DOMINGO 11-C DEL TIEMPO ORDINARIO
NVulgata 1 Ps 2 E – BibJer2ed (en) – Concordia y ©atena Aurea (en)
Homilía de Benedicto XVI en Asís 17-6-2007 (ge sp fr en it po)
«Queridos hermanos y hermanas: ¿Qué nos dice hoy el Señor, mientras celebramos la Eucaristía en el sugestivo escenario de esta plaza, en la que convergen ocho siglos de santidad, de devoción, de arte y de cultura, vinculados al nombre de san Francisco de Asís? Hoy aquí todo habla de conversión (…). Hablar de conversión significa penetrar en el núcleo del mensaje cristiano y a la vez en las raíces de la existencia humana. La palabra de Dios que se acaba de proclamar nos ilumina, poniéndonos ante los ojos tres figuras de convertidos.
La primera es la de David. El pasaje que se refiere a él, tomado del segundo libro de Samuel, nos presenta uno de los diálogos más dramáticos del Antiguo Testamento. En el centro de este diálogo está un veredicto tajante, con el que la palabra de Dios, proferida por el profeta Natán, pone al descubierto a un rey que había alcanzado la cumbre de su éxito político, pero que había caído también en lo más bajo de su vida moral.
Para captar la tensión dramática de este diálogo, es preciso tener presente el horizonte histórico y teológico en el que se sitúa. Se trata de un horizonte marcado por la historia de amor con la que Dios elige a Israel como su pueblo, entablando con él una alianza y preocupándose de asegurarle tierra y libertad. David es un eslabón de esta historia de solicitud constante de Dios por su pueblo. Es elegido en un momento difícil y es puesto al lado del rey Saúl, para convertirse en su sucesor. El plan de Dios atañe también a su descendencia, vinculada al proyecto mesiánico, que tendrá en Cristo, “hijo de David”, su plena realización.
De este modo, la figura de David es imagen de grandeza histórica y a la vez religiosa. Por eso, con esa grandeza contrasta mucho más la bajeza en la que cae cuando, cegado de pasión por Betsabé, se la arrebata a su esposo, uno de sus más fieles guerreros, y ordena fríamente que sea asesinado. Es un acto estremecedor: ¿Cómo puede un elegido de Dios caer tan bajo? Realmente, el hombre es grandeza y miseria. Es grandeza, porque lleva en sí la imagen de Dios y es objeto de su amor; y es miseria, porque puede hacer mal uso de la libertad, su gran privilegio, acabando por volverse contra su Creador.
El veredicto de Dios sobre David, pronunciado por Natán, ilumina las fibras íntimas de la conciencia, donde no cuentan los ejércitos, el poder, la opinión pública, sino donde estamos a solas con Dios. “Tú eres ese hombre” (2S 12, 7). Estas palabras desvelan a David su culpabilidad. Profundamente afectado por estas palabras, el rey siente un arrepentimiento sincero y se abre al ofrecimiento de la misericordia. Es el camino de la conversión.
Hoy es san Francisco quien nos invita a seguir este camino (…). Convertirnos al amor es pasar de la amargura a la “dulzura”, de la tristeza a la alegría verdadera. El hombre es realmente él mismo y se realiza plenamente en la medida en que vive con Dios y de Dios, reconociéndolo y amándolo en sus hermanos.
En el pasaje de la carta a los Gálatas destaca otro aspecto del camino de conversión. Nos lo explica otro gran convertido, el apóstol san Pablo. El contexto de sus palabras es el debate que surgió en la comunidad primitiva: en ella muchos cristianos procedentes del judaísmo tendían a unir la salvación a la realización de las obras de la antigua Ley, desvirtuando así la novedad de Cristo y la universalidad de su mensaje.
San Pablo se sitúa como testigo y pregonero de la gracia. En el camino de Damasco, el rostro resplandeciente y la voz fuerte de Cristo lo habían arrancado de su celo violento de perseguidor y habían encendido en él un nuevo celo por el Crucificado, que reconcilia en su cruz a los que están cerca y a los que están lejos (cf Ef 2, 11-22). San Pablo había comprendido que en Cristo toda la ley está cumplida y que quien sigue a Cristo se une a él y cumple la ley. Llevar a Cristo y, con Cristo, al único Dios a todas las naciones se había convertido en su misión. En efecto, Cristo “es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba…” (Ef 2, 14)
Su personalísima confesión de amor expresa al mismo tiempo la esencia común de la vida cristiana: “La vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Ga 2, 20). Y ¿cómo se puede responder a este amor sino abrazando a Cristo crucificado, hasta vivir de su misma vida? “Estoy crucificado con Cristo y ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Ga 2, 19-20).
Al decir que está crucificado con Cristo, san Pablo no solo alude a su nuevo nacimiento en el bautismo, sino a toda su vida al servicio de Cristo. Este nexo con su vida apostólica se pone claramente de manifiesto en las palabras conclusivas de su defensa de la libertad cristiana al final de la carta a los Gálatas: “En adelante que nadie me moleste, pues llevo sobre mi cuerpo los estigmas de Jesús” (Ga 6, 17).
