprensible lo vemos cuando uno mismo vive la necesidad del perdón, esto es realmente difícil hacerlo cuando somos nosotros quienes hemos sufrido el daño y el mal. Cuando nos ha caído encima el pecado del otro. Por eso, mirar a Jesús cayendo bajo el peso de la cruz que nosotros cargamos a otros tiene el inmenso valor del perdón. De recordarnos que nuestro perdón nace del perdón de Dios. Que otro antes que nosotros perdonó total y radicalmente. Que si Dios mismo es capaz de perdonar nuestra caída, cayendo él mismo bajo el peso de nuestros males, nosotros estamos llamados siempre a hacer lo mismo: Alzar a los que caen ante nosotros, incluso sobre nosotros, con el perdón. 

Padrenuestro, avemaría y gloria.


Cuarta estación

Jesús encuentra a María, su madre

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu santa cruz redimiste al mundo

Música: James MacMillan. Behold, Thy Mother!

Del Evangelio según san Lucas
Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones». […] Su madre conservaba todo esto en su corazón.

No creo que exista mayor dolor que el de una madre que pierde a su hijo, a su niñito, a la vida de sus entrañas. No puede haber desgarrón en el alma y el corazón mayor que ese. Que uno pierda a una madre es parte de la natural ley de la vida y la muerte, la única certeza que cada ser humano traemos al mundo. Pero que una madre pierda a un hijo rompe cualquier ley de vida. Cualquier lógica del corazón. Mirar a María en la pasión nos hablará de cómo permanecer en pie en el dolor. De cómo sostenernos nosotros cuando la vida aprieta, cuando la vida ahoga, cuando la vida no llega, cuando la vida duele. No podemos evitarlo. A veces, la vida duele. Se trata ahí entonces de cómo sobrellevarla. Con qué energía interna sostenernos en la prueba y el dolor. Qué fuerza sacar y dónde agarrarnos en medio de la tormenta. Mirar a María, al pie de la cruz, tendría que recordarnos una máxima que sacamos de la pasión de Jesús: si algo no ha terminado bien, aún no ha terminado del todo. La esperanza contra toda esperanza está sostenida en la cruz del Señor. La entereza ante la adversidad, aún en medio de las lágrimas y los gritos, se nutre de la esperanza. De la confianza en Dios. De no dudar que Él, siempre, sabrá salir de algún modo, tantas veces inesperado, en nuestra vida como respuesta al dolor. 

Padrenuestro, avemaría y gloria.


Quinta estación

Simón de Cirene ayuda a llevar la cruz de Jesús

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu santa cruz redimiste al mundo

Música: Arvo Pärt. Psalom

Del Evangelio según san Mateo
Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a llevar su cruz. Entonces dijo a los discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga».

Cada día se nos ofrecen múltiples momentos en los que poder ayudar a otros a cargar sus cruces. De instantes en los que podemos sostener a quienes se zarandean bajo el peso de lo cotidiano, tenemos el día lleno. A Simón, el de Cirene, le obligaron porque pasaba por allí; a nosotros se nos invita a abrir los ojos a nuestro alrededor, a tensar la atención de nuestra disponibilidad mirando más allá de lo que vemos. Los actos de amor son cotidianos instantes en los que salir de nosotros mismos. De nuestras rutinas y obligaciones autorreferenciales. Para captar que hay a nuestro alrededor tantas vidas que caminan oprimidas con el peso de la angustia y la preocupación, y que necesitan un hombro hermano para llevar, siquiera un trecho del camino, sus pesos y sus cruces. No son necesariamente inmensos gestos de donación. A veces, la forma de ser cireneos es sutil y pequeña. Son muchas las maneras de sostener y amar. Sin más un mensaje, un abrazo, una atención, una llamada, una palabra, una ayuda gratuita, pueden ser detalles inmensos de amor que sostengan a quien se tambalea. Las cosas de Dios se juegan en lo pequeño y escondido. No hay fuegos de artificio brillantes cuando de amar se trata, porque en la donación generosa ordinaria está presente el Señor Jesús amando y ayudando, con nuestro concurso, a llevar la cruces de otros. Como otros hacen con nosotros. Como el mismo Señor cargó con las nuestras. 

Padrenuestro, avemaría y gloria.


