En los últimos días del año litúrgico emerge una palabra llena de resonancias: rostro. El rostro desvela quiénes somos; en el rostro, los ojos nos ayudan a contemplar todo lo que está a nuestro alrededor, los oídos nos permiten escuchar voces, risas, quejas, gemidos; en el rostro los labios nos permiten hablar y besar; el rostro revela el misterio de quién somos.
Por eso, el papa Francisco, en la Jornada Mundial de los Pobres que la iglesia celebra en el penúltimo domingo del año litúrgico, nos invita a “no apartar nuestro rostro de los pobres”. Claro que este rostro ha debido transformarse contemplando el rostro de Cristo. Este rostro, va transfigurándose en su propio caminar en la medida en que mirando el rostro de Cristo va adquiriendo sus características. Así, en la mirada descubre en el rostro de los pobres rasgos del rostro de Cristo; escucha la llamada que a través de los pobres el Señor nos hace a la fraternidad concreta y a la conversión permanente, para no poner delante de la respuesta a la llamada de los pobres ni nuestro tiempo, ni nuestros bienes ni nuestra vida. La mirada del rostro de Cristo, transfigurado en la oración y desfigurado en los pobres, ha de ayudarnos a cada uno de nosotros a descubrir el significado profundo de la existencia y de nuestras relaciones.
El año litúrgico culmina con la fiesta de Cristo Rey, Jesús Rey del universo y Señor de la historia, que nos muestra la misericordia de su corazón en el rostro en la Santa Faz. Somos peregrinos que a lo largo del tiempo vamos haciendo historia; somos peregrinos y hay un deseo, una esperanza viva, en nuestro corazón: poder contemplar cara a cara el rostro de Cristo. En la peregrinación esta contemplación se anticipa en la escucha de la Palabra de Dios, en la contemplación de su rostro en la Eucaristía; en la peregrinación esta mirada al rostro de Cristo se anticipa al descubrir en los pobres sus rasgos de Cristo crucificado. A lo largo de nuestra peregrinación también nuestro rostro se va transformando con la mirada a Jesús y a los pobres.
Esta es la oportunidad que nos ofrece la Iglesia en el año litúrgico que en sus tres últimas semanas nos ha invitado, con la Jornada de la Iglesia diocesana, la Jornada Mundial de los pobres y la solemnidad de Cristo Rey, a vivir con intensidad la comunión, la misión de anunciar el evangelio a los pobres y la peregrinación hacia el Reinado pleno de nuestro Señor. Su promesa nos sostiene, “Reinaré, nuestro gemido nos mantiene en el camino, “Venga tu Reino”.