Es la primera vez, en la historia del cristianismo, que aparecen las palabras “estigmas de Jesús”. En la disputa sobre el modo correcto de ver y de vivir el Evangelio, al final, no deciden los argumentos de nuestro pensamiento; lo que decide es la realidad de la vida, la comunión vivida y sufrida con Jesús, no solo en las ideas o en las palabras, sino hasta en lo más profundo de la existencia, implicando también el cuerpo, la carne.
Los cardenales recibidos en una larga historia de pasión son el testimonio de la presencia de la cruz de Jesús en el cuerpo de san Pablo, son sus estigmas. Así puede decir que no es la circuncisión lo que lo salva: los estigmas son la consecuencia de su bautismo, la expresión de su morir con Jesús día a día, la señal segura de ser una nueva criatura (cf Ga 6, 15).
Por lo demás, al utilizar la palabra “estigmas”, san Pablo alude a la costumbre antigua de grabar en la piel del esclavo el sello de su propietario. Así el esclavo era “estigmatizado” como propiedad de su amo y quedaba bajo su protección. La señal de la cruz, grabada en largas pasiones en la piel de san Pablo, es su orgullo: lo legitima como verdadero esclavo de Jesús, protegido por el amor del Señor (…).
Llegamos ahora al corazón evangélico de la palabra de Dios de hoy. Jesús mismo, en el pasaje del evangelio de san Lucas que se acaba de leer, nos explica el dinamismo de la auténtica conversión, señalándonos como modelo a la mujer pecadora rescatada por el amor. Se debe reconocer que esta mujer actuó con gran osadía. Su modo de comportarse ante Jesús, bañando con lágrimas sus pies y secándolos con sus cabellos, besándolos y ungiéndolos con perfume, tenía que escandalizar a quienes contemplaban a personas de su condición con la mirada despiadada de un juez.
Impresiona, por el contrario, la ternura con la que Jesús trata a esta mujer, a la que tantos explotaban y todos juzgaban. Ella encontró, por fin, en Jesús unos ojos puros, un corazón capaz de amar sin explotar. En la mirada y en el corazón de Jesús recibió la revelación de Dios Amor.
Para evitar equívocos, conviene notar que la misericordia de Jesús no se manifiesta poniendo entre paréntesis la ley moral. Para Jesús el bien es bien y el mal es mal. La misericordia no cambia la naturaleza del pecado, pero lo quema en un fuego de amor. Este efecto purificador y sanador se realiza si hay en el hombre una correspondencia de amor, que implica el reconocimiento de la ley de Dios, el arrepentimiento sincero, el propósito de una vida nueva. A la pecadora del Evangelio se le perdonó mucho porque amó mucho. En Jesús Dios viene a darnos amor y a pedirnos amor».
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LA PALABRA DEL PAPA.– «Jesús, al dar a Simón (…) el título, más aún, el don, el carisma de la fuerza, de la dureza, de la capacidad de resistir y sostener –como es precisamente la naturaleza de una piedra, de una roca, de un peñasco–, asociaba el mensaje de su palabra a la virtud nueva y prodigiosa de este apóstol, que había de tener la función, él y quien le sucediera legítimamente, de testimoniar con incomparable seguridad ese mismo mensaje que llamamos Evangelio» (Pablo VI, Audiencia general 3-4-1968 fr it). «El mensaje de Cristo, de generación en generación, nos ha llegado a través de una cadena de testimonios, de la que Nos formamos un eslabón como sucesor de Pedro, a quien el Señor confió el carisma de la fe sin error» (Pablo VI, Homilía 20-9-1964 it). «Junto a la infalibilidad de las definiciones “ex cáthedra”, existe el carisma de asistencia del Espíritu Santo concedido a Pedro y a sus sucesores para que no cometan errores en materia de fe y de moral y para que así iluminen bien al pueblo cristiano» (Juan Pablo II, Audiencia general 24-3-1993 sp it). «Al escogerme como Obispo de Roma, el Señor ha querido que sea su Vicario, ha querido que sea la “piedra” en la que todos puedan apoyarse con seguridad» (Benedicto XVI, Homilía en la capilla Sixtina 20-4-2005 ge sp fr en it lt po).
LOS ENLACES A LA NEO-VULGATA.– «Esta edición de la Neo-Vulgata puede servir también (además de especialmente para la liturgia) para que la tengan en cuenta las versiones en lengua vulgar que se destinan a uso litúrgico y pastoral, y (…) como base segura para los estudios bíblicos» (Juan Pablo II, Constitución apostólica Scripturarum thesaurus 25-4-1979 ge sp fr en lt po). «La palabra sagrada debe presentarse lo más posible tal como es, incluso en lo que tiene de extraño y con los interrogantes que comporta» (Benedicto XVI, Carta al presidente de la C.E. Alemana sobre un cambio en las palabras de la Consagración 14-4-2012 ge sp fr en it pl po).