«Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28 18-20).
Una vez que Cristo ha resucitado, se ha aparecido repetidamente a los discípulos y los ha confortado en la fe, les cita en un monte y desde allí los envía a la misión.
Es la continuación de su misma misión la que confía a sus discípulos y, porque es un momento muy importante, Jesús, lo hace con una solemnidad especial con esa fórmula: «Se me ha dado poder en el cielo y en la tierra», así les demuestra que se trata de algo muy importante que les confía, para que a partir de ese momento lo lleven adelante y, por lo mismo, pongan todo su empeño y dediquen toda su vida, por encima de los problemas y dificultades que puedan encontrar, a cumplir lo que les encomienda, que es nada más y nada menos que su misma misión, que ahora confía a la Iglesia.
Y, con esta solemnidad los envía: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».
Lo que les encomienda es que lo anuncien a él y su mensaje a todas las gentes de todos los pueblos y de todos los tiempos y, cuando conozcan su persona y su mensaje, que los bauticen en el nombre de la Trinidad, porque el que se bautice se salvará.
Ellos van a dar su vida por el anuncio de Jesucristo y su mensaje salvador cumpliendo así lo que Cristo les había encomendado y van a ofrecer la salvación de Cristo a todo el que lo conozca y se bautice.
Los manda para que enseñen a guardar todo lo que les ha enseñado a sus discípulos. No se trata de que cada uno enseñe lo que quiera, sino aquello que es el mensaje de Cristo, y que Cristo les ha enseñado a ellos para que ellos lo enseñen a los demás.
Les pide así fidelidad a su mensaje y unidad entre ellos para enseñar todos lo mismo y porque, solo enseñando lo que Él les ha enseñado, estarán siendo fieles a la misión, por eso les dice: «Enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado».
Se trata de ayudar a los demás a vivir lo que el Señor les había enseñado a ellos. La evangelización lleva consigo la formación para saber lo que han de vivir, pues la fe no es algo puramente teórico, sino que es una vida que hemos de vivir.
Esta es también nuestra misión como agentes de evangelización: enseñar a los demás con nuestra palabra y con nuestra vida el estilo de vida de Jesús, para que ellos lo vivan y, viviéndolo, el Señor los salve.
Nunca tenemos que olvidar que el que crea y se bautice se salvará. La salvación es el objetivo último de nuestro amor a Dios y de la vivencia del estilo de Jesús en nuestra vida. Todos hemos de vivir lo que el Señor nos pide y debemos enseñarlo así a los demás, para que ellos y nosotros podamos recibir la salvación de Dios.
Y les dice algo muy importante para poder cumplir la misión que les encarga y a la que los envía: «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos». La misión evangelizadora que el Señor nos encarga a los apóstoles y a toda la Iglesia en ellos no nos va a resultar fácil, vamos a encontrar dificultades que solo podemos superar si nos dejamos ayudar por Cristo y si contamos con Él y con su presencia y su ayuda para llevarla adelante.
No estamos solos, ni somos francotiradores. El Señor está con nosotros, nos acompaña, nos ayuda en la misión que nos ha encomendado y tenemos que contar con Él, porque solos no lo lograremos.