Ser amigos de Jesús, ser amigos del Hijo de Dios. ¿Qué joya puede haber más grande? Nuestro prosista más preclaro, Josep Pla, clasificaba a la gente con la que coincidimos a lo largo de nuestra vida en tres categorías: amigos, conocidos y saludados. Muchos pueden ser los conocidos, unos cuantos menos los saludados, y los amigos verdaderamente amigos ciertamente no son tantos. Por eso, que Jesús nos incluya en esta categoría es ciertamente un don, una gracia. Hechos amigos de Jesús por el bautismo, ser amigos de Jesús en la fe. No somos nosotros quienes hemos escogido ser amigos de Jesús sino que más bien Él nos ha escogido a nosotros como amigos suyos, y eso es un regalo. La amistad verdadera y sincera es siempre un regalo que hay que corresponder como es debido, con una amistad leal y sincera.
La amistad, la verdadera amistad, no siempre es cómoda. Muy a menudo es exigente. A veces pide acción, paciencia, compromiso, escuchar… Muchas veces nos exige simplemente escuchar al otro, al amigo, para que se sienta amado. Jesús nos escucha siempre a nosotros. Lo hace cuando rogamos, y eso que Él sabe muy bien de qué tenemos necesidad antes que se lo pedimos (Cf. Mt 6,8). Nosotros, por nuestra parte, tenemos que saber escucharlo. Debemos encontrar momentos para escucharlo, momentos de cierta intimidad con este nuestro amigo tan y tan especial, y siempre tan cercano.
Lo escuchamos cuando estamos en contacto con su Palabra, esas palabras que siempre son Espíritu y son Vida (Cf. Jn 6,63). Establecimos entonces un diálogo con el amigo. Él nos habla a través de la Escritura y nos dice algo siempre nuevo, y nosotros, haciendo silencio interior, lo escuchamos y le hablamos. Un momento privilegiado de contacto con el amigo Jesús es evidentemente la Eucaristía. Y también dialogamos cuando lo reconocemos en el hermano, sobre todo en el hermano que tiene necesidad de ser escuchado y amado, en aquel que sufre de soledad, aunque a menudo viva rodeado de una multitud que al fin y al cabo lo ignora.
¿Cuál es nuestro grado de relación con Jesús? Lo conocemos solamente, y cuando pasa por nuestro lado le decimos un simple «adiós»? ¿Nos paramos a saludarlo y se convierte así en un saludado de corta y superficial conversación? ¿Es realmente nuestro amigo? ¿Tenemos la confianza de que se debe a un amigo?
La amistad con el Señor, como cualquier amistad auténtica, pide dedicación y tiempo. No es nunca un tiempo perdido. Al contrario, es siempre un tiempo ganado.