Celebramos este tercer domingo de noviembre la Jornada Mundial de los Pobres que nos propuso el papa Francisco el año 2017. Fue una feliz iniciativa para toda la Iglesia que mostró la preocupación del Santo Padre por esta realidad sociológica, que afecta a personas concretas de nuestro entorno y que eleva la mirada a una consideración teológica. Preocupación personal que se transforma en un deseo de alcanzar una amplia dimensión entre los cristianos. Que todos los católicos lleguen a sentirse implicados en esta evidente realidad y se pongan manos a la obra para que la valoración sobre los pobres y sobre la pobreza en general sea una característica esencial en su proceder tanto personal como comunitario. Seguro que esa fue la intención del Papa.
Mi primera constatación de este año: la insistencia de este tipo de recuerdos, de celebraciones y de compromisos no parece revertir la percepción que una parte de nuestra sociedad mantiene sobre las riquezas que atesora la institución eclesial. Da la impresión de que utilizamos muchas veces la palabra, que argumentamos con las actividades sociales de un montón de personas e instituciones de Iglesia, que hay admiración por este hecho pero… se continúa con la acusación de falta de sensibilidad cristiana ante esta flagrante desigualdad. Dando un paso más en esta línea nos parece todavía más injusto el tratamiento de incoherencia entre los mandatos del Señor y las vidas de sus seguidores. En la larga historia de la Iglesia hay sombras que deben ser reconocidas y enmendadas pero hay también mucha luz en la actuación de sus miembros, algunos anónimos y otros reconocidos y admirados por todos los demás hasta el punto de ser propuestos como dignos de ser modelos de caridad cristiana hacia los que les rodean. Son santos que han gastado sus vidas al servicio del prójimo como clara consecuencia del seguimiento de Jesucristo.
Con motivo de esta Jornada se han preparado en nuestra diócesis algunas actividades centradas en la oración y en la celebración para ayudar y sensibilizar en el camino señalado por el papa Francisco. Por ejemplo en la parroquia de san Antonio María Claret durante la tarde de este sábado. Está abierto a todos los que deseen participar.
En el clima de esta propuesta universal me parece oportuno, como cada año, hacer referencia al Mensaje que escribe el papa Francisco como reflexión para la Jornada. Lo ha titulado La oración del pobre sube hasta Dios (cf. Sirácida 21,5). En el año dedicado a la oración, con vistas al próximo Jubileo Ordinario 2025, el Mensaje se centra en la oración del pobre que siempre es escuchada por Dios y es un camino seguro para encontrarse con todos los pobres y compartir su sufrimiento. Hay muchos temas relacionados con la fe en Dios y con la observancia de la ley a los que el autor del libro del Eclesiástico dedica su atención pero da un mayor espacio a la oración; desde la juventud buscando la sabiduría recurría siempre a la oración. Empieza el texto con la referencia a la Palabra de Dios.
Continúa la reflexión afirmando el lugar privilegiado de los pobres en el corazón de Dios; la violencia provocada por las guerras que producen muchos más pobres; la necesaria humildad de corazón para reconocerse pobre sabiendo que no tiene apoyos materiales y sólo en Él pone su confianza; aduce alguna biografía de cristianos modélicos. Afirma taxativamente “la oración halla la confirmación de su propia autenticidad en la caridad que se hace encuentro y cercanía”.
Dedica las últimas líneas a recordar el lema del Año Santo aconsejando que cada uno debe hacerse peregrino de la esperanza y amigo de los pobres siguiendo las huellas de Jesús.