Con esta frase (Mt. 28, 36) nos dice Jesús que reconocerá la caridad de los bienaventurados al final de los tiempos.
Eran los inicios del siglo XIII, cuando San Pedro Nolasco, un mercader nacido en Barcelona, conociendo el gran sufrimiento de los cristianos que eran capturados por los musulmanes cuando saqueaba nuestras costas y, que luego eran llevados a África como esclavos, reúne a un grupo de compañeros para que con su presencia y su dinero puedan ayudar, visitar y redimir a los cautivos. Cuando no tenían dinero, ellos mismos se ofrecían como rehenes hasta que podían reunirlo y ser liberados, estando incluso dispuestos a dar su vida si no llegaba ese dinero. Era un gran ejercicio de caridad el que realizaba aquel grupo de amigos laicos. Más tarde, en 1218, fundaría junto a San Raimundo de Peñafort y el rey Jaime I lo que conocemos como la orden de la Merced. Se pusieron bajo la protección de la Virgen María, ella les impulsa para ejercer la misericordia que es, precisamente, lo que significa merced, y así nació en la espiritualidad popular esta advocación de María de la Merced.
Gran tarea que goza de actualidad, aunque la misericordia con los presos se ejerce de otra manera; la redención consiste en acercar el rostro misericordioso y liberador de nuestro Dios a todos los que están esclavizados por el pecado. Ayudar, visitar y redimir al necesitado es una tarea necesaria. María nos impulsa; impulsa a los mercedarios en esta tarea. María nos acerca la misericordia de Dios, de su mano nos sentimos más hijos y sentimos más cerca la gracia de la redención.
Cuando uno piensa en la cárcel, en los presos, casi de inmediato se piensa en gente mala y que ha hecho daño a los demás. Pero la caridad cristiana nos invita a ir más allá para descubrir personas que se están rehabilitando para tener nuevas oportunidades en la vida, que están aprendiendo de los errores para no volver a caer, personas que están aprendiendo a pedir perdón y a restituirse en la medida que les sea posible. Detrás de cada preso casi siempre hay desestructuración familiar, problemas desde la infancia, dificultades en los estudios, falta de oportunidades, por eso las familias son las que más sufren las consecuencias y, en especial, las madres.
En nuestra diócesis no hay centro penitenciario, aunque quizás conozcamos familias afectadas porque tienen algún miembro en la cárcel. Recemos por ellas para que puedan encontrar pronto una salida a este drama familiar, para que sus hijos se puedan reinsertar en la vida social, para que tengan una nueva oportunidad en su vida.
Nos acordamos también de las víctimas, ojalá se les haya podido restituir en aquello que han sido dañadas. Rezamos por ellas.
Pidamos que la Virgen de la Merced nos haga sentir cada día más necesitados de la misericordia de Dios para nuestra vida y que nos ayude a ser misericordiosos con los demás.
Que esta fiesta nos haga crecer en devoción a María, fuerza para nuestro compromiso caritativo.