Sexta estación

La Verónica limpia el rostro de Jesús

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu santa cruz redimiste al mundo

Música: John Tavener. Threnos

Del Libro del profeta Isaías
Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente.

La belleza se muestra de muchas maneras y no siempre suelen ser los oropeles y los reflejos brillantes los que la señalan. Un rostro deformado o agotado, exangüe, bajo el peso de la entrega por amor, encierra toda la belleza que puede el ser humano crear. El gesto de amor de esa mujer sin nombre: Verónica la hemos llamado por ser la que limpia el vero ikonos, la verdadera imagen de Jesús, el rostro hermoso del Señor, deformado por la entrega y el dolor, nos trae dos hechos a no olvidar. El verdadero rostro de Dios es el del amor entregado, aun en medio del sufrimiento. El rostro de Dios se nos ha mostrado saliendo de la niebla y el humo de lo abstracto y escondido, para que el ser humano entienda que la auténtica belleza está en la entrega de amor. La existencia humana comporta siempre una inevitable carga de sufrimiento. No es el sufrimiento, per se, nunca bueno. Pero si ese dolor se lleva desde el amor, desde la donación de uno para que la vida de los demás sea mejor, ese dolor cobra sentido. Y se carga de belleza. Belleza y amor van tan intrincadamente conectados que es la donación amante de uno mismo a los demás la que hace que se pueda captar belleza en lo aparentemente deforme, grotesco y escandaloso, como la cruz de Cristo. Y otra clave nos recuerda la Verónica: cada gesto de amor y de cuidado que tengamos con el que sufre, además de cargarse de belleza, es un gesto infinito que no se agota, porque recuerda a la condición humana su verdadera razón de ser, la de seres que aman. 

Padrenuestro, avemaría y gloria.


Séptima estación

Jesús cae por segunda vez

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu santa cruz redimiste al mundo

Música: James MacMillan. Memento

Del Libro de las Lamentaciones
Yo soy el hombre que ha conocido el sufrimiento bajo la vara de su cólera; me ha conducido y llevado a la tiniebla y no a la luz. […] Ha cerrado mis caminos con sillares, ha retorcido mis sendas. […] Me ha roto los dientes con piedras, me ha aplastado en el polvo.

Agotados bajo las cargas de la entrega por amor, el ser humano se engrandece. Elegir colocarse en el suelo del camino, polvoriento o embarrado, por amor a los que la vida arroja a las cenizas, engrandece la condición humana. Abre a la presencia divina en el mundo. Postrados en tierra, conectados con esa tierra de la que salimos y a la que regresaremos, la realidad se ve de otro modo. Mirar desde abajo, desde el barro que tantas veces pisamos y en los que tantos yacen, engrandece nuestra mirada y nuestro corazón. Abre nuestra conciencia. Nuestro mundo desarrollado no ve cuánta gente postrada hay. Se ha acostumbrado a pensar que es desde arriba y las alturas desde donde realmente se vive la vida. Nos ha ido seduciendo con la idea de que en el éxito, la riqueza, la grandeza, la comodidad, es donde vivir merece la pena. Pero nos abofetea con el precio para ello: para que unos vivan en el esplendor, otros han de ser sacrificados en su existencia. Otros han de ser el suelo del camino que pisar para alcanzar los objetivos de comodidad y bienestar. Que Jesús, de nuevo caído, abrace y bese el suelo, es una forma de besar y hacerse uno con los que, tirados y arrojados a los lados, al barro, nos recuerdan que a nuestro mundo le falta mucho para crecer en el amor. Jesús, el Señor, caído por segunda vez, nos recuerda y nos invita a postrarnos también nosotros entre nuestros hermanos caídos bajo el peso del mundo.  

Padrenuestro, avemaría y gloria.


Octava estación

Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu santa cruz redimiste al mundo

Música: Arvo Pärt. The beatitudes

Del Evangelio según san Lucas 
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Entonces empezarán a decirles a los montes: “Caed sobre nosotros”, y a las colinas: “Cubridnos”; porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?».

