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Sal por los caminos

Queridos hermanos:

La Iglesia tiene la misión, confiada por el mismo Señor, de anunciar el Evangelio hasta los confines del mundo. Y, en nuestros días, en esta aldea global que habitamos, los confines, las periferias, no son solo geográficas, sino también existenciales, económicas y sociales. Las mismas fronteras entre la fe y la increencia están más cerca de nosotros, en nuestros mismos pueblos y ciudades. Además, la indiferencia religiosa no solo afecta a los no creyentes, sino también a los propios creyentes, que –no pocas veces– vivimos con retraimiento nuestra fe.

Hoy no hace falta ir a países de misiones para ser misioneros. En nuestros ambientes, en nuestros barrios, entre nuestros amigos, podemos anunciar la Buena Nueva, dar testimonio de nuestra fe y construir el Reino. Nos hace falta, eso sí, el atrevimiento que da el Espíritu, la osadía, la valentía para hablar abiertamente y sin miedo de lo que mueve nuestra vida y da sentido a todo lo que hacemos. No tenemos motivos para ocultar nuestra fe en Cristo Jesús. Más bien, al contrario, podemos estar sanamente orgullosos del don que hemos recibido y compartirlo con alegría y humildad con los demás. El sano orgullo no presume, es humilde, ofrece y no impone, se mueve por el amor al prójimo y no por el amor propio.

Cristo no nos quita nada; nos da todo, consigue que cualquier cosa que hagamos tenga sabor a eternidad, multiplica por el infinito nuestros pequeños gestos de generosidad, como multiplicó los panes y los peces compartidos por un muchacho (cf. Jn 6,1ss). Ese joven somos cada uno de nosotros que si ponemos sobre la mesa común lo poco que tenemos, el Señor sigue haciendo el milagro del reparto.

Por difícil que nos pueda parecer, es importante, en nuestros días, el anuncio explícito de Jesús. Cada uno según su ministerio, sus capacidades, según su vocación, su carisma, sus cualidades, sus ocupaciones… estamos llamados a ser discípulos misioneros del evangelio en el corazón del mundo: en las parroquias, en los colegios, en las familias, en el trabajo, en el compromiso público o en la comunicación. Para ello necesitamos el fuego del Espíritu, la fuerza que da la unión con el Señor y entre nosotros, necesitamos estar y participar en los grupos de vida cristiana, en comunidades de fe, en las actividades parroquiales, en las convocatorias diocesanas…

El lema de nuestra diócesis en Coria-Cáceres “Sal por los caminos”, mandato misionero del Señor, que encontramos en la parábola del banquete (Lc 14). Cuando el Señor envía por tercera a sus mensajeros por los caminos, invita a los que andan perdidos y extraviados hasta que se llene la sala. Este es nuestro objetivo como Iglesia misionera. Todos estamos llamados a colaborar en nuestra Diócesis, con nuestros talentos, nuestra oración y nuestros bienes, como hacían los primeros cristianos.

Con mi bendición,

+ Jesús Pulido

Obispo de Coria-Cáceres

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