Ésta es la pregunta que hay que hacernos para discernir y valorar nuestra fe. No haría falta otra. De nuestra respuesta depende nuestra misma relación con Dios. Como escribía el papa Benedicto XVI, citando a san Bernardo de Claraval: «La fe cristiana no es una religión del Libro: el cristianismo es la religión de la Palabra de Dios, no de una palabra escrita y muda, sino del Verbo encarnado y vivo ( Verbum Dominio , 7).
La nuestra es una fe encarnada en Cristo, porque Él es el Hijo de Dios hecho hombre. La Palabra encarnada, hecha hombre, es la que salva, la que hace exclamar a Pedro que Jesús es el Mesías. La nuestra es una fe también compartida entre quienes formamos el pueblo de Dios, dentro de la Iglesia. La nuestra es también una fe proclamada en la liturgia y en nuestra misma vida. Compartimos la fe con quienes compartimos comunidad, formando la Iglesia diocesana, formando la Iglesia universal. La compartimos con todos aquellos visitantes, creyentes o no, que llegan a nuestras comarcas a lo largo del verano, provenientes de muy diversos lugares, y con lenguas diversas. Con algunos de ellos durante unas semanas, o de forma habitual los fines de semana, compartimos la fe en nuestras celebraciones eucarísticas. Este hecho enriquece las celebraciones y nos ayuda a comprender la universalidad, la catolicidad de la Iglesia. Con otros muchos la compartimos cuando se acercan a nuestras iglesias para conocer el rico patrimonio histórico y artístico que hemos ido incorporando y conservando a lo largo de los siglos.
Con unos compartimos la respuesta de Pedro: que Jesucristo es el Mesías; a otros, les mostramos cómo la vivimos. Nuestra tierra ha sido siempre acogedora, y en muchos momentos de la historia ha sido también tierra de paso. El contacto con quienes nos visitan debe incluir siempre el respeto de unos hacia otros, de los acogedores hacia los acogidos y de los acogidos hacia los acogedores. Ver al otro como una amenaza, como un estorbo, no es compartir la fe, no es reconocer a Cristo. Siempre debemos buscar el equilibrio y el respeto mutuo.
Nuestra fe no es solitaria. Es una fe comunitaria, compartida en una misma Iglesia. Ahora que regresamos al día a día, a la rutina habitual, pasados los días de vacaciones para quienes han podido disfrutar de ellos, enriquecidos con las experiencias vividas, es el momento de reencontrarnos con nuestras comunidades parroquiales, de arrancar de nueve las catequesis, los encuentros y la actividad de nuestras comunidades eclesiales. Es, de nuevo, tiempo para compartir la fe con los arraigados aquí y con los recién llegados, enriqueciéndonos mutuamente de ese don que es la fe en quien es la Palabra y se hizo hombre. Escribía el papa Benedicto XVI: «Es la Palabra misma la que nos lleva hacia los hermanos; es la Palabra que ilumina, purifica, convierte. Nosotros no somos más que servidores» ( Verbum Dominio , 93).