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Cardenal José Cobo: «A la Iglesia de hoy le toca armonizar la tradición y dar a luz el futuro»

Apenas nueve meses después de tomar posesión como arzobispo de Madrid y tras medio año como cardenal, los obispos lo han elegido como su vicepresidente

En la agenda del cardenal José Cobo apenas quedan huecos en el día. El pastoreo de una metrópoli como Madrid se lleva mucho tiempo y esfuerzo, y sobre todo en los inicios. Y más si se le añaden otras responsabilidades en la Santa Sede o en la Iglesia española. Entre todas las tareas, entre reunión y reunión, el purpurado guarda un rato para atender a ECCLESIA en su despacho. En la conversación repite varias veces que la Iglesia tiene que hacer una propuesta nueva a la sociedad y que esta pasa por comunidades cristianas fuertes.

Desde que accedió al Arzobispado de Madrid se le han ido sumando nuevas encomiendas y servicios: cardenal, miembro de dicasterios, ordinario para los católicos orientales, vicepresidente de la CEE… ¿Cómo lo está viviendo?
He perdido la capacidad de sorpresa (ríe). Me ha ayudado mucho pensar que esto va partido a partido, fase a fase, y que estoy aprendiendo a trabajar con otros, a hacer equipos y a conocer cada uno de los ámbitos y a planificar lo inmediato, el medio plazo y el largo plazo. Con orden y buena gente, se quita el susto.

¿Cómo hace para conjugar todas estas tareas con la vida espiritual?
Me he sentido muy acompañado por el Señor, pues él ha hecho su esfuerzo en este camino. Me he sentido acompañado en la vida interior y también por los creyentes que tengo alrededor. Dependo mucho de la oración de la gente. Me alivia pensar que rezan por mí, sobre todo, en momentos oscuros.

¿Ha tenido ya momentos oscuros como arzobispo y cardenal?
Muchos. Cada día, tres o cuatro. Esto va muy rápido y la vida del obispo tiene mucho de bombero. Al acompañar las dificultades de la diócesis, uno empatiza con la realidad. Cuando a alguna comunidad le pasa algo malo, a mí también me pasa. Así lo vivo.

Cuando fue elegido, puso el énfasis en que Dios elige, pero también capacita. ¿Lo ha experimentado?
Veo que, efectivamente, hay decisiones, una capacidad de sacrificio mayor, una mirada distinta a las cosas que no reconozco como propias, porque no la había visto en otro momento. Pero no solo es una luz interior, sino que tiene que ver también con la gente que hay alrededor, con la comunidad cristiana. La espiritualidad no es algo solo intimista, depende también del pueblo de Dios.

¿Y cómo afronta esta nueva etapa como vicepresidente?
Ya he hablado con Luis Argüello e iremos definiendo las funciones. Hemos pensado en que es importante apoyarnos. Quiero ser apoyo de lo que él pueda hacer y de lo que se pueda hacer en la Conferencia. Entiendo, además, que, estando en Madrid, en la Comisión Ejecutiva y en la Comisión Permanente, puedo echar una mano. Vamos a aprender a trabajar en equipo, aunque con Luis hay una relación muy fluida. Lo pone fácil.

¿Y qué puede aportar Madrid al conjunto de la Conferencia Episcopal?
Madrid es un laboratorio donde se ve por dónde va la Iglesia. Las realidades emergentes y las respuestas a los problemas que están empezando a surgir ya se van dando aquí. A Madrid viene lo más puntero, también de la vida de la Iglesia. Es un lugar donde se ven los retos y las primeras soluciones. También puede aportar capacidad de vida comunitaria, que no se cierra en Madrid, y que se puede poner al servicio de otras diócesis.

¿Cuál es su análisis de la situación de la Iglesia en España?
Vivimos un momento bonito, pero incierto. Me gusta, para hablar de esto, tomar la imagen de la bisagra. La Iglesia hoy debe ser bisagra, que sostenga con cariño, amabilidad y respeto lo que nos han legado —la cristiandad, las congregaciones, los curas mayores…—. Esto hay que sostenerlo, pero también nos toca sostener lo que se va creando y las respuestas del futuro. Aparecen nuevos retos, y tenemos que dar nuevas respuestas y hacer nuevos discernimientos, evitando quedarnos en el miedo al cambio o en lo que fuimos.

