La Iglesia en Francia se moviliza para poner la fe en juego durante los Juegos Olímpicos de París. Lo hará a través de la atención espiritual a los atletas y con actividades deportivas, culturales y de evangelización para los aficionados
De un modo u otro, el deporte siempre ha mantenido un vínculo con la fe. En las Sagradas Escrituras, en el Antiguo y Nuevo Testamento, encontramos ya paralelismos. Porque la actividad deportiva es, además, una buena metáfora de la vida cristiana. Hay normas y libertad, éxitos y fracasos, caídas y resurgimientos, y una recompensa final. Lo explica muy bien san Pablo en su primera Carta a los Corintios: «¿No sabéis que en el estadio todos los corredores cubren la carrera, aunque uno solo se lleva el premio? Pues corred así: para ganar. Pero un atleta se impone toda clase de privaciones; ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita».
Pero la relación entre vida espiritual y actividad física no es solo una metáfora. A lo largo de los últimos siglos, no son pocas las instituciones religiosas católicas que han sido germen de clubes deportivos —algunos de ellos hoy de primera línea— o han hecho del deporte una actividad formativa más, en muchos casos, pensada para hacer crecer a los más desfavorecidos. A esta corriente de interés se sumaron los Papas a lo largo del siglo XX, que abordaron el deporte en sus alocuciones. Algunos, incluso, lo practicaron.
Este interés casa perfectamente con lo que establece la constitución Gaudium et Spes del Vaticano II, que subraya que no hay nada humano que no encuentre eco en el corazón de la Iglesia. Lo subraya en entrevista con ECCLESIA Emmanuel Gobilliard, obispo de Digne, Riez et Sisteron, deportista —hace paracaidismo— y delegado de la Iglesia católica en los Juegos Olímpicos, nombrado por los obispos franceses a petición del Vaticano: «Todo lo que forma parte de la vida de las personas, por decirlo de un modo sencillo, interesa a la Iglesia. El deporte se ha convertido en uno de los lugares de encuentro de la humanidad. El 80 % de las personas están vinculadas al deporte, bien porque lo practican, acompañan a sus hijos a hacerlo o lo ven por la televisión, algo muy respetable».
En los 2000, con el inicio del nuevo milenio, la relación se ha reforzado con la creación en el Vaticano de la oficina Iglesia y Deporte y con la publicación de Dar lo mejor de uno mismo, el documento del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida sobre la perspectiva cristiana del deporte y la persona humana. La creación de Athletica Vaticana —la asociación deportiva del Vaticano— o la presencia por primera vez de una delegación vaticana, como observadora, en unos Juegos Olímpicos, también han sido hitos importantes.
Un hecho relevante y poco conocido es la participación directa de la Iglesia en la creación de los Juegos Olímpicos modernos. Un sacerdote dominico, el padre Henri Didon, colaboró estrechamente con el barón Pierre de Coubertin en su impulso. Didon fue el promotor del lema olímpico: Citius, altius, fortius (más rápido, más alto, más fuerte). Además, De Coubertin le pidió que se encargara de la celebración de una Misa con motivo de la primera edición de los Juegos Olímpicos modernos en Atenas en 1896. La tradición se mantuvo hasta 1924: los Juegos de París.
Cien años después, la fe también va a estar muy presente en la cita olímpica de este verano en París —los olímpicos, del 26 de julio al 11 de agosto; y los paralímpicos, del 28 de agosto al 8 de septiembre— de diversas formas. Y lo hará gracias a un proyecto denominado Holy Games (Juegos Santos en inglés). «Desde el principio, es el proyecto de movilización de la Iglesia católica para los Juegos Olímpicos, pero, finalmente, se ha convertido en una iniciativa para apoyar al mundo del deporte en un sentido amplio», explica en conversación con ECCLESIA Isabelle de Chatellus, directora de Holy Games.
Ella, que ha estado muy vinculada al mundo del deporte —trabajó en el Paris Saint-Germain y en Eurosport—, está al frente de este proyecto desde septiembre de 2022. La idea había surgido antes, a finales de 2020, gracias a la inspiración de tres personas: un obispo y dos laicos. El obispo auxiliar de París, Philippe Marsset; el antiguo director del diario L’Equipe y hoy miembro del Consejo de Administración de la Liga de Fútbol en Francia, François Morinière; y el cofundador de Congrès Mission, una iniciativa de evangelización, Arnaud Bouthéon.
