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Domingo de la alegría

Ante la cercanía de la celebración de la Navidad, se ha llamado a este tercer domingo de Adviento el domingo de la alegría.

Es una invitación a estar alegres: así lo dice María en el canto del Magnificat. Así también lo repite san Pablo en la segunda lectura en la carta a los Tesalonicenses: Estad siempre alegres.

¿Por qué esta invitación e insistencia en la alegría? Porque nuestro mundo es un mundo triste:

La tristeza lo invade todo y a todos a pesar del bullicio la fiesta y el ruido que nos rodea, porque todo ello deja vacías por dentro a las personas.

Porque nuestra sociedad es una sociedad llena de problemas políticos, económicos, sociales, etc. El materialismo se ha apoderado de ella porque es una sociedad sin Dios y camina, sin rumbo, al fracaso.

Por estas y por muchas más razones tiene sentido la llamada a la alegría:

Es la alegría que experimentó el pueblo de Israel cuando se le anuncia la liberación del destierro y la llegada del salvador.

Es la alegría que el ángel anuncia a los pastores: «Os anuncio una gran alegría, os ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor».

El tiempo de Adviento es una llamada a vivir con verdadera alegría porque ya está cerca el Señor, porque nos preparamos para recibirlo y que él dé sentido a todo cuanto vivimos con su venida y con nuestra fe en Él.

Lo único que puede vencer la insatisfacción y la tristeza del hombre actual es precisamente la fe en Cristo y el testimonio, tanto personal como comunitario, de alegría y esperanza de los creyentes en Cristo.

Es el testimonio de alegría de los creyentes el que debe suscitar en los demás la pregunta y el interrogante. ¿Qué secreta esperanza alegra la vida de estas personas o de este grupo de creyentes?

La respuesta a este interrogante es que es la fe en Cristo el origen y la motivación de dicha alegría. Seguir a Cristo produce alegría porque da sentido a todo cuanto nos sucede en la vida y es la respuesta a los interrogantes más profundos del hombre.

San Pablo, en la segunda lectura de este domingo, invita a los cristianos de Tesalónica a estar siempre alegres y a ser testigos de la alegría que sentimos nosotros siendo seguidores de Cristo, porque el seguimiento del Señor llena de alegría, de paz y de sentido a la vida del hombre.

Dice el papa Francisco en la exhortación apostólica Evangelii gaudium, en su primer párrafo: «La alegría del evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con el Señor. Quienes se dejan salvar por Él, son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Cristo siempre nace y renace la alegría» (EG 1).

El cristiano debe vivir su vida de fe con verdadera alegría, porque ésta surge de la conciencia que el seguidor de Jesús tiene del amor y del perdón de Dios. Fe y tristeza son dos polos opuestos que no pueden darse en el cristiano. El cristiano debe ser una persona alegre, porque por encima de sus fallos siente, en él, el amor y el perdón de Dios.

La fe lleva a la alegría y brota del encuentro con Jesucristo y, a la vez, nos impulsa a comunicarla a los demás y, al comunicarla a los demás, esta alegría se renueva en nosotros. Es la alegría de la evangelización, de la entrega a los demás y de la comunicación de la Buena Noticia de Jesús.

El Señor está cerca. Quiere en esta Navidad nacer de verdad en el corazón y en la vida de cada uno de nosotros. Preparemos nuestra casa, nuestro corazón y todo nuestro ser. Hagámosle un hueco, un sitio para que Él entre en nosotros, nos transforme y nos alegre demostrándonos lo mucho que nos quiere y dé sentido a todo el esfuerzo que ponemos en la vida por vivir de acuerdo con lo que Él nos pide.

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