La Virgen de la Merced, cuya fiesta se celebra este domingo, está vinculada al mundo de la cárcel. Bajo esta advocación y bajo su protección se sitúa todo el mundo penitenciario, formado por las personas privadas de libertad, sus familias, los funcionarios que trabajan en este campo y todo el voluntariado, especialmente tantos cristianos que regalan su tiempo, su escucha y su compromiso en la pastoral penitenciaria. Una presencia de Iglesia fuertemente valorada en la
cárcel, tanto por la propia institución como por las personas privadas de libertad.
Esta fiesta nos permite poner nuestra mirada ante esta realidad de la cárcel: un mundo muy desconocido para el gran público, marcado por clichés cinematográficos y condicionado por los casos más mediáticos. Un mundo alejado de la vida cotidiana, situado siempre en el extrarradio de la sociedad y, lo que es más triste, sepultado ante nuestra indiferencia y nuestro olvido.
Vivimos en una sociedad fuertemente vindicativa. Aunque parezca que hemos desterrado el “ojo por ojo”, nuestro concepto de justicia sigue buscando más la venganza que la redención. A veces miramos más con las emociones que con la razón, miramos más el delito que la persona. Ello nos impide acercarnos con una mirada serena a esta realidad de sufrimiento y marcada por la pobreza y la enfermedad.
La Virgen de la Merced, sin embargo, nos habla de misericordia: la misericordia que define a nuestro Dios y que es la única capaz de generar vida allá donde se implanta. La misericordia que permite fijarse y centrarse en la persona para que, desde el cariño tan ausente en muchas vidas, y desde la libertad, se pueda engendrar un futuro nuevo y diferente. Un futuro que supere el pasado y que posibilite la plena integración en la sociedad.
La celebración de este año para nuestra diócesis de Mondoñedo-Ferrol es especialmente significativa. Aunque en el territorio de nuestra diócesis no existe ninguna cárcel física, sí que existen personas privadas de libertad que proceden de nuestras parroquias, de nuestras amilias, de nuestras comunidades. Por eso, tras un largo proceso de gestación en el que han estado muy comprometidas Cáritas Diocesana y la Pastoral Penitenciaria, surge un piso de acogida para personas privadas de libertad.
Se trata de un nuevo recurso que la Iglesia pone al servicio de los últimos para acompañarlos y posibilitar su proceso de reinserción social. Con la ayuda de los técnicos y de un grupo de voluntarios, se permitirá a gentes de nuestra diócesis que cumplen condena en la cárcel de Teixeiro que puedan disfrutar de sus permisos de segundo grado más cerca de su familia, lo que redundará en un mejor proceso. De esta manera, este recurso se convierte en un nuevo espacio de misericordia situado en la ciudad de Ferrol para hacerla más humana y habitable.
El proyecto ha sido bautizado con el nombre de “Alborada”: es el tiempo de amanecer, de rayar el día. Me viene a la memoria aquella parábola en la que el maestro preguntó a sus discípulos cuándo terminaba la noche y comenzaba el día. Un discípulo contestó: “Cuando hay suficiente luz para distinguir un perro de una oveja”. Otro le dijo: “Cuando puedes distinguir una morera de un higo”. Entonces el maestro respondió: “Cuando puedes reconocer a tu hermano en el rostro de otro ser humano. Hasta entonces será de noche”. Me parece un nombre hermoso para un proyecto que nos invita a salir de la noche y acompañar el rostro de hermanos nuestros que un día se equivocaron y que están llamados a vivir su tiempo de condena como tiempo de redención.
Mi agradecimiento a los voluntarios de nuestra diócesis que se acercan a la cárcel de Teixeiro, de Bonxe o de Monterroso, por ser las manos de una Iglesia que quiere acoger y escuchar. Mi gratitud también a los voluntarios y agentes que van a poner en marcha este nuevo recurso. Que la Virgen de la Merced acompañe y arrope vuestros esfuerzos.
Vuestro hermano y amigo.