Nuestras acciones tienen consecuencias. Como civilización no deberíamos olvidar la máxima de que todo tiene un precio, que toda acción tiene un eco en la vida de los demás. Vivir de una determinada manera, sin pensar cómo afecta lo que hacemos a otros, a lo que vendrá, es vivir ciego a la realidad. Nos hemos acostumbrado a vivir como si estuviéramos en un eterno presente. Pero caerá y nos golpeará en el realismo de las consecuencias. Las lágrimas de las mujeres y la advertencia del Señor Jesús nos suena como un llamamiento: ¡cambiad de vida! ¡convertíos! ¡mirad en el tiempo! Aún hay tiempo de que las consecuencias no sean las que nos destruyan a todos. El Profeta de Galilea, como todos los profetas, no es que vea el futuro sin más, es que nos llama a saber que el tiempo no está escrito, que Dios no determina sin más lo que ha de suceder al margen de nosotros mismos y de nuestra libertad. El Señor Jesús nos pone ante nuestra propia responsabilidad y libertad. Ante nuestras acciones. Hijos e hijas de Jerusalén, madres y padres en el tiempo: ¡abrid los ojos! Porque llegarán días en los que desearemos haber estado en el mundo de otro modo… ¡Aún podéis ser y estar de otro modo! Que solo uno, el Señor, sea el leño triturado por amor a los hombres. Ábrete, mujer y hombre de Jerusalén, al don de la vida y la muerte que hizo el Señor por nosotros. Al don del amor. 

Padrenuestro, avemaría y gloria.


Novena estación

Jesús cae por tercera vez

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu santa cruz redimiste al mundo

Música:  Ēriks Ešenvalds. O salutaris hostia

Del Libro de las Lamentaciones 
Es bueno que el hombre cargue con el yugo desde su juventud. Siéntese solo silencioso cuando el Señor se lo impone; ponga su boca en el polvo, quizá haya esperanza; ponga la mejilla al que lo maltrata y se harte de oprobios. Porque el Señor no rechaza para siempre; y si hace sufrir, se compadece conforme a su inmensa bondad.

Una vez más. De nuevo. La sensación de no poder más. De volver a ser oprimido por el peso de lo que nos rodea. La impotencia como tentación a dejarnos postrados por el suelo, a dejar de levantarnos, a dejar de alzarse. A rendirse y bajar las manos. Líbranos de la tentación, Señor, de quedarnos postrados y caídos. San Agustín recordaba que el santo no es quien nunca cae, sino quien siempre se levanta. Un escritor espiritual, dominico él, decía que la parábola del hijo pródigo estaba incompleta y le faltaba narrar cómo volvía a huir y caer… y volvía a regresar. Volver a caer y volver a levantarse. Flaco favor nos ha hecho en el crecimiento espiritual no reconocer que caemos una, dos y tres veces. El tres como símbolo de todo lo que hace falta que pase para que las cosas cambien. Para que nosotros cambiemos. Duele la conciencia de la finitud y del pecado. De la caída constante. Pero mirar a cómo el Señor de la vida, el Señor Jesús, volvía a caer, por tercera vez, por amor, bajo el peso de tantas caídas nuestras, abrir el corazón al inmenso amor de Jesús cayendo por nuestras caídas, es una llamada a que no todo está perdido. Ver cómo vuelve a levantarse, es una esperanza para cada día nuestro, una invitación a no olvidar que estamos llamados a vivir en pie, libres, no esclavos de nuestras caídas. Arriba, se acerca nuestra salvación. 

Padrenuestro, avemaría y gloria.


Décima estación

Jesús es despojado de sus vestiduras

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu santa cruz redimiste al mundo

Música:  Arvo Pärt. Da pacem domine

Del Evangelio según san Mateo 
«Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir lugar de la Calavera), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo».

No debe haber experiencias comparables a la de que nuestra desnudez quede expuesta a la vista de otros. Todo lo que intentamos esconder y cubrir bajo los ropajes de nuestra palabra, de nuestra cotidianeidad, puesta a la luz ante los demás. Nuestra vergüenza. No es la desnudez física, que también. Es el pudor de cuanto consideramos por un lado propio y solo nuestro. Y, de otro, aquello que nos avergüenza mostrar. Nuestra pequeñez, nuestra debilidad, nuestros errores. Nuestros pecados. Que nos arranquen lo que creemos ser, lo que mostramos a los demás que somos, lo que, pensamos, nos tiene seguros y a salvo, para quedar con nuestra más mísera realidad ante los ojos de los demás. La verdad de lo que somos, puesta ante todos. Jesús, el Señor, nos muestra que no es jamás una vuelta atrás la desnudez de la verdad. Él, que nunca nada ocultó, que siempre fue luz limpia de palabra y de signos para los demás, es desnudado como intento de humillarlo, como consecuencia del egoísmo. Y sin embargo, en su desnudez, se muestra su plena luz de salvación. La cruz nos trae la salvación. Ahí nos vuelve a decir que solo abrazando la verdad, solo acogiendo todo lo que somos, tan solo acogiéndole a Él, podemos alcanzar su luz y su salvación.  


