Francisco pone como ejemplo a Bélgica para alcanzar la paz y la concordia en Europa y anima a la Iglesia a resolver la cuestión de los abusos con humildad cristiana
El discurso del papa Francisco ante las autoridades y la sociedad civil en Bélgica, que ha abierto sus intervenciones en el país, segunda etapa del viaje apostólico número 46, ha tenido dos partes bien diferenciadas. Una primera, en la que la el Pontífice ha reivindicado el papel de Bélgica en la construcción europea, como cruce de caminos y puente entre el continente y las islas británicas, entre el área de matriz germánica y francófona, entre el sur y el norte de Europa. Y la segunda, que fue una petición de perdón por los abusos cometidos en el seno de la Iglesia, así como por las adopciones forzadas.
Ahondando en la cuestión del papel como puente de Bélgica a lo largo de la historia, ha destacado, sobre todo, que en este país «se aprende a hacer de la propia identidad, no un ídolo o una barrera, sino un espacio de acogida que sea punto de partida y retorno».
«Bélgica es un puente que favorece el comercio, que comunica y pone en diálogo las civilizaciones. Un puente, por lo tanto, indispensable para construir la paz y repudiar la guerra», ha agregado.
Por todo ello, ha dicho que Europa necesita a Bélgica «para llevar adelante el camino de paz y de fraternidad entre los pueblos que la forman». Porque, ha continuado, «la concordia y la paz no son una conquista que se logra de una vez por todas, sino una tarea y una misión, que se deben cultivar incesantemente, tratadas con tenacidad y paciencia».
Y ha cerrado este bloque diciendo: «Bélgica es más valiosa que nunca para la memoria del continente europeo. Memoria que, naturalmente, pone a disposición argumentos irrefutables para el desarrollo de una acción cultural, social y política constante y oportuna, a la vez valiente y prudente y que excluya un futuro en el que la idea y la práctica de la guerra, con sus consecuencias catastróficas, vuelvan a ser una opción viable».
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Tras asegurar que la Iglesia quiere ser «una presencia que, dando testimonio de su fe en Cristo resucitado, ofrece a las personas, a las familias, a las sociedades y a las naciones, una esperanza antigua y siempre nueva», ha abordado de frente el siempre delicado asunto de los abusos en la Iglesia.
«Hermanos y hermanas, ¡esto es vergonzoso! Esta vergüenza, la vergüenza de los abusos a menores, la debemos tomar en nuestras manos, y pedir perdón, y resolver el problema. […] La Iglesia debe avergonzarse, pedir perdón y tratar de resolver esta situación con humildad cristiana», ha subrayado.