A su regreso del viaje a Mongolia, el papa Francisco ha insistido de nuevo, a preguntas de los periodistas, en la naturaleza del sínodo que comenzará el día 4 de octubre sobre el tema «Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión». Son muchas las personas que, a pesar de los sínodos que se han celebrado desde el Concilio Vaticano II, siguen sin saber qué es un sínodo, cuáles son sus competencias y qué autoridad tiene.
San Pablo VI instituyó el Sínodo de los Obispos con el fin de mantener vivo el espíritu de colegialidad vivido durante el Concilio Vaticano II. El sínodo no es equiparable a un concilio ecuménico, porque no reúne a la totalidad de todos los obispos del mundo que, bajo la presidencia del Vicario de Cristo y obispo de Roma, tienen la capacidad de interpretar con autoridad el depósito de la fe y establecer magisterio. En el sínodo participan obispos elegidos por las diversas conferencias episcopales y confirmados por el Papa y los que él mismo designa debido a su cargo o por otros motivos que considere convenientes. En esta ocasión, además, el Papa ha autorizado la participación de laicos, hombres y mujeres, algunos de los cuales tienen derecho a voto.
El Papa ha recalcado que el sínodo no es ni «un programa de televisión en el que hablamos de todo», ni un «parlamento». No se reúne para legislar ni para hacer magisterio. Es una asamblea orante, en la que los participantes se ponen a la escucha del Espíritu Santo, dialogan sobre el tema señalado y expresan sus opiniones. «En el Sínodo, ha dicho el Papa, no hay lugar para la ideología. El sínodo es diálogo, entre los bautizados, entre los miembros de la Iglesia, sobre la vida de la Iglesia, sobre el diálogo con el mundo, sobre los problemas que afectan hoy a la humanidad». La relación entre oración, reflexión y diálogo establece la dinámica del Sínodo, cuya finalidad es ofrecer al Papa una serie de proposiciones que, una vez votadas, son publicadas para información de la iglesia y de la sociedad, y que el Papa puede utilizar —con total libertad— para hacer, si lo estima oportuno, un documento, llamado «postsinodal», que forma parte de su magisterio supremo. Cualquiera que haya leído este tipo de documentos podrá observar que el Papa hilvana su pensamiento con aquellas proposiciones, citadas en nota, que considera necesarias.
La razón de escoger el tema indicado es porque, al celebrar los 50 años de la institución del Sínodo por san Pablo VI, Francisco publicó un documento sobre lo que es un sínodo, y, según él ha dicho, «me pareció muy bien tener un Sínodo sobre la sinodalidad en la Iglesia —que no es una moda, es una cosa antigua, la Iglesia oriental la ha tenido siempre—: cómo vivir la sinodalidad y vivirla como cristiano sin caer en ideologías». Dado que este término de sinodalidad es relativamente reciente en la reflexión teológica, el Papa quiere esclarecerlo a la luz de tres conceptos que se han hecho clásicos en el magisterio postconciliar: comunión, participación y misión. La misma palabra «sínodo», que, según san Juan Crisóstomo, «es nombre de Iglesia», apela al caminar juntos de los laicos y pastores de la Iglesia bajo la acción del Espíritu —no de otra manera— y requiere, por tanto, la «obediencia de la fe» de que habla san Pablo. Por eso dice el papa Francisco que se «trata de un concepto fácil de expresar con palabras, pero no es tan fácil de ponerlo en práctica» (17-octubre-2015).
Los cristianos estamos llamados, pues, a vivir durante este mes de octubre unidos a la asamblea sinodal con la oración para vivir mejor nuestra condición de miembros de la Iglesia y realizar la misión que Cristo nos ha confiado en medio del mundo.