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Abracemos a los pobres en el Pan de Vida

Queridos hermanos y hermanas:
«Si tú, siervo de Dios, estás preocupado, debes recurrir inmediatamente a la oración y postrarte ante el Señor hasta que te devuelva la alegría». Hoy, cuando celebramos la VIII Jornada Mundial de los Pobres, deseo hacer mías estas palabras de san Francisco de Asís, el apóstol de la pobreza, quien nos recuerda que todas las preocupaciones se disipan si las dejamos descansar en el mar inconmensurable de la oración.
La oración del pobre sube hasta Dios (cf. Si 21,5) es el lema que el papa Francisco ha tomado para esta jornada. «La esperanza cristiana abraza también la certeza de que nuestra oración llega hasta la presencia de Dios; pero no cualquier oración: ¡la oración del pobre!», expresa el Papa en su carta, con la intención de recordarnos que cada uno de estos hermanos nuestros más necesitados lleva impreso el rostro del Hijo de Dios.
En este año dedicado a la oración y con vistas al Jubileo del 2025, el papa Francisco vuelve a poner la mirada en tantos rostros desgarrados por la soledad, el hambre y la desolación. Y nos pide quedarnos a su lado, ofreciéndoles ayuda, escuchando su dolor o rezando por su angustia; pero cerca de su herida, que es –sin lugar a dudas– la herida del propio Jesús. Como dice la Escritura, «si alguno que posee bienes del mundo ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?» (1 Jn 3,17).
Necesitamos hacer nuestra la oración del pobre, orar con él, prometerle que, si olvida alguna palabra del Padrenuestro, ahí estaremos para testimoniar con obras el amor que el Padre siente por él.
A veces, descubre el Papa, «pedimos ser liberados de una miseria que nos hace sufrir y nos humilla, y puede parecer que Dios no escucha nuestra invocación». Sin embargo, el silencio de Dios «no es distracción de nuestros sufrimientos»; más bien, «custodia una palabra que pide ser escuchada con confianza, abandonándonos a Él y a su voluntad».
Los preferidos de Dios son los últimos, los descartados, los más pobres de las diferentes sociedades y culturas del mundo. Y, por eso, su oración no encuentra obstáculo alguno cuando desea entrar en el corazón del Padre.
En ese «tratar de amistad con quien sabemos nos ama», como decía santa Teresa de Jesús, somos invitados a dejarnos conmover por el sufrimiento de aquellos que necesitan que volvamos a vivir los sentimientos de Jesús en su propia humanidad: con los hambrientos, con los sedientos, con los forasteros, con los desnudos, con los enfermos y con los encarcelados.
No es fácil desprenderse de uno mismo para unirse al Amor. Pero si decidimos apostar por esta misión, sin tiempo para los pretextos y los subterfugios, abrazaremos a los pobres en el Pan de Vida que es capaz de saciar todas las hambres del mundo. Y podremos escuchar cómo nos dice, en su propia voz: «Yo os aseguro que, cuando lo hicisteis con el más pequeño de mis hermanos, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40).
Movidos por el espíritu de pobreza que nace por amor a Cristo, somos llamados a ser instrumentos de Dios «para la liberación y la promoción de los pobres», de manera que «puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo», destaca el Papa en Evangelii gaudium (n. 187), llamándonos a recorrer cada una de las páginas del Evangelio para descubrir cómo el Padre bueno no se cansa de escuchar el clamor de los pobres.
Le pedimos a María, la madre de los necesitados, la mujer del corazón traspasado que comprende todas las pobrezas, que nos enseñe a hacer nuevas todas las cosas (cf. Ap 21,5); desde el ofrecimiento, la entrega y el amor. A través de sus ojos, sentiremos que la plegaria vivida con el pobre, cueste lo que cueste, habrá valido la pena.
Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

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