La tensión entre lo viejo y lo nuevo…
Y en este momento, más. Tenemos generaciones que no han asumido el Concilio Vaticano II y otras que ya están hablando de inteligencia artificial en la Iglesia. A la Iglesia de hoy le toca armonizar esos dos pesos y lograr que se integren. Es la sabiduría propia de la Iglesia: armonizar la tradición y dar a luz el futuro. Sabemos que no inventamos nada, pero tenemos que crear el futuro. Dios nos ha puesto en esa responsabilidad.

¿También debe ser cauce de unión en una sociedad excesivamente polarizada?
Es la función de la Iglesia. La Iglesia no está para ser una fuerza más, sino para anunciar el Evangelio, y el Evangelio no se impone, ni es un martillo, se impregna, es levadura y sal. Si puede hacer algo en estos momentos, es ser instrumento de fraternidad, poner la mesa para que la gente se entienda, poner la mesa no para ser un foco más, sino para hacer que pueda haber entendimiento, que seamos un poco más humanos. Otra cosa que puede hacer la Iglesia es hablar de la felicidad, de la esperanza y el futuro. Hablar de felicidad y esperanza es hablar de salvación, de la vida eterna y de las Bienaventuranzas.

¿Cómo hablar de Dios a un mundo que es indiferente?
Esto se hace en el tú a tú. Es nuestra especialidad. Si algo tiene la Iglesia, es la capacidad de ser vecino, la ciudadanía básica, estar cerca de la gente. La Iglesia lo hace con comunidades y lugares donde se ofrece otro modo de vida, donde se acoge. Dicho esto, hoy más que nunca hay una gran sed de espiritualidad y sentido, una sed de ser acogidos y escuchados. Si alguien en un barrio lo está pasando mal o necesita algo, tiene que saber que en la parroquia le van a escuchar y a acoger. Tendremos que hacer todos los proyectos pastorales, pero nos la jugamos en ser comunidades y testigos significativos.

¿Para esto hace falta un cambio de mentalidad?
Sí. Venimos de un momento de cristiandad en el que se primaba más el número o acompañar a una cultura muy sociológica, que es en lo que nos hemos empeñado. Tenemos que volver a los orígenes, a la presencia de pequeñas comunidades, de gente convencida que se dedica a los otros y tiene una visión distinta.

Entiendo que esto afectará a las estructuras. Pienso en las parroquias, los seminarios…
A todo. Ahora lo que nos une es la misión. No porque seamos menos, sino porque lo que nos aglutina es la misión. Lo importante no es cómo veo yo las cosas, sino cómo respondemos. Cuando pido a varias parroquias que se unan lo hago para que den una respuesta de Iglesia a lo que sucede en el barrio. Todo esto hay que hacerlo a golpe de fraternidad. La fraternidad es el antivirus a nuestro mundo, excesivamente individualista. El ser humano está cada vez más aislado y esto provoca que sea manipulable, esté solo y en un estado depresivo. ¿Cuál es el músculo de la Iglesia? Desde Dios y desde la experiencia de vida eterna, ofrece la fraternidad, porque la encarnamos en cada rincón. Esto se complica en una sociedad donde ya no se habla de Dios. Dios no tiene sitio. ¿Y cómo podemos hacérselo? A través de las comunidades cristianas. La llamada a nuestras comunidades cristianas no es solamente a que hagan cosas, el gran reto es encarnar en la vida comunitaria cómo se habla de Dios. Lo sagrado no está en un espacio distinto. Tan sagrada es la vida política, por muy mala reputación que tenga, como el trabajo en la acción social creyente o en la catequesis. La vida de las familias es sagrada, llevar a los niños al colegio es sagrado… Dios tiene algo que decir ahí y desde la Iglesia podemos ayudar a vivir de otra manera.

¿Cómo vive que digan que es el hombre del papa Francisco en España?
Todo obispo, si no es del Papa, tiene un problema. Yo quiero hacer lo que el Papa dice, no que el Papa diga lo que yo quiero. ¿Que digan que soy el hombre del Papa? Espero que sea así. 

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