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Santa Matilde de Hackeborn: pilar de espiritualidad con la voz de un ruiseñor

A Matilde de Hackeborn (1241 o 1242-1299 o 1300) se la conoció en vida como «el ruiseñor de Dios» por la suavidad maravillosa de su voz y por la familiaridad y fervor con que cantaba a los cielos. La humildad, inocencia y amabilidad de su carácter no fueron óbice para coronarse de santidad y convertirse en pilar de la espiritualidad alemana a fuerza de perseverancia en la oración, la contemplación y en sufridas penitencias. «Lo que hemos escrito es muy poco respecto a lo que hemos omitido (…). Nos parecería injusto guardar silencio sobre tantas gracias que Matilde recibió de Dios», reconoce santa Gertrudis en su Liber specialis gratiae, donde recoge las confidencias de Matilde durante la grave crisis espiritual y el enorme sufrimiento físico que pasó en su cincuentena.

Junto a su hermana Gertrudis, fue protagonista activa del florecimiento del monasterio de Helfta como «centro de mística y cultura, escuela de formación científica y teológica (…) que les permitía cultivar una espiritualidad fundada en la Sagrada Escritura, la liturgia, la tradición patrística y la espiritualidad cisterciense, con particular predilección por san Bernardo de Claraval y Guillermo de Saint-Thierry». Así lo recogió Benedicto XVI en la catequesis que le dedicó en septiembre de 2010. 

Iluminada por el don de la contemplación mística y dotada de elevadas cualidades como la ciencia, la inteligencia y el conocimiento de las letras, compuso una miríada de plegarias: «Enseñaba la doctrina con tanta abundancia como jamás se había visto en el monasterio (…) Las monjas se reunían en torno a ella para escuchar la Palabra de Dios (…) Era el refugio y la consoladora de todos (…) Testimoniaban que esta santa virgen los había liberado de sus penas y que jamás habían experimentado tanto consuelo como cuando estaban junto a ella. Compuso y enseñó tantas plegarias que, de recopilarse, excederían un salterio», detalla el Liber specialis

Tras decidirse a dejar su nobleza, su castillo y sus comodidades para servir como monja, construyó toda su vida sobre el humus de la oración y la contemplación. En sus visiones, tenía una conexión especial con María, quien le remite constantemente a Cristo como faro en su camino de perfección: «Si deseas la verdadera santidad, está cerca de mi Hijo; Él es la santidad misma que santifica todas las cosas». En otra revelación, es el propio Jesús quien le abre las llagas de su corazón: «Considera qué inmenso es mi amor: si quieres conocerlo bien, en ningún lugar lo encontrarás expresado más claramente que en el Evangelio. Nadie ha oído jamás expresar sentimientos más fuertes y más tiernos que estos: como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros». La oración personal y litúrgica, especialmente la Liturgia de las Horas y la Eucaristía, fueron para ella escuela y fundamento de espiritualidad.

En su agonía, afirma Benedicto XVI, Matilde pidió «poder vivir todavía en el sufrimiento por la salvación de las almas, y Jesús se complació con este ulterior signo de amor». A sus continuos e intensos sufrimientos, añadía por voluntad las durísimas penitencias elegidas por la conversión de los pecadores. Murió a los 58 años, y su justa fama de santidad, que había atesorado en vida, se difundió entonces rápidamente junto a toda su obra. 

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