Los tres establecieron los contactos con París 2024 para ver de qué modo se podía articular la presencia de la Iglesia católica en los Juegos. «Nos dimos cuenta de que había una petición del Comité Olímpico Internacional (COI) para animar la capellanía en la villa olímpica. Por eso, París 2024 nos confió esta misión. Por supuesto, con las otras religiones, pero la Iglesia católica fue la primera en salir al encuentro», subraya De Chatellus.
El proyecto tiene cuatro áreas de acción, que coinciden con la invitación que el papa Francisco hizo a la Iglesia francesa para convertir este gran evento en una ocasión de «encuentro, formación, misión y santificación». Los destinatarios son todos aquellos que participen de un modo u otro en los Juegos Olímpicos y Paralímpicos en París: los 20 millones de visitantes, los 15.000 atletas y los 45.000 voluntarios.
Cuidado espiritual de los atletas
De forma especial, la Iglesia quiere cuidar a los deportistas de más alto nivel y, por este motivo, en la villa olímpica habrá a su disposición en torno a 40 capellanes católicos, entre sacerdotes, laicos, religiosas y diáconos permanentes, todos ellos coordinados por Jason Nioka, exjudoka ordenado sacerdote el pasado 23 de junio. También se encargará de asegurar la atención espiritual de aquellos que habiten las otras sedes: Lille, Versalles, Châteauroux, Marsella y Tahití.
El cuidado no se limitará al centro multiconfesional, abierto en la Villa Olímpica de 7:00 a 23:00 horas y a donde los deportistas podrán acercarse para rezar, charlar o pedir consejo espiritual, pues se ha dispuesto que varios templos de la ciudad acojan celebraciones. En la iglesia de Saint-Ouen-le- Vieux, muy cerca de la villa olímpica, habrá tres Eucaristías diarias en francés, inglés o en el idioma que se solicite.
Las ceremonias comenzaron ya el 19 de julio con la Misa de apertura de la tregua olímpica —antigua tradición por la que todos los conflictos bélicos cesaban durante el evento deportivo— y continuarán este 25 de julio, un día antes del inicio de los Juegos, con una vigilia de bendición de los atletas en la basílica de Saint-Denis. En la iglesia de Notre-Dame de Victoires habrá todos los días a las 18:00 horas la bendición de medallas y medallistas, y sus campanas tañerán con cada presea conseguida por la delegación francesa. En la Madelaine, donde se encuentra la capilla de los deportistas, se celebrarán Misas por cada país o grupos de países participantes. Y habrá también una propuesta muy especial, pues se exhibirá, para su veneración por los deportistas, la corona de Cristo que se conservaba en Notre-Dame de París y que se salvó milagrosamente del incendio. «La idea es que mediten sobre el significado de esta corona de espinas en un momento en el que hablaremos mucho de las coronas de laurel que reciben los deportistas», sugiere Isabelle de Chatellus.
La vida espiritual no es baladí para un deportista de alto nivel, explica Nioka, con conocimiento de causa. «Para los que son creyentes, la fe forma parte de su equilibrio personal. Por eso, creo que poder reflexionar, rezar o ser acompañado es una forma de confiar su deporte a Dios y de ayudarle a descubrir lo mejor de sí mismo. Creo que esto es realmente importante», subraya. Y, claro, la fe también ayuda a vivir las incertidumbres, las victorias y las derrotas. Y marca la diferencia, porque los atletas con fe, dice Nioka, se levantan más rápido.
Para monseñor Gobilliard, la vida espiritual para un deportista es decisiva: «Los deportistas necesitan una verdadera esperanza, un encuentro verdadero con Cristo». Y es fundamental en un momento en el que, casi sin darse cuenta, se vuelven muy frágiles. Su tesis es que como están muy centrados en el deporte, se debilitan en todo lo demás: «Son debilitados por los medios de comunicación, incluso por su familia. Son utilizados, manipulados e instrumentalizados. Nuestra tarea es verlos como personas, no solo como deportistas». Esta necesidad especial podría explicar una realidad que él mismo ha comprobado: que entre los deportistas hay más católicos practicantes de media que en el resto de la población. Como si fuera «un grito para ser amados tal y como son».
