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El cuidado de la creación

La Jornada de Manos Unidas fija la mirada en el tema de la casa común que es nuestro planeta. Nos recuerda algo tan obvio como esto: la única especie capaz de cambiar el planeta es el hombre, lo que en la campaña se subraya como El efecto ser humano. En realidad, esta frase nos remite a la misión que, según el Génesis, el hombre recibe de Dios: el cuidado de la creación. Dios ha puesto al hombre como custodio de todo lo creado para llevarlo a su plenitud. «Someted la tierra», no es un mandato para que el hombre la domine en su propio beneficio, olvidándose del resto de la humanidad. Se trata de un «sometimiento» al plan de Dios, el fin para el que todas las cosas han sido creadas.

El ser humano, nos dice la campaña de este año, tiene la misión de cuidar de lo creado con un espíritu de servicio y no con el afán posesivo que hace de las cosas —y, peor aún, de las personas—, objetos de su pasión desordenada por tener y manipularlo todo. Si todas las cosas han sido creadas para el hombre, éste —como dice san Pablo— ha sido creado para Cristo, Señor de la creación. El orden de la creación exige que todo finalice en Cristo, de modo que aparezca claro en el mundo su justicia, su misericordia, su amor a todos los hombres sin distinción. Sólo así la creación revelará la gloria de Dios que es inseparable de la gloria del hombre.

Los atentados contra la creación en cualquiera de sus niveles son atentados contra Dios y, en consecuencia, contra el hombre. Se explica que la campaña de Manos Unidas se preocupe por las consecuencias que genera el cambio climático como, por ejemplo, el derecho a la alimentación de los más vulnerables y la recuperación de una vida digna de quienes sufren la pérdidas y daños, y las migraciones forzosas provocadas  por causas climáticas o por faltas de recursos que permitan vivir con dignidad. Nos recuerda también la grave deuda ecológica que los países más desarrollados tienen con los más empobrecidos, lo que atenta contra el principio de la justicia distributiva de los bienes creados para todos.

Vivir plenamente la condición humana exige solidaridad con el resto de la humanidad, considerarse realmente hermanos de todos los hombres. La pregunta que dirigen a Jesús —«¿quién es mi prójimo?»— ha recibido de sus labios una respuesta inequívoca que no precisa comentarios. La doctrina social de la Iglesia ha desarrollado las exigencias morales que derivan de la fraternidad universal de los hombres, hijos del único y verdadero Dios. Eludir la grave responsabilidad que dimana de este principio, nos sitúa ante el juicio de Dios, el Defensor de los huérfanos, viudas, pobres y emigrantes, que queda reflejado en la sentencia de Cristo: «Lo que no hicisteis con uno de estos, los más pequeños, tampoco lo hicisteis conmigo» (Mt 25,45).

La campaña de Manos Unidas debe suscitar en nosotros una pregunta de índole moral: mi relación con la creación ¿responde a la finalidad que Dios le ha dado? ¿O se basa en el beneficio egoísta para mí mismo? En el primer caso, contribuiré a hacer de este mundo la ciudad de Dios de la que habla san Agustín, cuyo fundamento es el amor de Dios. En el segundo, construiré mi casa sobre el fundamento que tarde o temprano me llevará a la ruina: el amor propio como causa de muchos males. Manos Unidas viene a despertar nuestra conciencia en la dirección del bien común y de la custodia de la creación como casa en la que todos los hombres tienen su sitio desde la concepción hasta la muerte. El ser humano con su acción tiene un efecto inevitable del que no puede excusarse: se trata de escoger entre el efecto de vida o el efecto de muerte.

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