En la celebración de la beatificación, el cardenal Fridolin Ambongo se mostró convencido de que la sangre de los religiosos muertos en el apogeo de la rebelión de los años 60 «obtendrá el don de la paz».
La Iglesia de la República Democrática del Congo tiene cuatro nuevos beatos que dan testimonio de la labor infatigable de la fe en un territorio asolado por una guerra interminable. Tres misioneros javerianos y un sacerdote diocesano fueron beatificados ayer en Uvira, el lugar en el que sufrieron martirio hace 80 años, por el cardenal Fridolin Ambongo, arzobispo metropolitano de Kinsasa.
Esta diócesis al este del país y al norte del lago Tanganica fue recibiendo a lo largo de la semana pasada decenas de miles de peregrinos procedentes de distintas zonas de la República Democrática del Congo, pero también de Burundi, Ruanda, Francia, Italia y otros países, según la información recogida por Stanislas Kambashi, de Vatican News.
Tras el triduo de oración y dos días de conferencias, ayer el cardenal Fridolin Ambongo representó al Papa en la celebración de la beatificación, que tuvo lugar en la catedral de San Pablo de Uvira. «Esta beatificación significa que nuestras Iglesias locales, en particular las de la República Democrática del Congo, Italia y Francia, pueden ahora recurrir a su intercesión y dedicarles devoción pública», explicó en la homilía el cardenal
Monseñor Fridolin Ambongo recordó que «nuestro Dios se preocupa ante todo de nuestro destino final, desea, para todos y cada uno de nosotros, una vida plena y feliz con Él y cerca de Él. A los que son condenados a muerte por su fe, les concede la gozosa esperanza de la resurrección. Los mártires, que lavan sus vestiduras y las blanquean con la sangre del Cordero, ahora forman parte de la inmensa multitud que nadie puede contar, cantan la salvación que pertenece ‘a nuestro Dios que está sentado en el Trono y al Cordero’ (Apocalipsis 7,10) y contemplar ‘su rostro sin fin, en compañía de los ángeles y en la comunión de los santos’».
Entre los concelebrantes estuvieron el obispo de Uvira, Monseñor Sébastien-Joseph Muyengo; el Nuncio Apostólico en la República Democrática del Congo, Monseñor Mitja Leskovar, y numerosos obispos y sacerdotes, entre ellos el Superior General de los Misioneros Javerianos, el Padre Fernando García; así como el postulador, padre Faustino Turco. También estuvieron presentes algunas autoridades político-administrativas, entre ellas el gobernador de la provincia de Kivu del Sur, Jean-Jacques Purusi, y las familias de los cuatro nuevos beatos.
«Cristianos como tú y como yo»
Al celebrar y acoger a estos, dijo el cardenal Ambongo, «tomamos conciencia de nuestra vocación y de lo que Dios quiere que hagamos, porque ser mártir es ser testigo, es dar testimonio». Porque «los mártires no caen del cielo. Tampoco son seres extraordinarios, sino cristianos como tú y como yo». La única diferencia es que vivieron su fe de manera excepcional, «mostrando fidelidad a Dios y a su palabra, en un ambiente a veces hostil».
El arzobispo de Kinshasa subrayó que su martirio llegó en el apogeo de la rebelión de los años 60 en la República Democrática del Congo y que, pesar de que tuvieron la oportunidad de escapar, eligieron «dar testimonio de su fraternidad evangélica permaneciendo junto a sus fieles de Fizi y Baraka, hasta el derramamiento de sangre». Desde entonces, su sangre se ha convertido en «una semilla» para la «evangelización en profundidad de este país y de toda la Iglesia».
En ese sentido, se mostró convencido de que «la sangre de nuestros beatos mártires nos obtendrá el don de la paz» y clamó: «¡Basta de violencia! ¡Basta de barbaridades! ¡Basta de matanzas y muertes en suelo congoleño! ¡Y en la subregión de los Grandes Lagos! La violencia y las guerras son fruto de la irreflexión. ¡Son guiados por personas que se desvían del camino de la inteligencia, por personas necias, que no tienen temor de Dios ni respeto al hombre, creado a imagen de Dios!».
Frente a la «irreflexión de la voluntad de poder, de dominación y control (armado) de las riquezas», el cardenal instó a favorecer la voz del diálogo y la resolución pacífica de los conflictos, porque «donde las personas se hablan con la verdad, siempre terminamos escuchándonos».