Hemos empezado un nuevo curso y en la mayoría de nuestras parroquias ha empezado ya, o está empezando, la catequesis parroquial. Al iniciar el curso me ha parecido necesario recalcar la importancia de la catequesis y, por eso, esta carta dirigida a todos, lo es especialmente hoy a las familias con niños, a los catequistas, a los sacerdotes y diáconos y a todos los laicos implicados en esta maravillosa labor.
Porque evangelizar, más que una obligación, que lo es también, es una maravillosa misión. Transmitir la vida de Jesús y su evangelio a los niños debe ser para nosotros uno de los mayores gozos. Por eso querría agradecer la confianza de muchas familias que llevan a sus hijos a catequesis, así como también el esfuerzo constante de los catequistas por renovarse, su dedicación a esta tarea al servicio del Evangelio y de la comunidad cristiana. Y quiero animaros porque, más allá de transmitir unos conocimientos que son sin duda necesarios, se trata de transmitir una experiencia de fe, de vida y, sobre todo, del amor de Dios. Hace falta hacer llegar a los corazones de los niños que vienen a nuestras catequesis el amor que el Señor les tiene y que descubran y experimenten cómo Dios los ama.
Sé que hoy no es fácil esta tarea. A menudo constatamos la ilusión de los niños y el poco interés de algunas familias en profundizar en la vida cristiana de sus hijos. También constatamos el descenso de las inscripciones a la catequesis y la dificultad de los propios niños para compaginar lo que viven en la catequesis con lo que después encuentran en casa, en la calle, en la escuela, en el mundo de los deportes y las extraescolares. No es fácil afrontar ese contraste.
Pero este reto ha existido siempre, y estará siempre presente. También cuando Jesús predicaba a las multitudes, muchos se entusiasmaban, pero después se encontraban con la dificultad de vivir en medio de una cultura, de una mentalidad, de unas costumbres y de una religiosidad contrarias a lo que habían experimentado escuchando a Jesús. Sin embargo, el Espíritu del Señor trabaja en los corazones de todos aquellos que quieren escucharlo, y lo hace de manera especial en los corazones de los niños. Por eso, empezando este curso, me permito animaros en esta gran misión remarcando algunos aspectos que me parecen importantes.
Lo primero es que no podemos desanimarnos. No tenemos derecho al desánimo, no es nuestra iniciativa, llevamos a cabo una misión. Hemos sido llamados a un servicio: anunciar la Buena Noticia y sembrar.
Otro es que, más que transmitir unos conocimientos, se trata de transmitir una vivencia de fe y de amor. Por eso os pido que hagáis todo lo posible para acercar a los niños a la persona Jesús y, sobre todo, que les enseñéis a rezar, a hablar y a escuchar a Jesús. La oración no son solo palabras, aunque a veces hay que decirlas, pero sobre todo es abrir el corazón, hablarle y dejar que Él nos hable, hablar a Jesús como un amigo habla con otro amigo, como dice San Ignacio de Loyola.
Y también debemos revisar nuestras catequesis. En muchos casos deberemos ser creativos y atrevidos, no podemos quedarnos indiferentes y con los brazos cruzados ante la dificultad, no podemos quedarnos pensando que siempre se ha hecho así.
Quisiera acabar con unas palabras del Papa san Juan Pablo II en su carta dirigida a los niños el 13 de diciembre de 1994 que nos pueden ayudar. Decía el Papa: «¡Qué importante es el niño para Jesús! Sin duda, podría afirmarse que el Evangelio está profundamente impregnado de la verdad sobre el niño. Incluso podría ser leído en conjunto como el Evangelio del niño».
Y acaba diciendo el Papa: «Permitidme, queridos chicos y chicas, que al final de esta Carta recuerde unas palabras de un salmo que siempre me han emocionado: “¡Laudate pueri Dominum!” Alabad niños al Señor, alabad el nombre del Señor. Bendito sea el nombre del Señor, ahora y para siempre. ¡De la salida hasta la puesta del sol, sea alabado el nombre del Señor!» (cf. Sal 112, 1-3). ¡Aprendamos a decir también nosotros con los niños estas palabras!