Estimadas y estimados. Hoy quiero hablar de los celos y de la ambición. El discípulo Juan dice a Jesús, herido por los celos: «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros». Jesús respondió: «No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro.» (Mc 9,38-40).
Jesús va más allá de la simple «tolerancia» ante quienes no son «de los nuestros». El término «tolerancia», tomado prestado de la arquitectura, hace referencia más bien a aquello que se tiene que soportar, aguantar, o consentir, y no a aquello que, como afirma Jesús, se tiene que aceptar y asumir como una realidad que es positiva y enriquecedora en sí misma. En cambio, tenemos que ser capaces de sumar, de hacer el más pequeño servicio y alegrarnos que otros hagan el bien a todo el mundo, aunque no pertenezcan a nuestro grupo. Ser capaces de percibir el don del Espíritu en las personas que tenemos a nuestro alrededor y hacen el bien. Cómo afirma el Concilio Vaticano II, en «todos los hombres de buena voluntad» «la gracia actúa de una manera invisible. Cristo murió por todos […]. Tenemos que sostener, pues, que el Espíritu Santo ofrece a todo el mundo la posibilidad de asociarse a este misterio pascual de la manera que Dios sabe» (GS 22). Jesús propone la aceptación de toda realidad que sea buena y de toda persona que haga el bien bajo la fórmula de la acogida: « Y el que os dé a beber un vaso de agua porque sois de Cristo, en verdad os digo que no se quedará sin recompensa.» (Mc 9,41). En este punto, Jesús corrige a los discípulos cambiándoles totalmente los papeles: ellos no tienen que pensar tanto en lo que tienen que hacer ante los otros, sino que les hace pensar en cómo ellos tendrán que ser acogidos. Les enseña a ponerse en el lugar de los otros. No en el lugar de quien acoge, sino en el lugar de quien tiene que ser acogido. Por lo tanto, el discípulo no tiene que convertirse nunca en juez de los otros a la hora de efectuar la acogida, sino que tiene que pensar en ser sujeto para ser acogido. Jesús se identifica siempre con el necesitado y el desvalido (cf. Mt 25,40).
Jesús corrige también a los discípulos ante la ambición de honores y poder. Se encuentra en íntima relación con el punto anterior. Ante la ambición de Jaime y Juan de ocupar los primeros lugares en el Reino de Dios (Mc 10,37), Jesús les corrige diciéndoles que «el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos» (Mc 10, 43.45). Invita a los discípulos a cambiar, una vez más, su forma de pensar, demasiado arraigada al tener, al poseer, a los honores y al poder, tan opuestos al proyecto de Reino de Dios que él proclama e inaugura. Con su corrección, nos invita a repasar el propio comportamiento familiar, profesional y social, para ver si vamos incorporando el espíritu de servicio, el distintivo de todo discípulo de Jesús. Esto pide esfuerzo para ir contracorriente de ciertos prejuicios sociales. Pide también sentido crítico y acierto para encontrar los caminos más idóneos para hacer de nuestra vida un auténtico servicio.
Vuestro,