La reciente celebración de la III Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores ha hecho resonar en el aire un himno de amor y de esperanza del que queremos hacernos eco. Le puso la música el Papa Francisco con el mensaje que nos ha dirigido con este motivo y que toma como referencia el encuentro entre la joven María y su anciana prima Isabel (cf. Lc 1, 39-56). El Espíritu Santo se constituye en protagonista y, en primer lugar, mueve a Isabel a exclamar ante la llegada de María: “Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre”. Posteriormente, impulsa a María a responder con la frase que el Santo Padre ha propuesto como lema de esta Jornada y que deja patente que la misericordia de Dios se extiende de generación en generación. Queda claro, pues, que el Espíritu Santo bendice y acompaña el encuentro fecundo entre generaciones: abuelos y nietos, jóvenes y ancianos.
Bendice a los abuelos y a los ancianos que se llenan de esperanza al comprobar que lo que han hecho y vivido no se va a perder, alguien lo conservará, y que los sueños incumplidos tendrán una nueva oportunidad de hacerse realidad. También refuerza su fe al comprobar que la misericordia del Señor no se termina con ellos y seguirá abrazando a los que vienen detrás.
El Espíritu Santo bendice también a los jóvenes, puesto que, en el encuentro con los mayores y los abuelos, adquieren la sabiduría de la vida que aquellos han acumulado a lo largo de sus días y que, con frecuencia, no llega a plasmarse en los libros ni encuentra en el resto de expresiones culturales toda su riqueza. Bendice a los jóvenes que, de esta manera, se dan cuenta de que la vida no se teje sólo con el presente, sino que forma parte de un proceso. Liberado de la “tiranía” del ahora mismo -y esta sabiduría también la pueden aportar los mayores- el joven percibe que, como dice el Papa Francisco, “las realidades más grandes y los sueños más hermosos no se realizan en un momento, sino a través de un crecimiento y una maduración; en camino, en diálogo, en relación”. Una mirada de fe, permite al joven comprender que el amor de Dios “abraza y pone en comunicación las generaciones”.
Dios también sueña, sueña con que los mayores, aun siendo conscientes de que son importantes a los ojos de Dios, comprendan también que su amor va más allá de ellos mismos, e incluso de su generación. En consecuencia, espera que dejen atrás el lamento por las limitaciones y enfermedades, las oportunidades perdidas y la falta de reconocimiento por lo realizado con esfuerzo a lo largo de su vida. Los sueños de Dios alcanzan también a los jóvenes, de los que espera se hagan conscientes de que pertenecen a una historia más grande a la que Dios abraza con su amor, de que no deben concentrarse sólo en lo inmediato, en conseguir beneficios para sí y enseguida, de que deben liberarse de la esclavitud de la realidad virtual que los distrae y mirar a la realidad y, sobre todo a las personas, cara a cara.
¡Qué hermosas historias entrecruzan los caminos de jóvenes y mayores! Pero, por desgracia, son menos frecuentes de lo debido. Hace unos días escuché el lamento de una persona mayor que, en una especie de confesión ante la joven que la atendía en la ventanilla de un banco, reconocía no saber manejar la tarjeta. Al final se echó a llorar cuando desveló que sus hijos tenían muchas ocupaciones y no la podían ayudar. Aquella joven lo hizo. No lo olvidemos: el amor de Dios “se extiende de generación en generación” y nos anima y ayuda a tender puentes entre jóvenes y mayores. Cada vez que nos abrazamos sonríe y nos bendice.