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Carta del obispo de Segovia

Carta del obispo de Segovia: «Señor, sálvame»

Al comienzo de este milenio, san Juan Pablo II exhortó al «fortalecimiento de la fe» como objetivo prioritario de la Iglesia (TMA 40). Benedicto XVI convocó para el 2012-2013 el año de la fe, ante la contradicción de que «los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común». Sin embargo, «este presupuesto —decía— no solo no aparece como tal, sino que incluso es negado con frecuencia» (PF 2). En 2013, el papa Francisco publicó su primera encíclica, Lumen Fidei, para «recuperar el carácter luminoso propio de la fe, pues cuando su llama se apaga, todas las otras luces acaban languideciendo. Y es que la característica propia de la fe es la capacidad de iluminar toda la existencia del hombre» (LF 4).

La fe aparece en la preocupación de los últimos papas, lo cual es comprensible porque la misión de la Iglesia es mantener la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado. Cuando Pedro confiesa la fe en Cesarea de Filipo es alabado por Jesús porque ha recibido la revelación de Dios. Y mantener viva la fe es la preocupación mayor de san Pablo que dice de sí mismo: «he conservado la fe» (2 Tim 4,7).

En el evangelio de hoy leemos el pasaje del milagro de Jesús andando sobre el agua. Este milagro no es un exhibicionismo de Jesús para mostrar su poder. Sucede después de multiplicar los panes y peces y pasar la noche en oración. «Mientras tanto, dice el evangelista, la barca iba muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario». La tempestad se levanta mientras Jesús oraba. No es accidental este dato. Sitúa el milagro de Jesús en el contexto de su oración al Padre, como queriendo decir que el Señor siempre tiene presente a su Iglesia, la barca de Pedro. Cuando éste pide a Jesús que, si realmente es él quien camina sobre el agua, le mande ir hacia él, Jesús le ordena hacerlo: «Ven». Y así fue, Pedro comenzó a caminar, pero la fuerza del viento y el miedo provocaron que se fuera hundiendo. Entonces gritó: «Señor, sálvame». Y Jesús extendió su mano, lo agarró y le dijo: «¡Hombre de poca fe! ¿por qué has dudado?» (Mt 14,31).

En varias ocasiones Jesús reprocha a sus seguidores la falta de fe que les impide hacer obras grandes y alcanzar de Dios los dones deseados. Por falta de fe, Jesús no hace milagros; por el contrario, cuando la fe es grande, Jesús hace lo que le piden. En realidad, creer o no creer es el dilema del hombre y de la iglesia. Quien cree se salva; quien se niega a creer, se condena a sí mismo. Por eso, la súplica que Pedro dirige a Jesús —«Señor, sálvame»— representa el anhelo del hombre que, ante la impotencia de salvarse a sí mismo, grita a quien puede hacerlo.

Nuestro mundo actual está marcado por la increencia. Occidente, de modo especial, ha dado la espalda a Dios. El papa Francisco ha dicho que Europa ha pasado de la «tradición» a la «traición» por haber renunciado a sus fundamentos cristianos. La autosuficiencia de que el hombre se basta a sí mismo para salvarse y construir un mundo justo y solidario ha resultado un fracaso siempre que el hombre ha pretendido ocupar el lugar de Dios. Y así será en el futuro. La imagen de Pedro hundiéndose en el mar demuestra la debilidad de su fe y la necesidad de Cristo. Urge, por tanto, fortalecer la fe, trasmitirla a las nuevas generaciones y situarla en el centro de las prioridades de la iglesia. Solo así, la oración de Jesús en la soledad del monte podrá mantener la barca de Pedro en medio de las tempestades y el hombre tendrá la certeza de ser escuchado cuando diga: «Señor, sálvame».

+ César Franco

Obispo de Segovia

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