El obispo insiste en que no es una pose, sino una realidad: «Mucha gente piensa que cuando los deportistas se santiguan antes de entrar en el campo lo hacen por superstición, pero no es así. Conozco a atletas que ofrecen su vida, su familia y el deporte a Dios. Es algo serio. Y no tienen miedo de decir que son cristianos, que son practicantes, que rezan». Deportistas de alto nivel como el futbolista Olivier Giroud, el judoka tres veces campeón olímpico, Teddy Riner, o la capitana de la selección francesa femenina de balompié, Wendie Renard. «Para mí, es importante contar con el testimonio de laicos, como los deportistas, que pueden decir a las generaciones más jóvenes que se puede hacer deporte y ser cristianos. Que Teddy Riner diga que reza es un ejemplo para los jóvenes judokas. Esto los reconcilia con la fe y la oración», continúa.
Gobilliard, cuya misión en los JJ. OO. es fundamentalmente institucional, siempre en el marco Holy Games, sabe de lo que habla. Él mismo acompaña a deportistas de alto nivel, fue capellán del Olympique de Lyon y —además del paracaidismo— juega en el equipo de fútbol Variétés Club de France, formado por exfutbolistas como Zinedine Zidane, Robert Pires o Didier Deschamps, además de por un imán, un rabino y un pastor evangélico.
Hacer partícipes a los pobres
Uno de los objetivos de la propuesta de la Iglesia, además del acompañamiento espiritual y de la celebración de la fe, es el fomento del acceso al deporte de los más vulnerables y su inclusión durante los Juegos Olímpicos. De hecho, ha liderado el trabajo para que las personas empobrecidas pudieran tomar parte en la cita olímpica de diversas maneras, como explica en la entrevista el propio Gobilliard. Gracias a algunos patrocinadores, se han conseguido entradas para que las personas sin hogar puedan disfrutar de los eventos olímpicos, acompañados por voluntarios de la Iglesia. También tomarán parte en actividades deportivas y se les hará hueco en las fanzone de las parroquias.
El prelado cuenta con orgullo la guinda del pastel, como él mismo lo llama. Por su papel como enlace entre la Iglesia y el COI, tendrá acceso a la villa olímpica y a los deportistas. Y conoce a muchos que le pueden llevar a otros. Así, se ha planteado pedir a aquellos que se cuelguen una medalla que la presenten a la gente de la calle. Será en el restaurante que hay en la cripta de la iglesia de la Madelaine, donde, en un entorno de gran belleza, las personas de la calle pueden disfrutar desde hace ya algunos meses de comidas elaboradas por los mejores chefs franceses. «Tienen la mejor cocina de Francia en uno de los lugares más bellos de Francia. Y les ayudamos con el aseo y el vestido», explica el prelado. Todo a cambio de entre uno y cinco euros. El proyecto está abierto todo año, solo que durante los Juegos, los más necesitados cenarán con los medallistas olímpicos. «Podrán decir que han estado en las pruebas olímpicas y en las fanzones de las parroquias, que han hecho deporte, pero también que han cenado en un gran restaurante donde han conocido a estrellas del deporte. Se trata, pues, de tomar en serio a los más pobres. Como dice el papa Francisco en la exhortación Evangelii gaudium, lo más importante no es solo darles comida y cobijo, es considerar su dignidad». Pero la propuesta de Holy Games va todavía más allá, porque, además de atender a los deportistas y de incluir a las personas más desfavorecidas, se ofrecerá a los jóvenes de distintos lugares de Francia y del mundo vivir una experiencia formativa, misionera y solidaria. Una especie de mini JMJ durante las Olimpiadas articulada a través de más de 35 parroquias Holy Games de la región de París, llamada Île-de-France. La experiencia se ha dividido en dos semanas, para que los jóvenes, de entre 18 y 35 años, puedan elegir una de ellas. Está previsto que asistan en torno a 2.000, un millar por semana. «La idea es dirigirnos a los jóvenes que participaron en la JMJ o que están en la dinámica de vivir su fe de manera festiva. Les ofrecemos estar en los Juegos Olímpicos con el espíritu de la JMJ», explica De Chatellus.
Así, por las mañanas habrá un tiempo para la formación y para un camino espiritual en el que se trabajarán las virtudes, como los encuentros Rise up de Lisboa el verano pasado. Por la tarde, los chicos harán un servicio cultural, misionero o solidario en las fanzone de las parroquias, con visitas a los templos o en la atención de personas en situación de precariedad o niños y jóvenes que no se pueden ir de vacaciones. «Y, por supuesto, tendrán la oportunidad de ver juntos los Juegos Olímpicos juntos», agrega.
La propuesta será diferente durante los Juegos Paralímpicos, pues el protagonismo lo tendrán las personas con discapacidad, que, a través de diversas organizaciones solidarias vinculadas a la Iglesia católica, podrán vivir una experiencia de fe y deporte.
