El ser humano es capaz de comprometerse y alcanzar los ideales más nobles y elevados, y también de descender a los abismos más despreciables y ruines. Manos Unidas nos invita este año a poner la mirada en el ser humano, por la gravedad de la crisis medioambiental en la que estamos inmersos, que puede acabar con la destrucción del planeta tierra, y, a la vez, porque la especie humana es «la única especie capaz de cambiar el planeta». Pero conviene tener siempre presente una realidad previa y fundamental, el hecho de que al principio Dios creó todas las cosas, y encargó al ser humano cuidar, desarrollar, perfeccionar la obra creada. El pecado romperá la armonía del hombre con Dios, consigo mismo, con los demás y con la creación.
La reconciliación será obrada por Cristo, con su sacrificio redentor en la Cruz: “Y por él y para él quiso reconciliar todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz” (Col 1, 20). Ahí comienza la ecología integral y la conversión ecológica. La conversión ecológica no se alcanza por un propósito voluntarista o por la aplicación de leyes y normas con sus correspondientes sanciones; constituye un inmenso desafío educativo, que requiere fomentar la educación ecológica y la espiritualidad integral, con todos los recursos de que seamos capaces, para llegar a adoptar otro estilo de vida, otros hábitos. La sociedad entera ha de recibir la formación oportuna, con la motivación conveniente, para que vaya cambiando de mentalidad hasta poner en práctica virtudes como la sencillez, la sobriedad, la generosidad, la austeridad, la responsabilidad.
Es preciso, por otra parte, adoptar un planteamiento de ecología que sea integral, con un desarrollo humano que incorpora los aspectos sociales, medioambientales y económicos y que tiene repercusiones en la vida cotidiana y en la cultura, superando los enfoques fragmentados y parciales. Este itinerario comienza a partir de las mejores aportaciones científicas hoy disponibles en materia de medioambiente, para colocar después un fundamento sólido en el recorrido ético y espiritual que deberemos hacer. La propuesta ha de tener en cuenta las interdependencias de las personas entre sí y con los sistemas de la naturaleza, con la certeza de que en el mundo todo está conectado como un sistema capaz de armonizar las relaciones fundamentales de la persona: con Dios, consigo misma, con los demás seres humanos, y con la creación.
Es necesario que entremos por el camino de una profunda conversión a Dios, que nos lleva a la conversión ecológica. El problema que nos ocupa es antropológico, y es consecuencia del modo de entender la vida y la acción humana; el problema radica en la concepción misma del ser humano, que se ha alejado del mandato de Dios a nuestros primeros padres. Cuando los seres humanos tratan de ocupar el lugar de Dios y de vivir como si Dios no existiera, están intentando erigirse en dioses. Ahora bien, pretender sustituir a Dios y vivir de espaldas a sus mandatos jamás conduce al paraíso, sino que acaba llevando a la angustia y al infortunio. Por eso, en lugar de perfeccionar la tierra y de acompañar la creación, hemos llegado al punto de dañarla gravemente a través de una técnica de posesión, de dominio y transformación, usando y abusando de los recursos sin límite alguno.
La solución no consiste en poner parches a las urgencias que van apareciendo, sino en una verdadera conversión del corazón, que tiene su dimensión ecológica; consiste en adoptar un nuevo estilo de vida por parte de las personas, las instituciones y los Estados que respete la obra creada por Dios; consiste, en fin, en vivir como cristianos en todos los ámbitos de nuestra existencia, con una auténtica y responsable coherencia con nuestra fe, que sigue siendo capaz de iluminar los problemas particulares de las personas individuales, y también los grandes desafíos históricos del mundo entero.