En el Año Jubilar hemos orado insistentemente pidiéndole al Señor que nos introdujera en la senda que, pasando por el Pesebre y la Cruz, nos lleva al Año Santo que la Iglesia celebrará en 2033. Queremos vivir estos años como tiempo de especial invocación al Espíritu Santo para discernir la llamada del Señor en los grandes cambios que estamos viviendo en la Iglesia y en la sociedad. Nos vemos interpelados a experimentar de nuevo la experiencia del encuentro vivo con el Resucitado y ante Él sabernos decir: soy una misión, formo parte del cuerpo de Cristo que es la Iglesia y quiero, ante su costado abierto, decirle: Señor, ¿para quién soy? ¿Dónde quieres que realice la misión? No solo personalmente, sino también como Iglesia diocesana.
Por eso, en estos próximos años hemos de reforzar, más aún si cabe, todo aquello que nos lleve al encuentro vivo con el Señor: la oración y adoración, la escucha de la Palabra, los encuentros con otros hermanos para experimentar su presencia en medio de los reunidos en su nombre, la mirada a los empobrecidos de cerca o de lejos para experimentar también la llamada a anunciar y ensanchar el Reino de Dios; todo ello desde la experiencia mantenida, constante y renovada de la Eucaristía dominical.
Estamos llamados, queridos hermanos, a promover la vida como vocación. Todos discípulos misioneros, llamados a descubrir nuestro rostro vocacional, poniendo un especial acento en la vocación al matrimonio cristiano, alianza de amor abierta a la vida y para toda la vida, y en la vocación al ministerio ordenado, para que la presencia de Jesucristo como Buen Pastor que nos conduce, alimenta y cura sea visible entre nosotros. Desde este cultivo de la vida como vocación estamos llamados también, amigos, a suscitar ministerios laicales que el Papa Francisco ha querido que puedan ser conferidos a hombres y mujeres llamados a prestar un especial servicio en la Palabra, la Liturgia y Caridad y también en la Catequesis; por eso, ya hemos convocado la preparación de candidatos a ser instituidos en estos ministerios.
El discernimiento ha de ser compartido, por eso es muy importante que en todas las parroquias, unidades parroquiales y arciprestazgos surjan consejos pastorales, como lugares de encuentro y colaboración de laicos, consagrados, presbíteros para discernir juntos sobre toda la dimensión misionera de nuestra fe, cómo anunciar el Evangelio en esta hora y también cómo acoger y cuidar la herencia personal que hemos recibido en tantas personas que han entregado su vida al servicio del Evangelio y de la sociedad. Consejos pastorales que sean verdaderos equipos misioneros, lugares también de oración, reflexión y discernimiento. El último sábado de septiembre he convocado a todos ellos.
Nos reconocemos en un tiempo nuevo que nos pide, especialmente a los sacerdotes, renovar el sacerdocio apostólico, buscar formas y estilos de vivir el ministerio sacerdotal hoy, cultivando especialmente la cercanía, la promoción de la colaboración de los laicos en la comunión y misión de la Iglesia. Quizá estamos llamados a vivir una cierta itinerancia apostólica, puesto que nuestras encomiendas son cada vez mayores. Por una parte, porque somos menos y recibimos más tareas; pero, de manera especial, porque ya muchos de nuestros conciudadanos no conocen al Señor o se han alejado de la vida de la Iglesia, así el territorio misionero crece y es más ancho y profundo cada día. Estamos llamados a discernir juntos como Presbiterio, pero también con la colaboración de nuestros hermanos laicos y consagrados, cómo se hace presente la Iglesia diocesana, la Iglesia que peregrina en Valladolid, en todo el territorio de nuestra Diócesis, cómo estar presentes, cómo mantener pilas del bautismo que verdaderamente engendren la vida en Cristo por la acción del Espíritu Santo y la colaboración de una pequeña comunidad cristiana, cómo celebrar el Domingo y convocarnos en torno al altar del Señor para celebrar su Pascua. Es un tiempo de discernimiento. Son unos años para renovar estilo y buscar formas concretas que expresen la conversión pastoral a la que nos llama la Iglesia en esta hora de caminar juntos y ser sínodo.
Nos urge la conversión, amigos, porque tenemos permanentes y renovados desafíos en el anuncio del Evangelio, la transmisión de la Fe y la iniciación cristiana; también en la dimensión comunitaria y social de esa nueva vida. Acabamos de publicar un renovado Directorio de los Sacramentos de la iniciación cristiana para darnos unos criterios de comunión, aunque sabemos bien que el desafío de la iniciación cristiana va más allá de tener unas pautas comunes, por otra parte, imprescindibles. Estamos llamados a un ejercicio misionero inédito y a una búsqueda de itinerarios de iniciación cristiana para los que la decisión del Concilio Vaticano II de instaurar el catecumenado en todas nuestras diócesis es una referencia clara para, además de dar frutos de vida cristiana, inspirar todo el camino de iniciación cristiana de nuestra Diócesis.
Iniciamos en la Fe, convocamos a participar de la mesa de la Eucaristía, después de haber sido bautizados y confirmados, para poder expresar la dimensión social de la Fe. Una dimensión social concreta que se expresa en nuestras propias experiencias de vida comunitaria. Qué bien nos hará, hermanos, salir de una manera de vivir la vida cristiana individualista para compartir nuestra Fe con otros en pequeñas comunidades; para ello asociaciones, movimientos, comunidades que ya existen en nuestra diócesis son de gran ayuda, como habría de serlo la promoción de la Acción Católica como la forma concreta de organizar y vivir la vida comunitaria y misionera de los laicos de parroquia. El impulso de las pequeñas comunidades o equipos misioneros es, sin duda, una gran llamada y desafío abordar en estos años hacia el 2033.
Pero esta dimensión social que se expresa en la vivencia del mandamiento nuevo en el interior de nuestras comunidades cristianas, es para llevar este amor a la plaza pública, a la sociedad y de manera especial a las personas que tengan una necesidad mayor de experimentar esta caridad: los ancianos, las personas que viven solas, aquellos que tienen problemáticas diversas de enfermedad de salud, la acogida de los inmigrantes, la solicitud por las personas que pasan especiales dificultades por las situaciones o condiciones laborales o por la problemática de la vivienda. Por eso, cuánto necesitamos impulsar también en estos años hacia el gran jubileo del año 2033 la renovación de Cáritas, el impulso de Manos Unidas, la expansión de Ayuda a la Iglesia Necesitada u otras formas de organizar la caridad que puedan surgir entre nosotros. Quizás lo más importante sea el testimonio personal y comunitario que demos cada uno de nosotros de la caridad del Señor, ese amor que brota de su Corazón, porque la puerta del costado, amigos, sigue abierta y por esta puerta entramos en una senda de quien es Camino, Verdad y Vida. Una senda que, necesariamente, pasa por el Pesebre, que nos ayuda a reconocernos humildes y pobres, y también por la Cruz, para que entreguemos nuestra vida en sacrificio y descubramos “para quién soy yo”, sabiéndonos ya una misión de discípulos misioneros que quieren cantar la gloria de Dios y ensanchar su Reino por los caminos de la historia, al menos hasta el año 2033.