Son muchas las actividades que hay por delante, pero otras tantas las que ya se han celebrado en la preparación este gran evento deportivo. Así, bajo el paraguas de Holy Games, se han organizado dos ediciones de la Pater Cup, el torneo de fútbol y petanca de los sacerdotes de la región d’Île-de-France. También se batieron en el terreno de fútbol el Variétés Club de France con la Selección Nacional de Sacerdotes y se organizó la carrera de las iglesias, una prueba de diez kilómetros y una de cinco para descubrir los templos más significativos de París. Junto a esto, se han organizado actividades formativas y culturales.
Porque, en definitiva, la Iglesia tiene mucho que aportar al deporte. Según Nioka, la fe ayuda al deportista a ser mejor y hace que el propio deporte sea más sano. Isabelle de Chatellus sostiene que la Iglesia tiene un rol relevante en el deporte, pues, como dijo Juan Pablo II, este es un regalo de Dios. «Desafortunadamente, podemos ver claramente que se enfrenta a muchos excesos, ya sea por dinero o la mediatización. Hay cuestiones ligadas al transhumanismo y al dopaje. Creo que la Iglesia puede ayudar al deporte a ser más justo, verdadero y razonable. La visión de la Iglesia sobre el deporte podría salvar a este del peligro de una excesiva comercialización, violencia…».
Al revés, tanto el recién ordenado sacerdote como la directora de Holy Games coinciden en que el deporte ayuda a la Iglesia a tender puentes con la sociedad, a ponerse en modo salida, como diría el papa Francisco. «El deporte puede aportar una dimensión encarnada de la fe», subraya Nioka. «Ofrece una oportunidad extraordinaria para salir de sí misma. Estamos en un país donde hay templos por todas partes y tenemos la impresión de que la Iglesia católica está muy presente, pero la realidad es que la gente ya no va a la iglesia. Por eso, es importante que salgamos para encontrarnos con la gente», explica De Chatellus.
Siguiendo esta idea, Gobilliard anima a seguir el ejemplo de Jesús e ir a donde está la gente y «abunda la vida». «Nosotros, en nombre de Jesús, debemos entrar en contacto con estas realidades, no para juzgarlas, sino para acogerlas, para decirles que Dios las ama, como hizo en el Evangelio». La evangelización en el deporte no requiere nada específico. Es lo mismo que evangelizar a los bomberos, los militares o los agricultores. Solo hace falta escucharlos, considerarlos como personas y hablarles de Jesús. «A menudo, a los deportistas solo les hablamos de deporte. Hay que tener la audacia de hablarles de Dios», agrega.
El prelado explica que el deporte ofrece, además, equilibrio de vida, contacto con los demás y el redescubrimiento de que tenemos un cuerpo y el derecho a mantenerlo y complacerlo, que «no es algo malo». Y añade la dimensión de equipo: «Me gusta decir que Jesús fue el mejor entrenador del mundo, porque toma personas completamente diferentes, a veces incluso enemigos, y forma un verdadero equipo. El deporte nos dice una cosa muy importante: hay reglas, peleas que son justas, un deseo de competitividad en el corazón del hombre que es legítimo. Pero, al final, la fraternidad supera a la rivalidad».
—Monseñor, ¿qué frutos le gustaría ver de esta presencia de la Iglesia en los Juegos Olímpicos y en el deporte?
—Si conseguimos llegar a unos pocos deportistas y, a través de ellos, a los jóvenes para que vean que se pueda rezar y hacer deporte, eso es ya magnífico. A través de los deportistas podremos dar un verdadero testimonio de vida cristiana. Este va a ser el fruto. Lo que nos interesa es poner los medios, hacer todo lo que hemos propuesto a través de Holy Games y el contacto con los atletas. Los frutos pertenecen a Dios. Hemos puesto la semilla para que el Señor pueda sembrar en el corazón de los deportistas y los espectadores que vendrán. El Señor recogerá los frutos como él quiera.
Isabelle de Chatellus desea que esta gran iniciativa llamada Holy Games y que ha ido creciendo alrededor de los JJ. OO. tenga continuidad en el futuro. Los obispos franceses, subraya, lo están estudiando. «Este proyecto ha traído cosas maravillosas. Esperamos que siga más allá de París 2024, para colocar la cuestión del deporte de forma duradera en el trabajo pastoral de la Iglesia», concluye.