Pedro siempre forma parte del núcleo más cercano a Jesús. Él es de los seguidores de primera hora, de quienes están presentes en el monte Tabor en el momento de la transfiguración (Cf. Mt 17,1), en Getsemaní en el momento de la oración angustiada de Jesús (Cf. Mt 26,37), y es testigo temprano, con el discípulo amado, de la resurrección (Cf. Jn 20,3). Jesús lo constituyó en la piedra sobre la que edificar su Iglesia (Cf. Mt 16,18), y es aquel a quien encomendó apacentar a sus ovejas (Cf. Jn 21,15-17).
El Señor hizo únicamente a Pedro la piedra de la Iglesia, le dio las llaves y el instituto pastor de todo el rebaño, nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica (CEC 881), y la Constitución Dogmática Lumen Gentium del Concilio Vaticano II, uniéndolo a la figura del Santo Padre, nos dice también que «el Romano Pontífice es, como sucesor de Pedro, el principio perpetuo y el fundamento visible de la unidad, tanto de los obispos como de la multitud de los fieles» ( LG, 23).
El Papa es, pues, el sucesor de Pedro, quien hoy hace su función, y ésta es una realidad dogmática que la Iglesia proclama y ha estado proclamando desde hace siglos, siguiendo la doctrina que se basa en la Sagrada Escritura y en la Tradición (Cf. LG, 14). Hoy el papa Francisco es, pues, Pedro, como antes lo fueron tantos otros, en una parte de los cuales la Iglesia ha reconocido su santidad.
La relación del conjunto de la Iglesia con el sucesor de Pedro se ha resumido a menudo en una expresión latina que nos dice «cum Petro et sub Petro», que significa «con Pedro y bajo Pedro», es decir, en comunión con el Papa y siguiendo aquél a quien creemos que Cristo ha puesto al frente de su Iglesia y ha sido elegido por un colegio que, teniendo atribuida esta función, actúa inspirado por la acción del Espíritu Santo.
Cada Santo Padre tiene su propio talante, porque cada uno tiene su propia personalidad. Pero al mismo tiempo representa siempre a Pedro y lo que Pedro significó en su momento, siendo instituido con una función concreta dentro de la Iglesia por el mismo Cristo. Pero nosotros, a menudo, y como nos dice el Apóstol, afirmamos: «Yo soy de Pablo»; otros: «Pues yo, de Apolo»; otros: «Yo, de Cefas» (1 Co 1,12). Ante esta división, san Pablo se pregunta: «¿No significa esto que vivís de manera puramente humana?» (1Co 3,4). También hoy nos resuenan de nuevo las palabras de Cristo: «Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esa piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,18).