Salvador Rivas Goday (1905-1981) fue un botánico experto en fitosociología, que llegó a dirigir un centro de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), de cuya inauguración se cumplen ahora 80 años, que perteneció al célebre Club Edaphos fundado por Jose María Albareda sacerdote, científico del Opus Dei, y que llegó a ser catedrático de universidad y Académico de Farmacia, todo lo cual lo hizo sin abandonar su fe católica, sin incompatibilidad alguna.
De él se dice en la web de la Real Academia de Farmacia que:
“Madrid, 1 de diciembre de 1905. Doctor en Farmacia. Catedrático de Botánica de las Facultades de Farmacia de las Universidades de Granada y Madrid. Jefe de los Servicios Farmacéuticos de los Establecimientos Sanitarios Centrales de la Cruz Roja Española. Profesor Químico del Laboratorio Municipal de Madrid. Director del Instituto «Cavanilles» de Botánica, del CSIC. Presidente de la Real Sociedad de Historia Natural. Vocal Consejero del Patronato «Alonso de Herrera» del CSIC”.
En su discurso de toma de posesión de su sillón en la Real Academia Nacional de Farmacia en 1941 hay múltiples alusiones a sus creencias. Él mismo relata en el discurso de inicio de curso en 1953, al hablar de la actitud del botánico, que:
“Para mirar y llegar a ver la naturaleza vegetal, la admirable creación divina, hace falta que el botánico adopte una actitud humilde, a la vez de respeto y receptividad, y, sobre todo, de fe en lo que se va a ver; después, analizar, comparar, interpretar y sintetizar. Es muy semejante a lo que le ocurre al pintor de la Naturaleza, tal vez idéntico; por eso podemos decir, con Pérez de Ayala, que “el gran pintor (el buen geobotánico) posee, por la gracia de Dios, el ojo que sabe ver, y sin sumisión a la creación divina nunca logrará ver e interpretar las tonalidades de la vegetación…estrellas en el firmamento, ya de tonos azul grisáceos, aparta la vista del mundo vegetal, paulatinamente oscurecido, y mira hacía arriba, más arriba, hacia lo alto, hasta alcanzar los luceros del cielo, se siente trasladado a otro ambiente y, lentamente, todo su ser siente la placidez del bienestar; se siente aligerado de su gravidez, se siente más alto, y, no dudéis que si, además de tener fe en sus estudios, tiene la verdadera Fe, le tiene que brotar de su seno una plegaria de gracias, de gracias a Dios, por haberle permitido descubrir, o tan sólo vislumbrar una de tantas infinitas correlaciones de su magnífica e incomparable Creación; dos lágrimas correrán por sus mejillas, indicadoras de su sensibilidad y prueba inequívoca de su fe e íntima satisfacción, del premio que más se anhela»