El escritor neerlandés de raíces chilenas consigue poner palabras al punto límite donde el progreso se disparata y el ser humano se pone en peligro a sí mismo
Hay libros y autores a los que se llega tarde, pero a los que llegar es lo importante. Yo he llegado a Benjamín Labatut unos catorce años tarde y solo de manera parcial, a dos de sus tres novelas —tiene también un libro de cuentos y un ensayo—. Sin embargo, he llegado, lo que he leído me ha fascinado, y quizá esta recomendación ayude a que otros lleguen como yo, tarde, pero lleguen, y se fascinen.
Nacido en Rotterdam en 1980, neerlandés, pero de raíces chilenas, periodista de formación, Labatut ha dado que hablar a razón del éxito de sus dos últimas incursiones narrativas —entre los amantes de la lectura en redes sociales es difícil encontrar alguien que no le haya leído—, precisamente las que he leído con retraso: Un verdor terrible (2020) y Maniac (2023).
Se ha dicho que ambas son difíciles de etiquetar cuando, en realidad, una etiqueta como «novela de no ficción» podría ir muy bien al dúo. Lo que vale para uno vale para el otro, son dos libros conectados por el tema y su tratamiento; es más, se podría decir que la otra comienza donde termina la una.
Un verdor terrible y Maniac son la historia de las teorías más importantes de la ciencia del último siglo —reales o inventadas— con el foco puesto en sus genios creadores —reales o inventados—; un viaje a las aspiraciones de grandeza del hombre en su voluntad de dominar la naturaleza y desentrañar el misterio de la existencia; un desvelamiento de los monstruos que la determinación humana, catapultada por los instrumentos de la ciencia es capaz de traer al mundo. La esencia y las consecuencias, que no los principios ni los procedimientos de la mecánica cuántica, la teoría de los juegos y los sistemas de computación son desentrañados en ambas historias —que sigo considerando como un todo— con una habilidad extraordinaria para ir de la no ficción a la ficción, y de vuelta a la no ficción. Pasado cierto punto del comienzo de Un verdor terrible, el lector deja de saber qué hay de real en lo narrado —¿esto ocurrió o no ocurrió, esta persona existió o no existió, esta teoría se formula así?—. No importa, no son los hechos y no tanto las personas, es el alcance y la significación, el espíritu de lo acaecido, y eso está magníficamente capturado. Si no hay verdad, sí hay una constante de veracidad.
Porque hay una capacidad interpretativa e imaginativa desbordante que, sin dejar de hacer pie en la realidad de los acontecimientos, consigue poner palabras al punto límite donde el progreso se disparata, se enajena, nace la locura y el desvarío científico-técnico y el conocimiento humano, el ser humano se pone en peligro a sí mismo. Labatut no atrapa al lector, le sobrecoge.