Decimoprimera estación

Jesús es clavado en la cruz

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu santa cruz redimiste al mundo

Música:  Ēriks Ešenvalds. In paradisum

Del Evangelio según san Mateo
Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Este es Jesús, el rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda.

Hemos convertido el signo de la cruz, los dos trazos que señalan a todos los puntos, en un signo cultural. Tras dos milenios lo hemos vaciado de la intensa carga de significado que en su origen fue: un instrumento de tortura y asesinato para criminales. La hemos dulcificado. Es cierto que porque el centro de su significado no está en los maderos, en el abyecto objeto que es, sino en quien estuvo colgado de ella y en el inmenso gesto de amor que suponía: que el justo entregue su vida ante el injusto por amor a los injustos de toda la historia. Que el Señor Jesús pasase por criminal, que un aparente fracaso coronase sus años entregados a Dios y a los hombres, sigue siendo escandaloso. Que el único justo fuese ajusticiado explica el abandono por miedo de los suyos. Clavado entre salteadores y ladrones. Como un ladrón más. El mismo Dios haciéndose uno con todos los ajusticiados del tiempo. Es incomprensible y escandaloso. No es posible que nada pueda salvarse así. Hoy seguimos huyendo del escándalo que significa. Caemos en la tentación de dulcificar demasiado la cruz. La intentamos domesticar. La rebajamos, tantas y tantas veces, con nuestro exceso de emotivismo. Con nuestras palabras y nuestros gestos de creyentes. Estamos llamados a la felicidad y la alegría en el Señor, claro está, es lo que Dios desea para sus hijos, pero no nos atrevemos a acoger el misterio de la lógica de la cruz: solo desde el fracaso, solo desde la agonía, desde el escándalo, desde la incomprensión, podemos dejar a Dios que actúe según su misterio y su propia razón. Solo así no domesticaremos a Dios. 

Padrenuestro, avemaría y gloria.


Decimosegunda estación

Jesús muere en la cruz

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu santa cruz redimiste al mundo

Música:  James MacMillan.  Eli, Eli, Lama Sabachtani

Del Evangelio según san Mateo
Desde la hora sexta hasta la hora nona vinieron tinieblas sobre toda la tierra. A la hora nona, Jesús gritó con voz potente: «Elí, Elí, lemá sabaqtaní» (es decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»). Al oírlo algunos de los que estaban allí dijeron: «Está llamando a Elías». Enseguida uno de ellos fue corriendo, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían: «Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo». Jesús, gritando de nuevo con voz potente, exhaló el espíritu.

La vida del ser humano está hecha de muchas muertes. Morimos muchas veces en nuestra existencia hasta que nos llega la experiencia del final, de la muerte final. La vida nos enfrenta una y otra vez al drama de esa realidad. Con cada fracaso, con cada frustración, con cada pecado. Cada daño hecho y recibido es una muerte. Hemos de morir a nosotros mismos una y otra vez, y no ya por propia opción, en un estéril ejercicio de voluntad, sino porque la trama de la existencia es así. Ya se ocupa la realidad de imponernos la muerte. Las muertes de lo que hemos sido. Pero en nuestra fe sabemos que morir es solo un paso a otra vida. Morimos para abrazar nuevas vidas. No es lo mismo morir que morirse. Morir sin esperanza que ser consciente de la muerte. No es lo mismo abrazar la muerte que dejarse morir desesperado. La condición creyente, y así nos lo enseña la misma muerte de Cristo, es la de abrazarse conscientemente a la muerte en una opción de confianza ante Dios. El grito de Jesús en la muerte es el grito del salmista que se entrega a la voluntad de Dios en un ejercicio de absoluta confianza. La muerte del Señor Jesús, con ese desgarrador grito, es al fin dejar a Dios que actúe. Saber que uno ya nada puede más que confiar. Que uno ha entregado absolutamente todo lo que era, hasta la propia vida, por amor a Dios. La muerte en cruz del Señor nos deja ante el silencio inmenso del que solo puede confiar en Dios. Cada muerte de nuestra vida, y morir duele, nos deja ante la situación sin aliento de no poder hacer otra cosa más que esperar en Dios. Y confiar en que jamás nos abandona.


