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Conversión de San Pablo en el camino de Damasco, 25 de enero

Conversión de San Pablo en el camino de Damasco, 25 de enero  BibJer2ed (en)

Textos recopilados por fray Gregorio Cortázar Vinuesa, OCD

Benedicto XVI. Audiencia general 3-9-2008 (ge hr zh-s zh-t sp fr en it po)

Homilía en San Pablo extramuros 25-1-2013 (ge sp fr en it po)

Juan Pablo II, Homilía en San Pablo extramuros 25-1-1982 (it po)

«Celebramos hoy la aparición de Jesús resucitado a Saulo de Tarso, aparición que fue revelación del misterio de la Iglesia, y que llevó a Saulo a la conversión, confiriéndole una misión de importancia única para el futuro de la Iglesia.

“Yo soy Jesús Nazareno a quien tú persigues” (Hc 22, 8). Saulo, como sabemos, iba a Damasco, lleno de celo por la ley de Dios, con la misión de perseguir a los que seguían el camino de Jesús. En un momento de cegadora revelación –la revelación fue literalmente cegadora– encontró al Señor resucitado y escuchó su voz: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. Preguntó con humildad: “¿Quién eres, Señor?” (Hc 9, 4s), y en la respuesta del Señor captó el misterio de la plena unidad de Cristo con sus miembros: “Yo soy Jesús a quien tú persigues” (…).

El perseguidor respondió con fe a esta revelación. A su llegada a Damasco fue recibido y bautizado por Ananías; “e inmediatamente se le cayeron de los ojos una especie de escamas” (Hc 9, 18), y la recuperación de la vista fue símbolo de la nueva visión espiritual que había adquirido. El perseguidor se hizo apóstol. Esa revelación bastó para convertir a Pablo al servicio perseverante de su Señor y a la proclamación fiel de que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios (cf Hc 9, 20-27) (…).

Su conversión en el camino de Damasco fue inmediata y radical, pero debió vivirla en la fe y en la perseverancia durante los largos años de su apostolado; desde aquel momento su vida tuvo que ser una conversión incesante, una renovación continua: “Nuestro hombre interior… se renueva de día en día” (2Co 4, 16). Esta perseverante y continua conversión fue efecto de la suprema y gratuita gracia de Dios, que se manifestó en la potencia del Señor resucitado».

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