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El tiempo de la creación

De nuevo celebramos con toda la Iglesia el Tiempo de la Creación, instituido por el Papa Francisco en 2015, año en el que se publicó la encíclica «Laudato Si´», y que comenzó el día 1 de septiembre con la Jornada Mundial de Oración por el cuidado de la Creación, y se prolonga hasta el 4 de octubre, fiesta de san Francisco de Asís. A nivel diocesano lo celebraremos con una Jornada Diocesana los días 27 y 28 de septiembre, una vez que hallamos iniciado el curso pastoral 2024-2025.

La Jornada se desarrollará en dos actividades complementarias: un retiro de oración en la basílica de Santa Leocadia, el viernes 27 por la tarde, de 17:00 a 19:00 h., y una peregrinación, el sábado 28, por la mañana, de 11:00 a 13:00 h, desde el Cristo de la Vega hasta la ermita de La Bastida, donde cerraremos la Jornada con la oración del canto de las criaturas de san Francisco de Asís.

El lema propuesto para este año es «Espera y actúa con la creación», sacado de la carta de san Pablo a los Romanos (8, 19-25), donde el apóstol aclara lo que significa vivir según el Espíritu y se concentra en la esperanza cierta de la salvación por medio de la fe, que es la vida nueva en Cristo. Y el Papa en su mensaje, nos recuerda que nuestra vida es vida de fe, diligente en la caridad y desbordante de esperanza.

Esperamos porque el amor de Dios ha sido derramado en nosotros por el Espíritu Santo que se nos ha dado (Rom. 5,5), y esta esperanza no defrauda y nos mantiene siempre alegres y optimistas en medio del gemido de toda la creación, porque «también la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rom 8,21).

Pero la fe que es don, también es tarea. Por eso el Espíritu nos mueve y nos pone en camino buscando el dolor del mundo. Un dolor que no sólo afecta a los seres humanos, sino a todo el universo, a la naturaleza misma, porque como indica el Papa en «Laudato Si´», en la creación todo está conectado. De hecho, nuestra vida no está desconectada de la naturaleza o de las realidades de este mundo, sino que transcurre con ellas y en ellas. Como decía Benedicto XVI, en la homilía con la que iniciaba su pontificado, «los desiertos exteriores se multiplican en el mundo porque se han extendido los desiertos interiores».

Sin duda necesitamos convertirnos, dejarnos transformar por el Señor, y recuperar esa armonía que rompió el pecado de Adán, y que integra las relaciones fundamentales por las que vive el hombre: la que tiene con Dios, consigo mismo y con los demás seres humanos, y la que tiene con el cosmos. Porque el encuentro con Jesucristo nos descubre también, que la vocación de ser protectores de la obra de Dios, es parte esencial de una existencia virtuosa, una dimensión de la conversión íntegra de la persona. Un estilo de vida alejado de la arrogancia de quien quiere dominar a los demás y a la naturaleza, y opta por cuidar de los demás y de la creación.

Esperar y actuar con la creación significa, por tanto, como nos dice el Papa, aunar esfuerzos y, caminando junto con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, obedecer al Espíritu Santo y cambiar la actitud de «depredador» en «cultivador» del jardín. Porque la tierra se nos ha entregado, no es nuestra, sino de Dios (cf. Lv 25,23). No reconocer esto supone ocupar el lugar de Dios y pretender poseer y dominar la naturaleza, manipulándola a voluntad, haciéndola «des-graciada», es decir, privada de la gracia de Dios.

Vivamos este «Tiempo de la Creación» según la vida en el Espíritu, esa vida que se convierte en un canto de amor a Dios, a la humanidad, y que protege y cuida la creación.

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