Decimotercera estación

Jesús es bajado de la cruz y puesto en brazos de su madre

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu santa cruz redimiste al mundo

Música:  John Tavener. Lament of the Mother of God

Del Evangelio según san Juan
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena.

Nuestra condición humana es corporal, física, no somos ni podemos ser espíritus puros, almas desencarnadas. Lo real, lo que podemos tocar, oler, sentir, es parte de lo que somos. Ahí está toda la inmensa sabiduría de Dios con la creación y la encarnación. Somos cuerpo y necesitamos lo corporal para entender, para ser. Y es un inmenso don. La ausencia de vida en el cuerpo del Señor, como algo físico experimentado por su madre, lleva nuestra imaginación a todas esas veces que, de niño, cogería en brazos María, como todas las madres, como todos los padres, a su hijo Jesús. La que lo llevó en su vientre, le dio a luz, lo amamantó, lo abrazó, le dio vida, ahora lo abraza muerto. Lo toca inerte. Azotado. Roto. Ensangrentado. El peso en el corazón de la Virgen, el lamento de una madre, se hace físico en el contacto. Lo ha sido para quienes han tocado al Señor al bajarlo de la cruz, sujetando su cuerpo con el cuerpo propio, mientras lo descienden. También nuestra fe necesita de esa mediación física, del contacto. Del otro. Del abrazo, la mano, el gesto. Del Sacramento. El cuerpo de Cristo, abrazo por su madre, descendido por sus amigos, viene a nuestro encuentro en cada Eucaristía. Se nos hace físico y real a través de la Iglesia en el pan y el vino, en su cuerpo y su sangre a los ojos de la fe. Viene a hacerse nuestro cuerpo con el suyo, a alimentarnos, a conformarnos por dentro, pero también físicamente. Como Iglesia. La Virgen María, abrazando el cuerpo de Jesús, nos recuerda que también nosotros podemos acoger el cuerpo del Señor Jesús en su Sacramento. Podemos abrazarlo si miramos con los ojos de la fe. 

Padrenuestro, avemaría y gloria.


Decimocuarta estación

Jesús es sepultado

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu santa cruz redimiste al mundo

Música:  Ēriks Ešenvalds. Stars.

Del Evangelio según san Mateo 
José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en su sepulcro nuevo que se había excavado en la roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. 

En el oscuro silencio del sepulcro, entre sábanas limpias y mortajas, el tiempo se detiene. Todo lo que alguna vez ha existido, todo lo que existirá, está en ese espacio vacío a oscuras que acoge el cuerpo muerto del Señor. La pasión, la cruz, la muerte, la entrega por amor, allí condensada donde el tiempo se hace espacio y el espacio se vacía, cruza toda la realidad como ondas que se expanden a través de todo lo que pueda llegar a existir, informándolo y conformándolo. En ese oscuro sepulcro está el misterio absoluto de Dios. No nos queda sino contemplar. Esperar. Recordar. No olvidar dos claves que están en la entrega del Jesús hombre. Una, la esperanzada y confiada entrega en las manos del Padre. Él sabrá, siempre ha sabido, qué hacer con toda la vida derramada por Jesús, por qué pasa todo. La otra, la conciencia de que su vida ha sido una entrega por amor absoluto a Dios y a los hombres. Dos claves también en el Jesús Dios: en esa muerte en cruz están todos los males, mentiras, muertes y daños de la humanidad, todo nuestro pecado, abrazado con amor, para nuestra redención. Para nuestra salvación. Y otra. Que la pasión de Jesús no es solo algo que sucedió en aquel Jerusalén de hace casi dos mil años, ni algo que solo tuviera consecuencias para el propio Jesús. Aquel acontecimiento cambió la historia de la humanidad. De antes y de después. Y sigue teniendo su efecto hoy. En ese oscuro sepulcro está el centro de todo lo que ha sido, es y será. Ahora solo nos queda esperar.  

Padrenuestro, avemaría y gloria.

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