El 8 de septiembre se produjo un terremoto en Marruecos que cambió la vida de miles de personas. La experiencia de este trágico acontecimiento no solamente ha provocado muerte y destrucción, sino que, también, tocó el corazón de miles de personas que se sintieron interpeladas a solidarizarse con las víctimas.
En las montañas del Atlas, en donde la fuerza del terremoto causó más estragos, no hay comunidades cristianas organizadas. Y, sin embargo, hay cristianos presentes ahí, ya sea como individuos queriendo aportar lo que se puede, formando parte de asociaciones locales que buscan organizar la ayuda o a través de Cáritas, que desde el inicio no ha dejado de mantenerse presente en esas ciudades y aldeas.
Hablar de la Navidad en esos contextos de fragilidad causada por el terremoto, en donde no hay comunidades cristianas establecidas, en una cultura bereber y de mayoría islámica, puede parecer a primera vista inadecuado. Y, sin embargo, Dios está presente ahí, y de manera sutil y sorprendente, vuelve a nacer ahí. Descubrirlo depende en gran medida de la estrella a la cual miramos durante nuestro caminar.
Hace unas semanas, visitamos las montañas cercanas a Ouarzazate. Una pequeña aldea bastante alejada. Llegamos al centro de ese lugar y nos encontramos con un hombre y su asno. El asno iba cargado de cosas. Hablamos un poco y el hombre, al ver que no éramos del área y que preguntábamos sobre la situación de las personas, nos invitó al lugar hacia el cual se dirigía. Al llegar a su casa nos ofreció té, almendras, manzanas y dátiles, e iniciamos una conversación. En realidad, la carga que este hombre transportaba eran algunas de las cosas que pudo recuperar de su casa destruida por el terremoto. Las llevaba a casa de su hermano, quien se ofreció a acoger a su familia. El acogido nos acogió con los brazos abiertos y nos ofreció lo que tenía.
En Navidad, uno de los elementos importantes es la acogida. Acoger a Aquel que ha optado por entrar radicalmente en nuestra humanidad en la persona de Jesús. Y este es uno de los sentidos que podemos enfatizar para celebrar la Navidad en las montañas del Atlas.
No habrá oro, incienso y mirra para ofrecer, pero la solidaridad discreta y persistente continúa sanando y cuidando vidas aquí en Marruecos. Pienso en el esfuerzo enorme de las instituciones gubernamentales, en la tenacidad de Cáritas en Marrakech, y también me vienen a la mente las asociaciones marroquíes que ayudan a las personas a ponerse nuevamente en pie.
Es verdad: esta Navidad en las montañas del Atlas no habrá luces multicolores para esta fiesta tan importante para nosotros, los cristianos; y, a pesar de esto, Jesús nacerá en medio de esas aldeas lastimadas y se hará presente a través de tantos hombres y mujeres que, movidos por la compasión, continúan esta labor de cuidar y sanar.
En cuanto a las comunidades cristianas, esta Navidad nos reuniremos alrededor de la Palabra, haremos memoria de esa opción de Dios de hacerse uno con nosotros, oraremos, agradeceremos, cantaremos y nos alegraremos juntos sin duda, ya sea en la catedral de Rabat o en la pequeña comunidad cristiana en Taza. Sea donde sea, confío en que estas celebraciones nos permitan fortalecer nuestros corazones para que sigamos haciendo nuestra la labor de Dios que nos acoge, nos cuida, nos sana.