Skip to content Skip to sidebar Skip to footer

Dorothy Day: el color de un amor sin medida

Como dijo Benedicto XVI, es un claro ejemplo de que «también en nuestra época de eclipse del sentido de lo sagrado, la gracia de Dios actúa»

Haber vivido en el siglo XX significa haber vivido dos guerras mundiales, la Revolución Rusa y la llegada del comunismo, el auge de los movimientos obreros y sufragistas o la guerra de Vietnam. Dorothy Day (1887-1980) pasó por todos estos acontecimientos en primera línea. Su historia es la de una mujer con una grandísima vocación —y talento— por la escritura que fue una auténtica protagonista de su tiempo.

Su biografía se podría describir por colores: hay etapas grises y otras verdaderamente negras. También hay blancos estables, que reflejan momentos de cierta tranquilidad. Todos ellos salpicados de vivos colores. Podríamos decir que Day vivió en una continua lucha. Una lucha que en su juventud identificó con la revolución socialista, anarquista o comunista, según la etapa, que la llevó a pasar dos periodos en prisión. En el libro Mi conversión (Rialp), Dorothy Day describe esos años de batalla orgullosa de su posición activa y comprometida, pero, sobre todo, como una época de inquietud, preguntas evitadas, profunda tristeza e incluso desolación. Son años oscuros, entre grises, marrones y negros.

Sin embargo, aunque Dorothy se resistía a abrazar la fe, sintió que siempre la perseguía, a través de presencias de personas o libros, que introducían colores alegres a su vida. Primero fueron los salmos de la Biblia, o la lectura de los rusos Dostoyevski o Tolstói, que le «conmovieron en lo más profundo de mis entrañas». Pero también sus vecinos católicos de California o, más tarde, de Chicago, que «poseían algo de lo que carecíamos nosotros: una creencia, una fe y el orden y el sosiego que esa fe traía consigo».

En la universidad tomó la firme decisión de apartarse de Dios, porque le «horrorizaba la fealdad de la vida en un mundo que se proclama cristiano». Conoció el mal del mundo en lo más profundo de sus entrañas, el suicidio de un amigo, las penurias económicas, el desarraigo de cambiar de trabajo y ciudad cada pocos meses, un embarazo que no quiso y el aborto. Hasta que no pudo más de esa vida bohemia y cambió el comunismo por el liberalismo. Se emparejó con un biólogo y fundaron juntos un encantador hogar en el campo, a orillas del mar.

Entonces, Dorothy se enfrenta a una nueva lucha, aunque esta vez no tiene dudas. Ante su segundo embarazo, sabe que bautizará a su hija. Ella seguía sin tener fe, pero quería regalársela a su pequeña Teresa. «En cuanto a mí —escribió entonces— pedía el don de la fe. Estaba y no estaba segura». Tras el bautizo, vino su separación y su Bautismo.

Desde entonces, la periodista siguió siendo una revolucionaria, pero usaba otra vara de medir: el amor sin medida. Tras fundar el Catholic Worker Movement, dedicó el resto de sus días a evangelizar a través de la prensa y las casas de hospitalidad del movimiento. Un claro ejemplo, como dijo Benedicto XVI, de que «también en nuestra época de eclipse del sentido de lo sagrado, la gracia de Dios actúa». 

This Pop-up Is Included in the Theme
Best Choice for Creatives
Purchase Now