Estimadas y estimados. La Exhortación Apostólica sobre la Catequesis, que san Juan Pablo II publicó al inicio de su pontificado, contiene unos puntos que considero clave, independientemente del paso del tiempo. Selecciono esta afirmación: «La peculiaridad de la catequesis tiende al doble motivo de hacer madurar la fe inicial y de educar al verdadero discípulo de Cristo por medio de un conocimiento más profundizado y más sistemático de la persona y del mensaje de nuestro Señor Jesucristo […]. La catequesis ―continúa― a menudo tiene que preocuparse no solo de alimentar y de enseñar la fe, sino de suscitarla continuamente con la ayuda de la gracia, de abrir el corazón, de convertir, de preparar una adhesión global a Jesucristo en aquellos que todavía se encuentran en el umbral de la fe» (n. 19).
Quizás llevamos años, quizás toda la vida haciendo el camino de la fe. Pero, ¿quien asegura que el polvo del camino no haya empolvado la imagen del Señor, haciéndole perder para nosotros la nitidez necesaria para seguirlo con renovada esperanza cada día? El descubrimiento constante de la persona del Maestro: he aquí el secreto del verdadero discípulo. No se trata tanto de retener en la memoria muchos hechos de su vida, como de sabérselos de corazón. Y empleo la palabra «saber» en su sentido originario, que equivale a «saborear con el corazón».
Necesitamos hacer constantemente el descubrimiento de Jesús. Me lo escribía, a su manera, un joven que se ha confirmado este año: «Soy un explorador de Dios». Los Apóstoles, entre dudas, cobardías y contradicciones, iban de sorpresa en sorpresa. «Se quedaban asombrados de su enseñanza, porque su palabra estaba llena de autoridad.» (Lc 4,32). Cada encuentro con Jesús resultaba una novedad. Este tiene que ser el proceso de nuestro conocimiento auténtico de Jesús. Desde la pulcritud del corazón, como la frescura de la mañana, ir avanzando de sorpresa en sorpresa. Jesús hace pensar en la montaña. El montañero que se aficiona subirá una y cien veces la misma cumbre y siempre descubrirá cosas nuevas. Cada vez bajará libremente ligado, pero a punto de volver en cuanto pueda. Queda prendido, como aquel joven escalador que decía a sus padres: «Si me muero en la montaña, no me lloréis. Me quedaré en el lugar que más me ha cautivado».
En estos días de octubre, son muchas las parroquias y comunidades que inician los cursos de catequesis, tanto para niños como para adultos. Si tenéis el anhelo de una fe que busca comprender, apuntaos a las clases del Instituto Superior de Ciencias Religiosas que, por las tardes, tienen lugar en el Centro Tarraconense el Seminario, de Tarragona. O bien, al programa de formación que, a nivel de los Arciprestazgos, la Vicaría de Pastoral, junto con el mencionado Instituto, han programado para este año. Si estamos cautivados por Cristo, como el escalador lo está por la montaña, no escatimaremos esfuerzos. Por otro lado, el próximo domingo, día 13, por la tarde, tendrá lugar en la Catedral el envío pastoral del inicio del curso. Os invito especialmente.
Se ha escrito que el cristiano del siglo XXI «o será un místico o no será cristiano». El cristiano del futuro o será un cautivado por la persona de Jesús o dejará su escuela. Adentrados ya en el siglo XXI, esta afirmación hecha a finales del siglo pasado, resulta cada día más convincente. Y hay que ir avanzando de sorpresa en sorpresa.