Semanas después de los brutales atentados de Hamás, la situación en toda la Franja «es crítica, con bombardeos que no cesan», explica la hermana María del Pilar, desde la iglesia de la Sagrada Familia de Gaza. «Falta de todo: agua, alimentos, combustible, medicamentos, abrigos… todo», agrega, describiendo un escenario dantesco donde el bloqueo va asfixiando a quienes han sobrevivido a la metralla. Al otro lado de la frontera, gobierna «una espera llena de ansiedad y miedo, de ver qué pasa mañana», detalla la misionera comboniana Expedita Pérez. «Se ha destruido de golpe todo el trabajo de diálogo y construcción de puentes que tantos años ha llevado», afirma.
En declaraciones a ECCLESIA, el patriarca de Jerusalén, Pierbattista Pizzaballa, denuncia que «no se puede entender que se corte el agua y el suministro de comida, porque Gaza no es solo Hamás. Hay dos millones de personas, niños, familias, mayores… que necesitan comida y medicinas». Y no es sospechoso, puesto que se ofreció en persona a intercambiarse como rehén de los terroristas para liberar a los secuestrados. En esta Gaza humeante, aislada y hambrienta viven, además, unos mil cristianos. Familias muy humildes que han vivido de generación en generación en Palestina: «Son parte de esta tierra. Los cristianos llevan aquí 2.000 años. Y la presencia de los cristianos es muy importante, pues estar entre judíos y musulmanes provoca dinámicas diferentes», subraya.
«La mayoría de estas familias —revela Anton Asfar, secretario general de Cáritas en Jerusalén— buscaron refugio alrededor de la iglesia con la esperanza de escapar de los cohetes. Sin embargo, el 19 de octubre, cuando la sala adyacente a San Porfirio fue atacada, se dieron cuenta de que ningún lugar es seguro y no se puede huir. Cualquiera que sea el destino planeado para los musulmanes, también lo es para los cristianos. Los cohetes no tienen religión». La hermana María del Pilar confirma que «la mayoría de los cristianos de Gaza estamos aquí, en esta parroquia de la Sagrada Familia, rezando todos, religiosos y laicos, por la paz y para que pueda entrar la ayuda».
En las redes sociales se siguen publicando a diario imágenes y vídeos de Misas, adoraciones y hasta procesiones bajo las bombas. «La animosidad aumenta, la coexistencia ya no es la norma. Hay que ser prudente, porque un paso en falso o una palabra mal elegida pueden causar problemas», denuncia Asfar. Contener la escalada de odio entre la población, coincide Pizzaballa, «será más difícil que reconstruir los edificios».
A uno y otro lado de la Franja señalan que un alto el fuego y la apertura de la frontera en Karam Abu Salem es primordial. Y coinciden en que, a medio plazo, «mientras no se otorguen los mismos derechos a todos, israelíes y palestinos, será difícil que haya una paz verdadera», expresa Pérez. Todos piden oraciones, porque «ayudan a ver las cosas de otra manera. No nos dicen lo que hay que hacer, pero nos iluminan en el trabajo», en palabras de Pizzaballa. «No tenemos miedo, pero sí mucho dolor. Aun así, mantenemos la fe en que el Señor pueda sacar de todo esto algo bueno para estos dos pueblos que se miran como enemigos, pero que en realidad son hermanos», sentencia Pérez.