Queridos hermanos y hermanas:
Durante el Adviento hemos ido preparando la celebración del Nacimiento del Salvador. Cada uno ha recorrido su propio camino hacia la Navidad y todos hemos sido invitados a caminar juntos para celebrarla, incluso orando unidos con una plegaria común, semana tras semana, que ha sido signo diocesano, luz de esperanza y compromiso para que haya paz donde sea necesario.
Ahora llega el tiempo en el que rememoramos que Dios acampa entre nosotros. El Señor mismo nos ha dado un signo admirable: la Virgen está encinta y da a luz un Hijo y le pondrá por nombre Enmanuel, Dios con nosotros (cf. Is 7,14). Dios siempre está al lado del ser humano, del pobre, del que sufre, del que no cuenta. Dios se hace presente en las tragedias humanas ofreciéndose como baluarte para consolar al desvalido en la angustia, a su pueblo en la herida (cf. Is 25,4).
Al Enmanuel que viene a salvarnos nos gusta evocarlo y contemplarlo en el hermoso signo del belén, como nos recuerda el papa Francisco en su carta apostólica Admirabile signum. Orando y trabajando para que se extiendan la paz, el amor y la misericordia que Dios ha venido a traer al mundo con su Encarnación, bien podemos pensar en ser belenes vivientes si, como dice el Papa, «el belén, en efecto, es como un Evangelio vivo, que surge de las páginas de la Sagrada Escritura» (Admirabile signum, 1).
Más allá de las emociones entusiastas o nostálgicas que brotan en nosotros naturalmente durante los días de Navidad, sepamos agradecer y celebrar a Aquel que se ha hecho hombre para salir al encuentro de cada persona humana. Recordemos con gozo y esperanza que está de pie a la puerta y llama, esperando que escuchemos su voz y que le abramos para poder cenar juntos (cf. Ap 3, 20). También en los signos de la llamada y de la cena -del encuentro- descubrimos «que Él nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros podamos unirnos a Él» (Admirabile signum, 1).
Para llegar al Niño Dios, que nos llama en la cuna y en la cruz, el camino puede ser largo, como el de los Magos de Oriente y las mujeres al pie del suplicio, o más corto, como el de los pastores y el centurión romano, pero todos podemos acercarnos al pobre portal -o al Calvario- y conocer al que nos trae la mayor dicha que podemos hallar en este mundo, anticipo del Reino eterno.
Jesucristo nos rescata, además, de cualquier aislamiento vital y nos hace definitivamente pueblo, hermanándonos en Él bajo el manto de ternura de la Virgen María, Nuestra Señora del Camino. Su Madre, nuestra Madre, nos muestra al Hijo de Dios en el momento de nacer y en el de morir, sostenido en su regazo por el Dios que nos lo ofrece siempre vivo y glorioso.
Que cada uno de nosotros nos acerquemos a Belén y podamos encontrarnos con profundidad, quizá como nunca antes lo hemos hecho, con el Señor Jesús. Que seamos para los demás belén viviente, Evangelio vivo, haciendo nuestros los sentimientos de Cristo para anunciar con ellos su venida. Será un precioso y admirable signo del Nacimiento del Salvador que hará presente en la tierra la gloria del Dios altísimo y renovará la paz a los hombres y mujeres que ama el Señor.
¡Feliz Navidad! ¡Feliz 2024!
Con mi afecto y bendición.