En una entrevista concedida a OMP, indica que «la vocación a la misión es transversal y es para todos»
Paula Rodríguez es una chica de Guadalajara que lo ha dejado todo para vivir tres años de misión en el Vicariato Apostólico de San Ramón, en la selva peruana. Conocer la asociación misionera Jatari y una experiencia misionera en Perú, le hicieron darse cuenta de todo lo que la quería el Señor. Partir a la misión es la consecuencia. Paula tiene 26 años, es enfermera y en octubre de 2022, se fue seis meses de experiencia misionera a Perú también. Explica en una entrevista concedida a OMP que «allí me di cuenta de todo lo que me quería el Señor, y de todo lo que me quería seguir queriendo». Así fue como a la vuelta de Perú, en marzo de 2023 comenzó un camino de discernimiento que le llevó hasta esta decisión.
Su experiencia
Paula cuenta que su abuela tenía un hermano sacerdote que partió como misionero a Mozambique en los años setenta. Acabaría siendo asesinado y en el 30 aniversario de su fallecimiento la familia de Paula hizo un librito que recopilaba las cartas que el tío misionero había escrito desde Mozambique. Aquel misionero era el sacerdote del Instituto Español de Misiones Extranjeras, Luis García Castro. «Yo tenía ocho años y me leí el librito y quedé encantada y yo creo que ahí empezó como ese deseo en mi corazón de querer conocer todo eso y querer ver cómo actúa el Señor allí». Aquel deseo fue creciendo, con etapas en las que se olvidaba, como la adolescencia. Pero fue entonces cuando a través de Instagram vio que un chico vendía mermeladas de naranja para financiarse un viaje a las misiones.
Después conocería la asociación misionera Jatari. Esto le permitió asistir a la formación que ofrecía la asociación. Algo que, reconoce Paula, te ayuda sobre todo «para no crearte una idea de lo que es la misión y luego llegar allí y darte cuenta de que es otra cosa». Además, añade, «te ayuda a poner orden, a ordenar un poco tu corazón, tu cabeza y a discernir también».
«Me siento feliz»
Cuando se le pregunta sobre el tema de miedo a dejarlo todo, a abandonar la zona de confort en la que todos nos refugiamos, Paula dice que está «feliz y no siento como que haya renunciado a nada. Obviamente dejo cosas aquí que allí no voy a tener. Pero no lo veo como una renuncia, como algo negativo, porque, comparado con todo lo que voy a tener allí, no tiene precio». Ha dejado su trabajo y explica que sus compañeros están «contentos por la decisión que he tomado. Se alegran por mí. No sé hasta qué punto también entienden a lo que voy, por lo que voy». Algunos valoraban que fuera de voluntariado. Paula les decía que no, que iba de misiones, «bueno, dicen; vale, pero, vas a ayudar, ¿no? Más o menos les decía». Pero en general se alegran, porque «saben que es algo bueno».
Al ser preguntada por a qué se puede comparar que una chica de 26 años lo deje todo para irse de misiones, ella dice que es como «quien decide tener una vida consagrada o hacerse sacerdote, o un noviazgo por ejemplo», porque «cuando tú te enamoras de alguien y cuando empiezas una relación con alguien, renuncias a todos los demás». Pero siempre está el camino del discernimiento «por si el Señor en estos tres años me sigue hablando, por si me va proponiendo otras cosas». Paula dice que «la vocación a la misión como que es transversal y es para todos. Renuncias a todo lo demás en cuanto a que estás viviendo en otro sitio distinto y dedicándote a la misión, pero yo creo que tampoco renuncias a mucho más».